La segunda jornada fue la más floja tanto para el panorama nacional como para el internacional. El agotamiento del día previo tampoco ayudó demasiado, pero en parte también gracias a esto los escasísimos cortos que superaron a los demás en calidad se hicieron sentir como un vaso de agua en medio del desierto. La Competencia internacional fue la que abrió el día, y temprano, por lo que abundaban los ojos hinchados, las caras malhumoradas y alguna que otra línea de almohada tatuada en la cara. Para colmo de males, el primer corto proyectado, Preludio a una casa derribada, de Carlos Godoy Acosta (Colombia) duró aproximadamente media hora para ser sólo un extenso (chicloso) retrato de una familia disfuncional, historia que de haberse resuelto en diez minutos o menos hubiera tenido más sentido.
Lo curioso para mí -apunto este comentario a mis preferencias cinematográficas- es que, tanto en la primera como en la segunda tanda de esta competencia, los que me impactaron fueron dos cortos animados. The animals, de Mark Wee (Singapur) no trae ningún relato original, de hecho retoma la historia de Joseph Merrick (el hombre elefante) y mediante la técnica de papel recortado con stop-motion (el término en inglés exactamente es paper cut-out stop-motion) se instala plenamente en la subjetiva de Merrick en los días previos a conocer a Frederick Treves, contrariamente a la película de David Lynch que nos identificaba con éste último, interpretado por Anthony Hopkins. Desde esta mirada, explotador y espectadores son convertidos en los verdaderos animales mediante un tratamiento expresionista que también hace pensar en El gabinete del Dr. Caligari (1920, Robert Weine). Dinner for few, de Nassos Vakalis (Grecia) es una metáfora sociopolítica claustrofóbica y pesimista que inicialmente podría parecer obvia pero conforme avanza se vuelve arrolladora por su potencia visual y sonora.
De la primera tanda de la Competencia nacional, plagada de lugares comúnes, Reflectorista, documental de David Nazareno, fue una gran sorpresa y parte de su mérito reside en su simpleza. Sin grandes pretensiones, filmado en blanco y negro y con una fotografía contrastada, documenta las anécdotas y disquisiciones de un reflectorista sobre el medio cinematográfico y su oficio con un lenguaje coloquial que acerca incluso a los que se sientan ajenos a la tarea. La luz será un elemento esencial de la puesta y la personalidad del narrador protagonista es encantadora por aparatosa. La segunda y última sesión no corrió mejor suerte y la presencia de Zombies, de Sebastián Dietsch, extrajo a la audencia de la abulia en la que se encontraba inmersa ante tan poco asombro. Minimalista, anclado en un único escenario, se inicia como un típico relato del género para desplazarse a la comedia con un efectismo inexorable. Sólo una breve línea de diálogo es suficiente para esa transición de géneros.
El cierre del día fue perfecto gracias a las proyecciones de la sección Pantalla abierta, una suerte de Bazofi dentro del mismo festival, donde se exhiben algunos cortos que no quedaron seleccionados en ésta y en anteriores ediciones. El público se desacata y tiene pleno libertad para participar a viva voz sobre el material visto. Gritos, chistes, carcajadas, animadores que emiten comentarios irónicos por micrófono y la presencia de algún que otro valiente director que se presta al juego de la «humillación pública», Pantalla abierta es el momento festivo más esperado por todos los asistentes que puede disfrutar de verdaderas gemas de la clase Z (involuntaria en muchos casos) nacional y extranjera.
Aquí puede leerse la primera parte de las Crónicas de UNCIPAR 2015.
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