La irrupción del Nuevo Cine Argentino a partir de la segunda mitad de la década del noventa, impuso como marca fundamental el cambio en el lenguaje por dos vías: el cuestionamiento al diálogo como elemento explicativo, reduciéndolo en muchos casos a un mínimo completamente fáctico y la incorporación del habla cotidiana como rechazo al modelo ante el cual se rebelaba (el cine de las dos décadas anteriores) dominado por la lengua. Ese choque, enarbolado casi como una bandera de la novedad, fue central en el análisis que se hizo sobre esa camada de nuevos directores, pero inevitablemente dejaba afuera cualquier recorrido histórico que llevaba a ese momento en particular. Esos análisis se centraban y se detenían en un presente histórico que, en todo caso, se reflejaba como una réplica a un momento anterior.

Algo de esa ausencia es lo que viene a subsanar El cine como eco, el libro de Fernando Varea que ganó el premio del concurso de ensayos sobre cine argentino organizado por la Enerc durante el año 2021. En él, más que partir del presente se remonta al pasado para establecer los cambios que se desarrollaron históricamente. Incluso, limitando el análisis del cine argentino de las últimas décadas en el entendimiento de que, en todo caso, estamos ante un proceso aún en desarrollo y cuyos resultados posiblemente puedan vislumbrarse en algunos años (por caso, la irrupción y el desarrollo del lenguaje inclusivo del cual el cine nacional parece recién empezar a dar cuenta).

Varea vuelve en su libro a los inicios. Recupera incluso el escaso material sobreviviente del período mudo para trabajar en ellos la idea de que, aún sin diálogo, hay expresiones del lenguaje que merecen ser analizadas. Así es que los títulos de las películas y los intertítulos, comienzan a señalar el uso de las palabras desde una perspectiva específica. Es entonces que aparecen las primeras señales de ese planteo inicial del autor: “el cine funciona como un eco de las palabras de una sociedad, pero no necesariamente devolviéndolos de la misma manera”. Allí es donde se asientan las bases de la relación que se establece entre una creación, una obra específica -en este caso, una película- y el público. Que Varea se detenga con más detalle en el período que va desde los comienzos del cine hasta la década del sesenta, señala además que esa interacción fue potencialmente mayor en tanto allí se sitúa el momento de mayor afluencia de público hacia las salas para ver cine argentino.

Si ese período se cierra con la llegada de la televisión que impone otros códigos, el comienzo se relaciona directamente con la influencia poderosa de la radio como medio de comunicación -y que como señala Raúl Manrupe en su libro Vamos a una pausa, también influyó en la primera década del desarrollo de la televisión.

Es interesante que el análisis no lo plantea como una transposición de motivos lingüísticos, sino como una derivación inevitable: las estrellas de la radio pasan al cine, llevando, asimismo, parte importante de su popularidad al nuevo medio. De allí que el conflicto que sostenía a la radio como medio, se traslada al cine. Y es allí donde Varea despliega el eje de su trabajo. Más que en la evolución de esas formas del habla a lo largo del tiempo, se interesa por trabajar sobre la tensión esencial que despliega el lenguaje en el cine.

Hay una paradoja interesante en ese planteo. Porque, por un lado, el trabajo señala la “encandilación de clases medias y bajas con discursos pulidos que implican un deseo de ascenso social”, pero por otra parte recalca el peso que adquiere el uso de palabras provenientes tanto del tango y el lunfardo, como del vocabulario traído por inmigrantes y tradiciones del campo. En esa paradoja reside entonces la tensión central que observa Varea y que traduce en la dicotomía lenguaje informal/discursos autorizados.  Su análisis entonces, se aplica antes que, a resolver, a poner de manifiesto las formas que adquirieron esas tensiones y la manera en que unas y otras fueron alternándose en el predominio sobre el lenguaje en el cine argentino. Lo cual no es más que la representación de una lucha instalada en la sociedad entre la burguesía y los sectores acomodados frente a los pobres y marginados.

El cine se vuelve, entonces, territorio en disputa. Entre el hablar bien y el hablar mal, en sentido simbólico. Entre quienes prefieren la autenticidad por sobre la grandilocuencia -y en ese lugar sitúa a Ferreyra y Torres Ríos- y los que lo cuestionan desde el lugar de la literatura -como Ricardo Rojas. Elementos que el autor percibe como una continuidad en la década del sesenta -la ironía y el sarcasmo en Torre Nilsson, Martínez Suárez y Kuhn, el apocamiento pueblerino en Favio y Sarquis frente a la relación con la literatura en Antín.

Sin embargo, en ese desarrollo Varea encuentra los elementos precisos que establecen instancias de cambios posibles. Las canciones en la década del treinta funcionando como afianzadores del lenguaje popular. La posterior despersonalización por la utilización del lenguaje neutro para entrar en el mercado latinoamericano -y que tendría un reprise en los ochenta y noventa con las coproducciones que llevan a la pérdida de identidad de la lengua. En esa cantidad de pequeños y grandes hallazgos -que lo lleva a enumerar títulos de películas donde entra en juego otro lenguaje o a citar literalmente textos de diálogos-, Varea incluso se permite pensar el cine de la década del ochenta, ese territorio denostado y olvidado -tal vez por la influencia del Nuevo Cine Argentino y sus acólitos- en el que encuentra un cruce entre las formulaciones del sainete de la década del cuarenta y la audacia sobreactuada de los sesenta.

En un texto que no se cierra, en tanto imposibilidad de llegar a la conclusión de un proceso aún en desarrollo, el libro de Varea traza un mapa de un territorio hasta el momento poco explorado, lo que lo vuelve aún más valioso. Y de allí subsiste, como algo que parece traspasar las épocas para seguir proyectándose hacia el futuro, la idea de un idioma manipulado por guardianes morales, por la repetición de recetas y por no defraudar las expectativas del público. Eso que explica el cine clásico argentino y que bien puede definir a la mayor parte del cine y la producción audiovisual argentina actual.   

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