El 2 de abril de 2013 una tormenta que duró aproximadamente seis horas provocó la inundación más grande de la historia de la ciudad de La Plata. Oficialmente se registraron 89 muertes, pero el hecho de que pocos días después dejaran de sumarse muertos generó la sospecha -cuando no la certeza- de que el número de personas fallecidas era bastante mayor al informado. En especial, durante los meses posteriores, la ciudad se encontró en un estado de shock del que parecía no poder salir, entre el dolor por las pérdidas, el dificultoso trabajo de reconstrucción y la necesidad de continuar con la vida cotidiana. En esos mismos tiempos, los medios locales intentaron ensayar diferentes hipótesis sobre lo ocurrido y remarcar responsabilidades que derivaron en la tragedia. Pero de a poco y con el regreso a cierta normalidad, la inundación como hecho trágico se fue desvaneciendo, al menos de la centralidad discursiva del espacio público.
Que hayan pasado diez años desde los hechos para que aparezca un trabajo documental que pueda despegarse tanto de la matriz periodística como del posicionamiento político plantea un escenario principal: el olvido. Desamparados-Bajo el agua no busca recomponer desde la crónica periodística la sucesión de hechos que desembocaron en la tragedia -aunque sobre todo en la primera parte refiere a ellos-, ni intenta trazar un mapa de responsabilidades que se limite a los cargos políticos. Su mirada se vuelve más amplia que el reproche partidario en tanto involucra acciones. Las que se hicieron y las que se dejaron de hacer. Traza, entonces, un recorrido histórico que restablece una cadena de errores que llevaron a que la fatalidad de lo extraordinario -en tanto la lluvia caída en seis horas superó el record mensual de agua caída registrado en 1977- se convirtiera en trampa sin salida. El establecimiento de una ciudad capital sobre terrenos inundables; una compleja red de arroyos originales que fueron canalizados y entubados; la expansión de la ciudad hacia arriba y hacia más allá de sus límites iniciales; el negocio inmobiliario; causas que llevaron a que las decisiones políticas que atravesaron todo el proceso de desarrollo de la ciudad tendieran a acentuar las probabilidades de una situación como la ocurrida. Lo que no se hizo es lo que vino después y que excede a la reacción del Estado para dar una contención a los ciudadanos: obras y planes que quedan a medio concretar, consultas a las asambleas de vecinos afectados que luego son abandonadas, ausencia de trabajos hidráulicos y de planes de contingencia.
De allí que el documental adquiere su sostén en una serie de planteos que se formulan ya desde su mismo comienzo. Más que centrarse en el relato de lo ocurrido, lo que se plantea es la posibilidad de que vuelva a repetirse. Las voces plantean no solamente la carencia de acciones -en especial en los arroyos que corren en barrios más periféricos-, sino un planteo discursivo que parece señalar una minimización del riesgo. La idea de “evento extraordinario”, si bien cierta, fue utilizada como una forma de plantear la nula probabilidad de su repitencia. Pero es en ese punto en el que los testimonios hacen foco para señalar otros elementos que no se ponen en juego en ese discurso. Que lo extraordinario haya ocurrido implica en sí mismo la posibilidad de que en un tiempo futuro más o menos próximo, pueda volver a repetirse. Si lo que se sostiene es que ante el evento extraordinario como el ocurrido, posiblemente ninguna obra pueda dar una solución completa, lo que aparece como ausencia es la existencia de un plan, de un trabajo de concientización sobre la población para que actúe en caso de que ocurra.
Es en ese punto en el que se asienta el desamparo al que alude el título del documental. Los testimonios plantean, una y otra vez, la incapacidad de determinar qué se debe hacer ante esa situación. No solo lo señalan como parte de lo ya ocurrido -las referencias retroactivas señalan en muchos casos la imprudencia de determinadas acciones, como en el caso de la familia que volvía desde Córdoba e intentó llegar a la casa, el médico que bajo el diluvio fue a su trabajo en el Hospital de Niños o los relatos de quienes salieron a tratar de ayudar a la gente a ponerse a salvo-, sino como potencialidad: hay una sensación continua de que ante una situación similar, esas mismas personas que ya la sufrieron, tampoco sabrían qué hacer.
Una segunda forma de desamparo se vislumbra en el olvido, una instancia que excede a las acciones del Estado y que enraizaron en el entramado social de la ciudad. Hay un momento en el que ese olvido aparece ilustrado de una manera contundente. Un par de vecinos del barrio de Villa Elvira, que se siguen organizando para reclamar a las autoridades y concientizar a los platenses, se sienten -y les han hecho sentir- que son “los locos de la inundación”. La referencia no es casual, sino que atraviesa todos los conflictos de la historia argentina reciente. La locura como definición de quien persiste en la memoria -¿es necesario recordar que a las Madres de Plaza de Mayo las llamaban justamente “locas”?- y en la lucha colectiva. La locura como descalificativo que sitúa a los que reclaman en los márgenes de la sociedad, en una situación de anormalidad que atenta contra lo cotidiano -es muy poderoso el recuerdo de los automovilistas que rechazan sus panfletos y hasta los insultan-. Lo que hace Desamparados-Bajo el agua es quitarlos de ese lugar público para visibilizar nuevamente lo ocurrido y romper con la estrategia de olvido que lleva a pensar que “aquí no ha pasado nada”.
Y en ese camino elige mostrar lo mostrable: algunas pocas imágenes de la lluvia de aquella tarde cuando la tragedia todavía no se había consumado, algunas calles anegadas y unas pocas imágenes del día después, que evitan la truculencia y el regodeo con la tragedia. Lo que rescata a la inundación de La Plata del olvido es aquello que se vuelve intransferible: la puesta en palabras de quienes la sufrieron, el recuerdo que es más poderoso y demoledor que cualquier imagen. Porque más que del hecho, de lo que se ocupa el documental es de rescatar la vivencia personal, el relato en primera persona. No para tratar de entender lo sucedido -de hecho, uno de los testimonios plantea que justamente lo que ocurrió es que nadie entendía lo que le estaba pasando a la ciudad-, sino para recordarlo en la dimensión trágica que tuvo. Ese recordatorio y el señalamiento de algunos pasos básicos a seguir ante la posibilidad de un hecho similar que se despliegan en el final, ponen en primer plano ya no solo que la salvación es colectiva, sino que el Estado sigue ausente y que solo pueden salvarse vidas por la prevención y la solidaridad social.
Desamparados-Bajo el agua (Argentina, 2023). Dirección: Uriel Fernández. Guion: Julián García Reig, Carlos Marino, Alejandra Esponda. Fotografía y cámara: Andrés Migueles, Mariano Oliver, Mariano Casado, Rodrigo Morales, Mireya Goldstein, Juan Marino Esponda, Emiliano Gatti, Martín Nievas, David Muñoz. Montaje: Mariana Pertusso, Julián García Reig.
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