El verdadero corazón de la obra de Paul Schrader se dirime alrededor de la redención. Incluso podríamos pensar que algunos de sus guiones, como el más célebre de Taxi Driver, ya anticipó esa idea en su juventud: un hombre herido que buscar darle un propósito a su vida, un pecador que anhela un acto último que redima sus culpas. Muchas veces esos penitentes protestantes que concibe Schrader encuentran la forma de convertir su enojo contra el mundo en una redención expiatoria que culmina en un baño de sangre. Aunque ese color sea más propio de los efluvios católicos que supo sumarle Martin Scorsese a su propio itinerario sobre la culpa y el castigo.
Pero volvamos a Schrader y hagamos una posible genealogía de esa longeva redención. En Hardcore (1978), un hombre religioso y conservador (nada más ni nada menos que George C. Scott) se introduce en el mundo de la prostitución y el porno para rescatar a su hija corrompida, aunque ella prefiera esa vida liberada que la doméstica y carcelaria que su padre le ofrece bajo el paraguas de la moral cristiana. En Aflicción, ya en los 90, el director convierte al redentor en un policía de pueblo (Nick Nolte) que investiga un crimen aún a riesgo de internarse en la insania. Lo que amenazaba, en última instancia, a aquellos personajes era un horror moderno e incomprensible, que los alejaba del rigor de su formación, probablemente cercana a las propias experiencias juveniles del propio Schrader, hijo de un pastor protestante y emergente de la generación explosiva del Nuevo Hollywood. El cine como contradicción y catarsis.
En sus últimas tres películas, First Reformed (2017), El contador de cartas (2021) y ahora El jardín del deseo, la redención llega para los personajes masculinos a través de una cierta forma del amor, una experiencia inesperada y sublime que conduce a la expiación de sus culpas acumuladas. En la última, Narvel Roth (Joel Edgerton) es un ex supremacista que vive una nueva vida a cargo de unos monumentales jardines en la colorida Luisiana. Cuida y protege a las plantas y los árboles, y lleva un diario minucioso de sus tareas y su filosofía como un monje asceta que ha encontrado la felicidad en la reclusión. Su amante y carcelera es la dueña de ese imperio vegetal, Norma Havenhill (una señorial Sigourney Weaver), una dama sureña que vive casi como en los tiempos de la Confederación. Un día le comunica a Narvel que ha decidido acoger en su propiedad a su sobrina nieta, último eslabón de las ovejas negras de su linaje que resulta ser su única heredera.
Maya (Quintessa Swindell) es una joven mestiza, una huérfana que llega con ciertas ínfulas adolescentes y con el tiempo aprende el oficio y el mandato de la jardinería, al mismo compás que ablanda el corazón endurecido de Narvel. Pero con su tía abuela no le va tan bien: Norma espera reverencia y agradecimiento, la sumisión de los súbditos como agradecimiento de su generosa limosna. La convivencia en la mansión se torna tensa, agitada, y se agrava cuando Maya aparece con los indicios de una golpiza que abre las puertas del pasado, no solo el propio -las adicciones personales y de su madre, la raíz del abandono de Norma-, sino el de su nueva «familia». Porque antes de ser Narvel, el metódico jardinero fue Norton Rupplea, un violento integrante de bandas neonazis que pactó con la policía para salvar a su familia y purgar sus pecados en esa vida monacal. «La jardinería es una creencia en el futuro -escribe Narvel en su diario, como lo hacía Travis Brickle en Taxi Driver-, en que las cosas suceden de una determinada manera en el tiempo». Amén.
Lo que despierta con la llegada de Maya y la violencia que explota adentro -en la casa, en Norma- y afuera -en la disputa con los dealers del barrio- es un cuerpo escondido bajo las vestiduras grises del jardinero, bajo los rigores de ese atuendo carcelario. Similar al ritual religioso del pastor interpretado por Ethan Hawke en First Reformed y al ceremonial del juego de Oscar Isaac en El contador de cartas, se encuentra el cultivo de las plantas y las flores, con sus máximas y su lento aprendizaje, que ofrece al personaje de Edgerton sostén y reposo. Es ese pequeño mundo, el que lo contiene y resguarda de la furia de su racismo, pero también del ardor de su pasión, el que renace esta vez por partida doble, en el deseo que despierta Maya y en la violencia que acarrea su propia redención. Un cuerpo tatuado con odio, expurgado con amor. Y cada acto como parte de ese camino hacia un nuevo hombre que solo se puede ser una vez comprendido el que se abandona.
El jardín del deseo (Master Gardener, Estados Unidos, 2022). Guion y dirección: Paul Schrader. Fotografía: Alexander Dynan. Montaje: Benjamin Rodrigez Jr. Elenco: Joel Edgerton, Sigourney Waever, Quintessa Swindell, Esai Morales, Eduardo Losan, Victoria Hill. Duración: 111 minutos.
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