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1. Agostina Gianini filma. En sus imágenes aparecen otras imágenes: algunas dan cuenta del momento congelado en una foto, otras ponen en movimiento el pasado familiar que se quiso guardar como recuerdo. Poner esas imágenes en el documental implica responder, de alguna manera, a la pregunta que nunca se hace: ¿qué hacer con ese material acumulado a lo largo de los años y que no volvemos a ver? Pero hay otra pregunta, tal vez más inquietante: ¿cuáles razones llevan a que esquivemos ese reflejo que nos devuelven las imágenes del pasado?

2. Las mujeres de más edad de la familia son las que evidencian el problema con la imagen de manera más consciente. La madre objeta la imagen que le devuelven los videos familiares. “No me gusta verme a mí con el pelo atado, tirante”, dice ante su imagen de adolescencia y de juventud, forjada por la rigidez familiar que la obligaba a atarse el pelo porque sino ‘parecía una india’. Más adelante, dirá que no le gustaba que su esposo la filmara, porque estaba desarreglada y que ahora le da vergüenza (sus esfuerzos por desviar la cámara de su hija se repiten, desde tapar la lente a enviarla a filmar a su abuela, pasando por el movimiento por el cual sale continuamente de foco). La abuela se cubre con una frazada cuando su nieta intenta filmarla, la insta una y otra vez a filmarse a sí misma (“¿Por qué no te sacás vos, si sos linda?”). Agostina replica esas objeciones de sus antecesoras: puesta detrás de la cámara, cubre su cuerpo de la exposición, la evita. Los únicos rastros de Agostina están en el pasado, en la niñez y en esa breve imagen de la adolescencia en la que se filma, como dice ella, “la panza de gorda que tengo”. Es, en todo caso, su abuela la que le devuelve su imagen en espejo en la última escena: pero en esa imagen, Agostina aparece como su madre y su abuela en el pasado, congelada en un momento impreciso y presumiblemente perfecto, alejada de toda temporalidad.

3. Es su hermana Fiorella quien rompe con esa línea familiar. Fiorella está a punto de viajar –lo sabemos porque arma las valijas, porque organiza en el celular una tarjeta de despedida en la que se la ve con su pareja-, rompiendo la unidad hogareña que se percibe en la línea femenina de la familia. No sabemos si Agostina vive allí, pero su presencia continua detrás de la cámara parece afirmarlo. Fiorella, en cambio, se está yendo, está siempre saliendo de ese lugar dominado por las mujeres. En ella queda anulado el problema con la imagen: Agostina la filma varias veces delante del espejo, arreglándose, maquillándose, preparándose para salir. El cuerpo de Fiorella se multiplica, se divide en las tres partes del espejo y esa división es natural, no artificial como cuando la pantalla se divide en tres para replicar la misma imagen. Que Fiorella tenga una pareja que ha nacido presumiblemente en otro país, implica la necesidad de hablar otro idioma, de otro tipo de relación con el mundo.

4. La pareja de Fiorella se llama Ben. Habla en inglés. Vemos la sombra de su cuerpo deambular por la casa en el reflejo del espejo en el que se mira Fiorella. De cierta forma, está fuera de ese mundo: es apenas un visitante, alguien que pasa por allí circunstancialmente. Los hombres están fuera del campo visual. Aparecen solo en las fotos de los álbumes, en los videos de infancia o del cumpleaños de quince. En las referencias tangenciales en las que el relato parece desviarse: el momento en que la abuela le pregunta a la nieta si la piropearon los hombres en Buenos Aires y su reflexión posterior; el diálogo entre la madre y el padre respecto de la preparación de la comida. Más que una ajenidad a la estructura familiar, hay allí una necesidad de no contaminar el espacio que se busca registrar, con la presencia de los hombres.

5. El título del documental parece plantearse como una afirmación. Una puesta en escena del lugar que ocupa Agostina en la rama femenina del movimiento familiar. Pero en verdad el documental no afirma. Pregunta. A las otras mujeres de la familia, para entrever rasgos de una evolución que no parece perceptible. Para observar las tensiones que se articularon en el pasado en un mundo en donde la dominación del hombre era más ostensible y estaba instituida culturalmente (por ejemplo, en la decisión de la madre de dedicarse a la medicina, aunque le interesara la biología, solo por seguir el ejemplo de su tío). En ese preguntar a lo ajeno, desde el otro lado de la cámara lo que hay es un tanteo, una búsqueda un poco a ciegas que a partir del contacto con las otras mujeres permita dibujar el espacio que le corresponde. La negación a interponer la voz propia como discurso es, a partir de allí, más que una decisión de no definir ese espacio, la admisión de que el experimento, parcial por donde se lo vea, no puede ser clausurado.

El espacio que ocupo (Argentina, 2023). Guion, fotografía y dirección: Agostina Gianini. Montaje: Agostina Gianini y Nubia Campos Vieira. Sonido: Florencia González Rogani. Música: Julián Cohen Rúa. Duración: 61 minutos.

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