El reino de Kensuke (Neil Boyle, Kirk Hendry, 2024), parece una película de otro tiempo. Mezcla de animación clásica del Disney de mitad del siglo XX con rasgos de anime. Lo que logran sus directores es sumergir al espectador (de la edad que éste sea) en un universo absolutamente personal. Esta es una película de iniciación y de aventuras al mismo tiempo. A mitad de camino entre la literatura de Kypling y el cine de Miyazaki, la película nos sumerge en los misterios de la naturaleza logrando la proeza de contar una hermosa historia sin la necesidad de los trucos del eterno “Continuará…” que pareciera ser el gran problema del cine de animación actual. Al inicio observamos a una familia compuesta por papá, mamá y dos hermanos navegando en un velero hasta que descubrimos que Michael, el hijo menor de la misma, cometió la travesura de llevar a su perra Stella a la excursión. Rápidamente todos descubriremos que llevar a la mascota fue un error. Una feroz tormenta deriva en un accidente que llevará a que el niño y su perra caigan al mar y sobrevivan de milagro en una isla escondida de la civilización.

Cuando ambos protagonistas quedan varados, comienza la verdadera historia de El reino de Kensuke. Allí, en ese lugar desértico, abandonados a su suerte, Michael y su perra encontrarán una ayuda para sobrevivir que al comienzo parece tener un origen sobrenatural, pero que luego descubriremos que proviene de Kensuke, un ex soldado japonés que quedó varado en aquella isla desde la Segunda Guerra Mundial.

Este soldado vive a espaldas de la sociedad, rodeado de animales como si fuera un Capitán Kurtz apto para todo público. La película trabaja los silencios y la evasión, ayudando de este modo a la densidad dramática de un modo inusual en el cine de animación actual. El afecto que surgirá entre el niño y el adulto puede rastrearse en el modo de comunicación austero que se da entre ambos. La aspereza y ausencia de palabras del vínculo termina transformándose en una virtuosa economía de recursos en donde la acción pareciera ser deudora de los seriales del Tarzan de Johnny Weismuller. Por otro lado, la presencia de los silencios, siempre funcionales a la construcción del relato, parecieran ser derivativos del cine de Jean Pierre Melville. Los efectos del trauma de la Segunda Guerra Mundial en la sociedad japonesa de la literatura de Kenzaburo Oe funcionan como otro ingrediente que permite construir un universo ficcional poderoso y personal. En esa fusión de mundos, El reino de Kensuke saca a relucir una cinefilia muy distante de los sentidos comunes del cine infantil mainstream.  

Acá no hay ningún tipo de realismo digital ni maratón de chistes que hilvanen la historia a contar. Como en los primeros años de Pixar, lo que sostiene al reino de Kensuke es la historia en sí misma. En ese sentido, la película de Neil Boyle y Kirk Hendry se sumerge en una forma de narrar de tono clásico que deja en un segundo plano el virtuosismo técnico al que se han reducido los tanques hollywoodenses para consumo de la primera edad en la actualidad. En El reino de Kensuke hay una noble pasión por la aventura y una hermosa manera de explorar los géneros cinematográficos y las múltiples referencias que el cine ha producido a lo largo de su historia. Por otro lado, permite pensar formas de comunicación con el mundo que son atemporales, narrando complejas formas de “Lo otro” que el cine globalizado pareciera haber descartado detrás de su falso compromiso bien pensante con determinados tipos de alteridad.

Lo más hermoso de El reino de Kensuke es la posibilidad de descubrir que la categoría filosófica de otredad, que a menudo se nos presenta como representación del Mal, también puede ser la reencarnación de lo humano. Aquello que nos salva y nos da cobijo.

El reino de Kensuke (Reino unido,2024). Dirección: Neil Boyle, Kirk Hendry. Guion: Frank Cotrell Boyce. Música: Stuart Hancock Elenco: Aarón MacGregor, Ken Watanabe, Cilian Murphy, Sally Hawkins, Kotoko Wertheim, Rafrey Cassidy.  Duración: 84 minutos.

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