La barbarie es una película de una sordidez y violencia inusual en las producciones de los últimos años del cine argentino. Nacho (Ignacio Quesada) es un adolescente que huye de la casa de su madre (la casa de Gallo y Juncal) y busca refugio en el hogar paterno. El padre del joven (Marcelo Subiotto) es un estanciero que se dedica a la ganadería y se encuentra preparando una exposición vacuna. La película trabaja en paralelo dos cuestiones que se entrecruzan todo el tiempo: por un lado, el mundo familiar y la relación entre padre e hijo que se encuentran después de un largo paréntesis; por el otro, las tensiones de clase que se dan entre ese padre patrón y su empleador.

Esa forma híbrida que amalgama el retrato intimista -un terreno en el que el cine argentino contemporáneo se siente cómodo- y el relato social asume en este caso una veta curiosa: el drama subjetivo que implosiona se estrella de frente con lo expansivo y explosivo de la lucha de clases. Mientras Nacho descubre las fricciones que hay entre su padre y los empleados que viven en la estancia, comienzan a aparecer vacas muertas sin ningún tipo de explicación. Ese descubrimiento a su vez coincide con la creciente atracción de Nacho hacia Rocío, la hija del encargado. El despertar sexual inspira el relato de iniciación, pero incorporando lo político que siempre ha sido el talón de Aquiles de cierto cine argentino porteñocéntrico y clasemediero que, a menudo recluido en la ficción de tono indolente y subjetivista, cree de modo militante que la política contamina los relatos ficcionales.

Con su paisaje rural situado en Junín, corazón de la provincia de Buenos Aires, La barbarie desafía el mito de aquellos héroes rurales que se rebelaban frente a la oligarquía y el poder político local (Tiempo de revancha de Aristarain y El arreglo de Fernando Ayala sirven como ejemplos paradigmáticos de ese modelo). Nacho no denuncia, se muestra como testigo y portador de esta violencia hasta el clímax eventual en el que ya no resiste más. La cofradía de patrones domestica algo más que la carne vacuna. En este sentido, siempre que hay poder, hay resistencia.

En la película, además de melodrama intimista, hay violencia y racismo. Podemos deducir que Nacho abandonó la casa de su madre debido a alguna situación de violencia, como atestiguan las marcas en su cuerpo, pero esa violencia familiar también deja sus huellas en el vínculo clasista en que ésta se desarrolla. La película de Sala es opresiva sobre todo en relación al desamparo que experimenta Nacho. El personaje comienza a indagar la misteriosa muerte de los animales como un modo de reafirmarse ante su padre. Las diferencias de clase se hacen cuerpo en su persona. Ser heredero de los negocios paternos pareciera ser la única forma de sentirse hijo.

Otra cuestión distintiva en el enfoque de la película es el naturalismo de la puesta en escena, como si el director tuviera un conocimiento preciso del lugar en el que sucede la historia, haciendo que el escenario sea un protagonista más del relato. El campo del padre es el escenario donde se lleva a cabo una batalla en la que se mezcla la violencia propia de la carne y la violencia naturalizada de un orden social desigual. Sala tiene una mirada pesimista del mundo que lo rodea: un paisaje lleno de dobleces y cinismo en donde los conflictos, como en los westerns, se resuelven a punta de pistola.

Como en El matadero, uno de los textos fundacionales de la literatura argentina, la sexualidad termina siendo metabolizada por medio de la violencia. De algún modo, ese padre y ese hijo terminan demostrando su valor y su hombría a costa del sufrimiento de los de abajo. Es en ese espiral de violencia cíclico que padecen las clases dominadas de este país en el que se debería inscribir la historia de La barbarie. Una película anómala y dolorosa que solo escapa a la oscuridad cuando la cámara logra hacer contacto con la luminosidad de la naturaleza que alcanza a retratar.

La barbarie (Argentina, 2023). Dirección: Andrew Sala. Guión: Andrew Sala, Ulises Porra. Fotografía: Manuel Rebella. Música: José Manuel Gatica Eguiguren. Arte: Marina Raggio. Montaje: Andrés Tambornino. Elenco: Ignacio Quesada, Marcelo Subiotto, Tamara Rocca, Lautaro Souto. Duración 93 minutos.

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