“Lo único que necesito de vos es tu tiempo. Lo único que tenés que hacer es venir y ser mis ojos”, le dice Cardone a Luca, después de mostrarle la propiedad que pretende poner en venta: unos campos en los que se cultiva soja, se crían caballos y que está coronado por una enorme casa. La aceptación de Luca encubre lo que el título de ese apartado de la película señala de manera explícita: una oportunidad. Por un lado, por lo que podría significar la comisión por la venta de esa propiedad; por el otro, porque la venta es la prenda de cambio para que Cardone destrabe un trámite municipal para el Club Housing que proyecta su suegro y para entrar en el negocio. Y, sin embargo, hay algo inquietante ya en ese planteo de Cardone. Tanto o más que el hecho de que el encuentro entre ambos se produce en un polígono de tiro. El trato que implica la frase establece una relación de dependencia: disponer del tiempo del otro, convertirlo en sus ojos, implica atravesar y disolver su personalidad para asimilarla a la propia. Una relación de servidumbre implícita, que sutilmente coloca a Luca en un lugar similar al que ocupa Vargas con su familia en el campo.
Lo interesante es que El siervo inútil no proyecta esa dimensión de la servidumbre desde el lugar del dominador. El punto de vista que sostiene toda la película es el de Luca y está construido no desde la puesta en duda del lugar que ocupa Cardone. Luca cree en Cardone, más que por el lugar que ocupa en la política de Córdoba –es diputado, está en plena campaña electoral, se menciona-, por el pasado que lo liga a su familia. Esa oportunidad que Luca vislumbra está marcada por el gesto de confianza inicial (“Te voy a hacer el trámite” le dice Cardone recalcando que lo hace por él) y por la continuidad que implica confiarle la venta del campo. Pero hay elementos dispuestos en ese relato a los que Luca no presta atención. Detalles que, como esa disposición que se le exige en esa frase mencionada al inicio, parecen escapársele de la mirada. La referencia que Cardone hace a la pelea entre el padre y el tío de Luca; la mención a que el padre los dejó clavados en un juicio, son marcas que para Luca parece resolverse en la amistad pasada con el hijo de Cardone y con su lugar lateral en esos hechos del pasado. Mantenerse en la mirada de ese único personaje implica no auscultar los motivos que mueven a Cardone, que quedan, en todo caso, en un espacio hipotético, pero que desde la perspectiva de Luca ni siquiera parecen ser analizados.
Y no deja de ser notorio que lo que ocurre con el personaje es que, más que poner sus ojos al servicio de Cardone, pone todo su cuerpo. Hay un abandono evidente de los espacios personales –la inmobiliaria en la que trabaja con su suegro, la casa en la que vive con su pareja Sofía, el espacio del housing proyectado, los clientes que le reclaman-, suplantados por el espacio de la casa de campo, en la que Luca comienza a pasar cada vez más tiempo. Del pedido de Cardone porque irán a ver la casa unos potenciales compradores de Buenos Aires –y en el gesto de no avisarle que no irían se plantea la forma en que dispone del tiempo del otro- a una progresiva dejadez de su voluntad –al punto que ni siquiera parece hacer demasiado por vender la propiedad-, Luca comienza a sentirse en esa casa como si, de alguna manera, formara parte de ella. Ese lugar se naturaliza al punto de que, por un lado, lleva a Sofía a la casa –y es ella la que advierte lo amenazante, planteando irse de allí- y por el otro, Vargas lo establece como el interlocutor ante Cardone en la inminencia de la venta de la propiedad.
Luca se establece en un lugar que no le pertenece pero al cual aspira, de alguna manera. Un lugar de decisión y de pertenencia de clase, que en realidad es una continuidad de la relación establecida con su suegro. Hay algo ilusorio en esa pertenencia, en tanto en uno y otro caso, la igualdad es pretendida pero no real. En la inmobiliaria no deja de ser un segundo, aunque sus movimientos pretendan ser los de un socio; en la casa de Cardone se refuerza esa idea, aunque la relación que establece con Vargas parezca ponerlo en otro lugar -hasta puede pensarse en su fracaso como jugador de rugby por una lesión, comparado con la carrera que desarrolló el hijo de Cardone. Hay un punto en el cual esa ilusión de Luca parece afianzarse en un rol preciso: su acción implica el desalojo de otros –los ocupantes de los vagones de los trenes abandonados, Vargas y su familia en el rancho que queda a su nombre- como si en ello radicara cierta cuota de poder o de pertenencia a quienes toman decisiones.
En ese punto es que El siervo inútil deja de importar como parábola del personaje para mostrar su potencialidad como mirada que excede la política como forma de la partidocracia –el lugar del que se supone que parte Cardone- para situarla en la encrucijada de los modos que asume el capitalismo como forma de relación en una sociedad. Es notable que el elemento que despliega la trama –la construcción de un Club Housing- muestra las coordenadas en las que se mueve el capital cuando se aprovecha de lo público: la construcción se hará en terrenos de Ferrocarriles Argentinos, casi como una invasión a un espacio por el que siguen circulando los trenes. El plano en el que detrás de los terrenos se observa la Casa de Gobierno de Córdoba es ilustrativo de esa connivencia, que se refuerza con el pedido a Cardone para que resuelva la habilitación municipal para abrir calles. Pero el capital se instala como eje central de todo lo que vemos. Los clientes que reclaman su dinero, el suegro que se arrepiente del proyecto que puede llevarlo a la ruina, Cardone y el posible dinero de la venta para entrar en el negocio del Housing: el dinero es el centro de todo el relato, del que quedan excluídos los que no pueden entrar en el juego. Vargas y su familia, claramente; pero también los ocupantes de los vagones. Lo que no advierte Luca es que su lugar también es ese, aunque pretenda disimularlo con su oportunidad de hacer una diferencia. No es que la posible frustración de esa oportunidad implique su descenso, sino que en la formulación capitalista solo puede cumplir la función que le asigna el poderoso: dar su tiempo y su cuerpo por la causa de otro a cambio de nada. En ese trayecto, Luca no solamente será desalojado finalmente de los lugares que él también, de alguna manera, usurpó –abandonado por su suegro y su pareja, denunciado por la represión a los ocupantes en los trenes, atacado por Vargas por haberse quedado con su rancho-, sino que será, como la policía enviada a reprimir, quien ponga el cuerpo por el poderoso. Si al comienzo ese desenlace parece anunciarse –la piedra que el chico arroja contra su auto y la persecución en la que se topa con el padre del chico que lo obliga a irse tienen su correlato en el final con la pintada en el vidrio del auto y la pelea con Vargas y su hijo-, es en ese tramo que se pone en evidencia la esencia del capitalismo: enfrentar a quienes menos tienen para que el poderoso se deshaga de sus problemas potenciales y obtenga mayores beneficios. El cuerpo de Luca, su sangre, será la ofrenda final para que el triunfo siga siendo de quienes poseen el poder.
El siervo inútil (Argentina, 2023). Guion y dirección: Fernando Lacolla. Fotografía: Ezequiel Salinas. Música: Esteban Costilla Rossi. Elenco: Federico Liss, Rub{en Gattino, Víctor López, Pola Halaban, Axel Pratto. Duración: 74 minutos.
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