Algunas pamplinas en torno a Big Eyes. Puedo escribir las líneas más tristes esta noche, escribir, por ejemplo, que Burton ya no sorprende, y menos con esta película tibia, carente del desenfreno visual de los principales mojones de su carrera cinematográfica; que posee una fotografía cuidada y color pastel, demasiado prudente que no desenvuelve su propia narrativa, que a Waltz – que revienta la pantalla en Bastardos sin gloria y en Django sin cadenas– se le va la mano (y al director también) en la evolución payasesca del personaje, que Amy Adams ni fu ni fa. Que el guión (y la dirección de actores) resulta anodino al presentar una serie de personajes estereotipados, sin densidad psicológica; que ese mismo guión no luce el artificio – el gesto del artista- de la mirada por sobre lo real, sino que se rige por lo lineal, por causas y consecuencias evidentes, por el mero devenir de la anécdota. O que es una película que toma pocos riesgos, que es chata, que no modula, que no aburre porque la historia que da cuerpo a la trama es por sí sola interesante y eso puede que nos mantenga interesados en arribar a algún tipo de desenlace.
Podría pronunciarme. Rasgarme las vestiduras. Pero me interesa preguntarme, sin por ello pretender una defensa del director, si acaso este desdibujamiento de la presencia de su mano y del propio cine no puede ser valorado como ejercicio en sí mismo: ¿se piensa que para un tipo tan personalista, es sencillo el camino de rendirse a la ajena peripecia en que se basa, para que sea ella sola quien se destaque? No creo que le sea fácil a Burton. No me arriesgo a aseverar que perdió el rumbo, que se le deshojó la creatividad, que está gagá, que se puso tímido… no me atrevo porque en realidad prefiero hacer otro ejercicio… Pensar que este señor decidió apaciguar sus tonos estéticos góticos o fantásticos y que quiso rendir un homenaje visual a una artista que admiraba, dejando que fuera su obra la que ocupara un espacio central; pensar en un humilde Burton haciendo un guiño de reconocimiento y de cariño a una pintora que en ocasiones ha sido musa para su propio (¿suspendido?) y caprichoso proyecto estético. ¿No se puede? ¿Acaso Martin McDonagh no dirigió la enclenque In Bruges (2008), cuya mediocre trama es su triste excusa para pasearse por la ciudad de Brujas? Bueno, el propio Burton ya lo hizo, con una calidad superior, en Ed Wood, y nadie hizo un piquete.
Burton toma la decisión de que el marco escalofriante que lo identifica sea dado por la superpoblación de esos enormes ojos tristes que invaden las escenas de la película, adquiriendo un rol que a veces podríamos confundir con la mera escenografía. Es el director el que ha diseñado esa presencia, el que ha preferido que sean los cuadros lo agobiante, y si el espectador se ha dejado llevar por una trama sencilla y ágil, y no ha prestado atención a esas cientos de miradas observándolo desde el abismo, desde la tragedia que encierran, quizás haya sido su pecado.
Más aún, esa mesura potencia la onda expansiva de sus grietas al permitirse una contaminación de la obra dentro de la obra (los cuadros de Margaret) hacia la obra que la contiene (Big Eyes): entonces aparecen personajes que revelan fugazmente unos ojos desproporcionados, marca registrada (por su marido) de su exitosa producción, para ilustrar la íntima conexión que la artista tiene con su obra, lo cual la distancia y eleva sobre la esterilidad artística de Martin. En el contexto de una historia más o menos mundana, esas fisuras hacia lo ominoso son las que le imprimen un efecto más significativo que aquel que tendría si transcurriera en un retorcido universo lúgubre de seres grotescos.
Quizás, entonces, no es que Burton se haya perdido, que quizás Burton estuvo ahí todo el tiempo, camuflándose, mostrando la desesperanza como moneda corriente. Quizás aprendió de la moraleja marketinera que el propio Mr. Keane lleva a cabo: así como aquel prefirió la circulación masiva de la postal de un dólar al cuadro prestigiado, así, quizás, Burton ha optado por otro envase para el mensaje oscuro y perturbador de películas como El joven manos de tijeras, La leyenda del jinete sin cabeza, El cadáver de la novia, Sweeney Todd o Sombras tenebrosas: la luz, el color, el lenguaje fácil y consumible de Big Eyes para naturalizar algunas trazas del horror, del desconcierto, de la maldad. Para denunciar nuestros ojos pequeños a la hora de ver, de ver cine y de ver pasar el ligero, pero muchas veces desconsolador, trajinar de la vida.
Allí residiría entonces el riesgo de su apuesta; en dejar al espectador elegir entre lo consagrado y elevado de su obra más brutal y ¿característica?, y la lisa y llana oferta de una voluble película más, pero que golpea por lo bajo. Una película pop sobre una artista pop, ¿acaso no es un trato justo? Aunque sea cierto que dicha impronta le resta un poco la perfidia que tiñe la historia real y cuya elección también delata al Burton que todos quieren. Una impronta que sería algo así como sacar a pasear a nuestros demonios a plena luz del día.
O quizás todo lo anterior sea pura charlatanería.
Big Eyes (EUA, 2014), de Tim Burton, c/Amy Adams, Christoph Waltz, Danny Huston, Krysten Ritter, Terence Stamp, Jason Schwartzman, 106′.
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