El director británico Joe Wright, en su última película Las horas más oscuras (Darkest Hour, 2017) se aleja de la línea que mantuvo a lo largo de su filmografía realizando adaptaciones de novelas de corte dramático y romántico como Orgullo y prejuicio (2005, adaptación de la novela homónima de Jane Austen), Expiación, deseo y pecado (Atonement, 2007, de la novela de Ian Mc Ewan), o Anna Karenina (2012, de la de León Tolstói), para incursionar en el género del drama político e histórico, tomando como personaje central a la figura de Winston Churchill.
Churchill ha sido un personaje histórico multifacético (fue político, oficial del ejército, periodista, escritor y ocupó el cargo de Primer Ministro en dos ocasiones) y controvertido, debido a su ascendencia aristocrática, su adhesión al partido conservador y a sostener durante su gestión una posición abiertamente belicista, de la cual resultaron muchas pérdidas humanas. Wright no toma como motivo de su película la biografía completa de Churchill, lo que lo acercaría al género biopic, sino que se planta en un momento crítico de la historia británica durante la Segunda Guerra que lo tuvo como uno de sus protagonistas. De este modo, la narración avanza con una temporalidad sucesiva, marcada por el cambio de la fecha que se imprime sobre la imagen durante un rango de aproximadamente un mes que transcurre desde su nombramiento como Primer Ministro el 10 de Mayo de 1940 hasta su célebre discurso tras el rescate de las tropas británicas cercadas en el puerto francés de Dunkerque.
Las horas más oscuras funciona como complemento de Dunkerque (2017) del también británico Christopher Nolan. Si en Dunkerque se trataba de la acción, es decir, de la supervivencia en esa situación de retirada del ejército inglés, rodeado y asediado por la poderosa aeronáutica alemana, narrada desde tres puntos de vista (los soldados de infantería, los pilotos de aviación y los civiles que participan del rescate) que sostienen distinta temporalidad y que se entrecruzan por efecto del montaje, aquí el punto de vista es el del narrador omnisciente, que avanza con una temporalidad lineal para concentrarse en la toma de decisión del Primer Ministro, dramática y candente,como parte de los entretelones de lo que se conoció como Operación Dynamo, así como de la posición a adoptar respecto del avance de Hitler sobre Europa Occidental. En dos ocasiones la película asume el punto vista de Churchill, mediante las subjetivas de lo que él vea desde la ventanilla del auto conducido por su chofer. Aquí el vidrio separa claramente dos realidades, de clase social y de conocimiento de lo que sucede realmente en la guerra. La particularidad de estas subjetivas es que no avanzan a mayor velocidad, como debería ser debido al movimiento del auto, sino que presenta imágenes ralentizadas del pueblo británico caminando por las calles, dando cuenta de la singularidad de la mirada, casi perpleja, que allí se posa sobre una realidad humana que a Churchill le es totalmente desconocida y extraña.
Churchill no llegó a convertirse en ministro británico por sus méritos, sino debido a que la oposición laborista -viendo la crisis en que se encontraba el ejército inglés, aliado al ejército francés en la guerra contra la Alemania nazi, que llevaba innumerables bajas y se encontraba en franca retirada- forzó la dimisión de su predecesor, Neville Chamberlain (Ronald Pickup), y él emergió como el único candidato del partido conservador que sería aceptado por la oposición. Esta situación, sumado a su carácter temerario, la obstinación y su dificultad para el trato diplomático, le significó la desconfianza del rey Jorge IV (Ben Mendelsohn) y de miembros de su propio partido. De modo que asumió en una coyuntura histórica compleja, sin contar con un pleno apoyo político y ante la posibilidad de que, si tomaban Francia, los nazis estuvieran a un paso de invadir Inglaterra. Esta situación está bien planteada en la película en la escena en la que la cámara va recorriendo los pasillos del Parlamento y, cual intriga palaciega, irá tomando fragmentos de diversas conversaciones que mantengan los legisladores a sus espaldas, en las que se remarquen sus fracasos, pero se señale su único acierto: haber vislumbrado las intenciones de Hitler.
