exam_ver4_xlgEl examen, bañada por ese sabio cinismo propiamente británico, es una película fría, contenida y redundante hasta la exasperación. ¿Es intencional esta redundancia? No extrañaría, ya que la película muestra de forma pesadillesca cómo la burocracia, llevada al extremo, deviene  absurda. Con aires críticos pedagógicos y banales el director vuelve a abordar el axioma hobbesiano que reza que el hombre es un lobo para el hombre, , ya un lugar común, poniendo el foco en una distópica entrevista de trabajo que se ejecuta bajo el reglamento más aleatoriamente radical (y tecnicista) jamás creado.

Como es de esperar, el problema de esta película no está en el qué sino en el cómo. Planos detalle sobriamente dispuestos acompañan a los créditos, siguiendo los rituales cosméticos de los personajes principales, que serán los candidatos al misterioso trabajo de la misteriosa corporación que lleva a cabo esta misteriosa entrevista avant-garde. Al llegar a la oficina el plano se abre y podemos ver a los candidatos, cada uno frente a su pupitre con una hoja de papel delante, dispuestos en filas obsesivamente paralelas en el centro de la habitación. Entra un hombre -el vocero de los accionistas de la empresa- y abre la boca. Desde que el diálogo entra en juego la película se viene abajo estrepitosamente, considerando que la narración está construida a través de las palabras.

Luego del enigmático speech del líder burócrata comienza la entrevista grupal, sin muchas pistas sobre qué hacer y con un papel en blanco al que, sin saber bien por qué, no deben dañar. Lo que va a venir se puede ver a kilómetros de distancia. Un guión construido con Wikipedia, personajes (y, en su mayoría, actores) de cartón piedra deliberando sobre qué carajo hay que hacer y por qué, cuya única función es sobreexplicar no sólo detalles de la trama sino también términos o conceptos que el “público medio” podría no comprender, situaciones forzadas hasta el límite y ejecutadas con torpeza. El director parece mirar a su hipotética audiencia desde un alto estrado que no le es propio, menospreciando al espectador y así menospreciando su propia película.

Para peor, en ciertos momentos El examen se quiere dar aires de importancia con cámaras lentas propias del cine-arte superficial posmoderno, se atreve a citar (no se sabe si voluntariamente) a Extraños en un tren del maestro (y también británico) Alfredo, e incluye una extraña y potencial referencia a Un perro andaluz que finalmente no se concreta. También se incluyen en el relato comentarios varios sobre una enfermedad contagiosa que ahora hace estragos en el mundo exterior (¿comentario sobre el SIDA? ¿sobre el sistema de salud? ¿sobre las corporaciones detrás de éste? ¿quién sabe?) que, en lugar de agregar una dimensión especular, entorpecen aún más un ya torpe guión, para lo que termina siendo nada más que una versión elegante de El juego del miedo.

El examen (Reino Unido, 2009) de Stuart Hazeldine, con Colin Salmon, Chris Carey, Jimi Mistry, Luke Mably, Gemma Chan, Chuk Iwuji, 101’.

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