Las primeras escenas de Close (2022), segundo largometraje del realizador belga Lukas Dhont, nos colocan en la situación y brindan indicios de lo que seguirá. Se trata de Léo (Eden Dambrine) y Remi (Gustav De Waele), mejores e inseparables amigos desde la infancia. Los vemos pasar tiempo juntos, jugando a que son perseguidos por un ejército, corriendo a través de la plantación de flores para escapar, soñar, reirse mientras Remi practica con el oboe y dormir en las noches con sus cuerpos muy cercanos uno del otro.

La clave de este pasaje está en la ambigüedad que desliza y mantiene el director entre la ternura y la afectuosidad de la amistad entre amigos y el despuntar de un posible deseo homosexual. Esto se cifra principalmente a través de las expresivas miradas de Leo hacia Remi, teñidas de una mezcla de admiración y fogosidad; en el rojo que tiñe las paredes de la habitación de la casa de Remi, donde ambos pasan tardes y noches, y también en los colores que los identifican: el blanco del candor de la infancia para Leo, el rojo o morado del objeto de deseo y del padecimiento por venir para Remi. La androginia y el carisma de las expresiones de Eden Dambrine resultan fundamentales para sostener este ambiguo matiz con solvencia a lo largo de la película. Se trata de los buenos tiempos, siempre bañados en la calidez de la luminosidad que los envuelve.

Un giro ocurre para ambos al ingresar al primer año de la secundaria, que se anticipa con el inocente juego del comienzo de tener que esconderse en la oscuridad frente a la avanzada de un ejército medieval (hay referencia al ruido de armaduras), que los va cercando. En lo que se observa como un pequeño poblado agreste y rural, debido a esa cercanía de los cuerpos rayana en la hermandad o el homoerotismo, unas compañeras del colegio comienzan a preguntarle a Léo si son pareja y en el recreo un compañero comienza a molestarlo llamándolo “niña” y “marica”. La inseparable amistad comienza a ser puesta en cuestión frente a la mirada del otro social. Un prejuicio, que bien parece de otro tiempo y retrógrado al día de hoy, pero que no obstante persiste y se vuelve acuciante en entornos sociales más reducidos, y que sin embargo no recae frente a las manifestaciones de afecto entre mujeres.

Esto genera que Léo se aleje de Remi. Vemos que se integra a los juegos grupales en la escuela, que comienza a practicar hockey sobre hielo, un deporte duro y rudo, que pierde interés por el asiduo juego compartido y por la íntima complicidad de dormir en la misma cama. Los sentimientos encontrados de amor y odio por el amigo se expresan en la juguetona lucha cuerpo a cuerpo sobre la cama, cuando Léo encuentre en la mañana que esta vez fue Remi quien se ha pasado a la suya.

El dúo se fractura: cuerpos que se alejan, estadías juntos en casa de Remi que comienzan a espaciarse. La puesta en escena lo puntúa con el vidrio de la cancha de hockey que los separa y los deja a cada uno del otro lado, transformándolos de entrañablemente inseparables en angustiosamente inalcanzables; por el camino en común que recorren a diario en bicicleta y que luego se bifurca, y al mismo tiempo por una luminosidad que poco a poco comienza a opacarse, con la introducción de colores más oscuros y del clima invernal. La calidez del sol y la alegría de la flores dan lugar a cielos más cargados, a la frialdad y la hostilidad de la cancha de hockey sobre hielo y a la introducción de una música más grave y dramática como modos que encuentra el director de transmitirlos la interioridad de los sentimientos que atraviesa Léo.

Algo digno de destacar de Close es que el director no toma el camino fácil de los lugares comunes de reemplazar una relación con otra, como pasa con el acercamiento de Léo a Baptiste, quien lo introduce al hockey, ni tampoco del bullying despiadado sobre él durante los entrenamientos. Dhont sugiere sutilmente, pero nunca impone ni aplasta un sentido para el espectador. 

La entrada en la adolescencia implica, tanto para el niño como para sus padres, un duelo por el niño y  por el cuerpo que se fue en la infancia, para integrarse en el grupo de pares, en el mundo de las responsabilidades y comenzar a delinear la propia posición sexuada y el proyecto de vida. Es este pasaje el que no puede realizar Remi ni sus padres, cifrado en esa mirada de su madre hacia él en el concierto donde toca el oboe, que el director destaca muy bien mediante el recurso del foco y el fuera de foco que la recorta respecto del resto de los asistentes y que ubican a Remi en el lugar del falo admirado por ella; y también en los excesivos cuidados que sus padres le prodigan.

Dhont invierte los roles supuestos en apariencia a cada uno de los amigos en el comienzo: donde se podría pensar, por la delicadeza de los rasgos, por sus manifestaciones de cariño y cuidado hacia Remi, una posición de fragilidad subjetiva en Léo, el pasaje a la adolescencia nos muestra lo contrario. Vemos templanza en los rigurosos entrenamientos de hockey, inserción en el mundo del trabajo junto a su familia, posibilidad de tramitar (no sin dolor ni culpa) el duelo por la pérdida de su gran amigo de la infancia. Remi, en cambio, sucumbe en el pasaje de una etapa a la otra, no puede sostenerse en la vida sin su par o su doble. Aquí la clave desde la puesta en escena la brinda el oboe, claro símbolo fálico. De aquí que podamos pensar que si Remi lo tiene en tanto objeto que lo representa, es porque carece de él en calidad de significante. El falo, contrario a lo se supone, no es el órgano que puede representarlo,  es un significante que es legado por el padre a la salida del complejo de Edipo en la infancia. El padre, en su enunciación, sitúa a la madre como prohibida, pero brinda la herramienta simbólica del falo como llave para la exogamia. El falo es el significante que permite arreglárselas, hacer metáfora en el encuentro con lo irrepresentable del otro sexo, de la muerte y del sin sentido de la nuda vida.

Otra línea para pensar la película es el duelo por la muerte de un ser querido, en este caso del amigo de la infancia. Aquí la participación en los ritos funerarios, el tránsito por los lugares que frecuentaba aquel que ya no está, la puesta en palabras de los contenidos sentimientos de añoranza y de culpabilidad, son modos de bordear y de elaborar aquello que permanece como inexplicable e indecible.

Por otra parte, los pormenores relacionados al trágico suicidio de Remi permanecen fuera de campo (en consistencia  con la adopción del punto de vista de Léo), pues retomando lo dicho más arriba y tomando la escena final con la magnética y carismática mirada de Léo, de lo que se trata en definitiva en la película es del momento de pasaje de la infancia a la adolescencia. En este sentido, la trágica muerte de Remi puede leerse como metáfora de aquello de la infancia que hay que perder y duelar para poder crecer.

Close encuentra entonces su valor por rescatar la importancia de los ritos de paso que en la actualidad permanecen notablemente perdidos y por visibilizar los prejuicios ligados a la afectividad entre varones, la problemática del bullying y la escasez de referentes alternativos de diálogo y contención respecto de los padres, en una etapa vital que está signada precisamente por el distanciamiento respecto de ellos. Lukas Dhont consigue plasmar todo esto apelando a la sutileza, la belleza y la mesura emotiva. La potencia de Close está entonces en la poética de sus divinos detalles.

Close (Bélgica, 2022). Dirección: Lukas Dhont. Guion: Lukas Dhont, Angelo Tijssens. Fotografía: Frank van den Eeden. Música: Valentin Hadjadj. Reparto: Eden Dambrine, Gustav De Waele, Émilie Dequenne, Léa Drucker, Igor van Dessel, Kevin Janssens, Marc Weiss. Duración: 104 minutos.

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