De entrada se nos presenta a Churchill como un hombre cruel, por la manera en que trata a su secretaria Elizabeth Layton (Lily James) en su primer día de trabajo, y como un borracho que toma whisky desde el desayuno. Las múltiples caras de Chrurchill (Gary Oldman), estarán planteadas en la escena en la que, al dirigirse al Palacio para recibir el nombramiento de parte del Rey, su esposa Clementine (Kristin Scott Thomas) le sugiera que sea él mismo y él se pregunte cuál tendría que ser ese día, al tiempo que escoge un determinado sombrero de entre una variedad de ellos totalmente disímiles. No obstante, el director Joe Wright destaca del polifacético Churchill su virtuosismo y carisma como orador frente a la cámara y ante la opinión pública, lo cual lo convirtió en un indiscutido líder político en ese tiempo de guerra. De ahí que en la película tengan mucho peso y extensión sus discursos histriónicos. De estos podemos destacar: el de apertura en el Parlamento, cuando asegura no tener nada más que ofrecer que “sangre, sudor y lágrimas” (el montaje alterna la oratoria del dictado a su secretaria con la efectuada del parlamento);el primer discurso que pronuncia en la radio nacional para dirigirse al pueblo donde vende la mentira de que están avanzando en la guerra contra los alemanes (su rostro queda iluminado por la luz roja que indica que está en aire, rojo dela ira que le brota y de la pasión por la retórica); y el discurso final ante el Parlamento (que es el mismo con el que cierra la película Dunkerque) en el que destaca que Gran Bretañano se doblegará y luchará por aire, tierra y mar hasta el final, resistiendo hasta que el Nuevo mundo ( EEUU, que en ese entonces era neutral) venga a liberar al Viejo mundo. En los discursos de Churchill ante el Parlamento se observa la premisa de Wright de que Churchill era un gran actor. La puesta en escena y los planos abiertos y cenitales muestran que la disposición del parlamento es la misma que la de un teatro: a oscuras donde se encuentra el público que escucha y ovaciona, e iluminado en el centro, en el escenario, destacando al protagonista en su efusivo monólogo patriótico.
El director balancea la carga textual de los discursos que, por momentos podría hacerse densa y aburrida, con fragmentos de la intimidad de Churchill con su esposa, con el rey o con su secretaria, en los cuales concentra el humor. De esta manera busca también humanizar al personaje implacable que fue en sus ideas y decisiones políticas, y por momentos se muestra como un viejito tierno junto a su esposa, cuando en realidad era un hombre que siempre se preocupó por su carrera política más que por su esposa e hijos, que quedaron relegados a un segundo plano.
Gary Oldman realiza una interesante labor actoral, que funciona encada uno de los matices de la personalidad de Churchill. Lo interesante es que no compone una imitación de Winston basándose solamente en su transformación por el maquillaje y el vestuario, sino que realmente logra ponerle cuerpo al personaje, desde sus inflexiones, su respiración y sus gestos.
La poca iluminación de los espacios donde transcurra la película, sea el parlamento, el cuarto de reunión del comité de guerra o el palacio real, darán cuenta tanto de la atmósfera turbia del mundo político, como de la crisis que se cierne sobre Europa acorralada por el nazismo de Hitler. Los plano cerrados sobre el personaje de Churchill rodeado de una atmósfera oscura y la música de tono de suspenso, marcarán la ansiedad y la incertidumbre del dilema ético que debe afrontar: firmar la paz con Hitler a riesgo de que Gran Bretaña pierda su independencia, o continuar dando batalla, aun en condiciones adversas, y aunque cueste la pérdida de muchas vidas, en defensa de la soberanía.
La película funciona mejor cuando se nos muestra al Churchill estadista, orador, tenaz, desagradable y combativo, que cuando se pretende humanizarlo, cayendo en una ficcionalización que resulta cursi, al pretender mostrarnos un Churchill cercano al pueblo (como en la escena del subte), cuando en sus decisiones políticas ha hecho lo contrario.
Las horas más oscuras sostiene en pocos pasajes cierto cuestionamiento a la figura de Churchill. Hay dos que se pueden destacar: el primero, el montaje paralelo entre su discurso falaz en la radio nacional y los bombardeos que se están sucediendo mientras él afirma que están avanzando en la guerra; el segundo, el plano cenital sobre el brigadier Nichilson al mando de la infantería de Calais (con órdenes de una ofensiva en el que participaron 4.000 soldados británicos para despistar y entretener a los alemanes, mientras ponían en marcha la operación Dynamo para rescatar a los 300.000 soldados varados en Dunkerque y poder rearmar su ejército) cuando, mirando hacia el cielo, lee el telegrama de Churchill refiriendo que no serán rescatados (luego mediante el zoom out se materializa la visión del bombardeo y la destrucción de esa ciudad portuaria). Es cierto que frente a un tirano como Hitler, Inglaterra necesitaba del “bulldog” de Churchill, que con su carisma los liderara e inspirara para hacerle frente, pero Wright al tomar el sesgo del Churchill virtuoso como actor, le insufla al personaje un aura épica y heroica, y termina ensalzando el patriotismo británico y descuidando la lectura crítica de las atrocidades cometidas por el Primer Ministro.
Las horas más oscuras (DarkestHour, Gran Bretaña/Estados Unidos, 2017). Dirección: Joe Wright. Guión: Anthony McCarten. Fotografía: Bruno Delbonel. Edición: Valerio Bonelli. Elenco: Gary Olman, Lily James, Kristin Scott Thomas, Ben Mendelsohn, Stephen Dillane. Duración: 125 minutos.
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