Tár, la última película de Todd Field, es un retrato potente de casi tres horas sobre la vida de Lydia Tár, una famosa y fabulosa directora de orquesta, en este caso la primera directora titular de una prestigiosa orquesta europea. Una ficción que bien podría tratarse del retrato incómodo y crítico de un personaje europeo, bien hanekeano, de esos de clase acomodada que se codea con las altas jerarquías académicas y que ocupa un lugar privilegiado en la sociedad berlinesa.
Nadie más empoderada que ella, una “laburante” de la música clásica, porque el desarrollo de la primera parte de la película apunta a mostrar el proceso, la técnica, sus ensayos, la estricta disciplina que rodea a Lydia y en la que se mueve su cotidianeidad. Lydia recorre los pasillos de los teatros y salas de orquesta clásica, salones de gala y aulas de estudio y con ello todo lo que rodea a este mundo. Seguimos a Lydia, “una lesbiana intensa”, controladora, potente e inquebrantable que ya superó varios techos de cristal y que su profesión supone un alto cargo jerárquico y de excelencia, que se pasea entre reuniones y clases magistrales, donde entramos al universo de las discusiones técnicas, de las decisiones estéticas, musicales y demás que van en consonancia con el tono de la película. Plano y contraplano, contenido monocromático y ritmo pausado, concentración en diálogos y mucho espacio para esto (un verdadero deleite del tedio).
En este remanso, no viene mal recordar que siempre acecha el imprevisto, inclusive en las vidas burguesas, cómodas y estables en la que se mueve Lydia, entre vuelos privados, responsabilidades académicas y secuencias musicales de orquesta; un mundo ilustrado y opresivo a la vez que exigente y controlado, que claramente pide a gritos una válvula de escape.
Y lo que ocurrirá en los próximos 120 minutos de metraje será un recorrido de ese escape que pendulará entre la transformación del tono de la película, la variación de los géneros cinematográficos y el desconcierto. Es aquí donde la cosa se pone bien interesante, porque dejamos de estar frente a algo que “controlamos” como espectadores, para ceder ante lo imprevisto, para enfrentarnos a momentos de suspenso que se acercan al terror y al misterio de esa vida fabulosa pero llena de secretos (o pretendidos secretos) donde se cuela el horror, el miedo y la fragilidad de los vínculos, del deseo y las frustraciones (hasta para ella). Y aquí lo que el cine nos viene a decir, una vez más, es que no solo sirve para contar una historia, sino que se nutre de sensaciones, de búsquedas de sentido, de símbolos y de percepciones, de ideas que se completan en conjunto con un otro, con (nos) otros, que completamos o entendemos o receptamos lo que vemos, y ese es el “quid de la cuestión”.
Lo de Blanchett seduciendo a la cámara es descomunal. Histriónica o exagerada, inmutable o emocionada, la cámara la persigue y nosotros no podemos dejar de mirarla. Pero Tár al final de todo resulta ser algo más que una excusa para verla y deleitarnos con su presencia hipnótica y atrapante. La película de Field es un retrato vivo y audaz de un personaje, quizás no tan novedoso, pero hermoso de ver para quienes somos en cierta forma fetichistas de la imagen. Se agradece la presencia de la maravillosa Nina Hoss. Se agradece esa extraña y pocas veces lograda sensación de querer verla otra vez apenas terminada. Y se agradece, sobre todo, que en tiempos de series donde lo único que parece importar es lo explosivo e instantáneo, exista esta película discreta y nada rimbombante, que dura casi tres horas y que celebra el cine como pocas.
Tár (Estados Unidos, 2022). Guion y dirección: Todd Field. Fotografía: Florian Hoffmeister. Música: Hildur Guðnadóttir. Reparto: Cate Blanchett, Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant, Sam Douglas, Sydney Lemmon, Murali Perumal, Diana Birenyte, Vivian Full, Amanda Blake. Duración: 158 minutos.
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