Un poster que habla: Buck and the preacher (1972), western de Poitier, guía de Peele y de tantos otros negros magos. Trabajo de arte no azaroso; homenaje, uno entre muchos, en una película-guiño. El poster está colgado en la casa de los Haywood, los negros hermanos protagonistas: Emerald (Keke Palmer) y OJ (Daniel Kaluuya). ¿Cómo que en ésta no habla de la problemática negra? Los hermanos realizan un trabajo marginal y artesanal en la industria hollywoodense, y en una escena temprana reclaman reconocimiento: todos conocen el Horse in motion de Muybridge de 1878 pero nadie conoce al negro jinete, primera estrella de (proto)cine y familiar -en la ficción- de los hermanos Haywood. Lucha contra el desplazamiento y resignificación del desierto apropiado por el vaquero blanco. Nada nuevo bajo el sol si pensamos en el sargento Rutledge de Ford, tiñendo al western, como luego lo haría el mencionado Poitier (así como Duane Jones poniéndole negrura al horror en el 68 podría ser antecedente de Peele todo). Estudioso del género Jordan Peele, y se nota en planos difíciles de individualizar porque no se trata sólo de escenas y secuencias aisladas sino más bien de algo que impregna la totalidad, y, por ende, a los protagonistas. No importa entonces la reformulación de Encuentros cercanos del tercer tipo (1977) o de Tiburón (1975), esta última la preferida del director/guionista y la que le dio un verano eterno de terror que pretendió emular, sino una construcción narrativa vinculada a cuestiones más constitutivas del género. Podríamos decir que Emerald es una mujer hawksiana, con una personalidad enérgica opuesta al laconismo de OJ. Llegando al clímax también habrá una dinámica grupal en la que parece resonar el héroe colectivo de Howard Hawks. Si Carpenter dijo que hay dos maneras de hacer cine, como Ford o como Hawks, Peele -aunque en entrevistas haya dicho que pretendía homenajear a Ford y a Spielberg- pareciera rendir más tributo a Howard. Seguramente no por cuestiones del azar tiene algunos minutos de pantalla Keith David, el Childs del grupo hawksiano de la remake de La Cosa (1981), otra de aislados del mundo acechados por organismos desconocidos. 

Una película dentro de la película. Y no me refiero a la escena en la que los hermanos van al set y son devorados por la actualidad (y de paso se tira otra pista sobre el comportamiento animal y su consecuente venganza a la ecoterror), o a las escenas del DF excéntrico -que en principio iba a ser interpretado por Herzog- en las que filma a manivela hasta las últimas consecuencias, sino a la historia del mono Gordy. Los ¿cinco? minutos de esa historia son el terror dentro de las algo largas dos horas y pico de ciencia ficción, comedia y aventuras. Nos llega de a migajas, como prólogo y como flashbacks de Jupe (Steven Yeun), un niño actor que trabajaba en una sitcom con Gordy, chimpancé explotado en función del espectáculo que efectivamente explota de rabia y masacra a todo el set menos al que portará el relato, el aún pequeño Jupe, que de adulto es dueño de un parque temático ubicado cerca del rancho de los Haywood, en el que explota a otros animales e incluso al UFO devenido alien, y reproduce su desgracia en un loop maldito. La violencia de la escena de Gordy conecta con la brutalidad que había mostrado Peele en el final de Get Out (2017) y con la violencia latente y ubicua de Us (2019); acá lo brutal se nos niega con fundidos a negro y fueras de campo, porque Nope es, nos guste o no, una feel-good celebratoria.

Una cita bíblica hecha por un ateo.“No soy un tipo religioso” dijo Peele por ahí, pero no sólo abre su última película con una cita del antiguo testamento, sino que se pueden rastrear sus intereses teológicos en todo el relato. Desde la forma que finalmente adopta su alien, a su personaje Ángel (Brandon Perea), que va a cuidar a los hermanos Haywood desde el cielo virtual aunque ellos le digan que no lo haga. Intereses que muestra Peele y que ya había mostrado en Us, otra que cita profecías apocalípticas y que en definitiva además de una crítica al capitalismo con la máxima tan simple como irrefutable del buen vivir a costa del que tenés bajo tu suela, era, entre varias cosas más, sobre el tan amplio amor al prójimo, como bien dijeron varios críticos de cine católicos de Estados Unidos; intereses que a su vez conectan con su crítica al espectáculo secular e inescrupuloso que atenta contra lo sagrado, paradójicamente en su película más cara y espectacular. “Arrojaré inmundicias sobre ti, te haré despreciable y te expondré como espectáculo”; lo de la placa inicial es el capítulo tres del libro de Nahum, la ira de dios en este caso aplicada a la venganza animal, terrestre o extraterrestre. Ecoterror dispuesto como cine de aventuras con una resolución que pareciera atentar contra la idea principal; “el cine clásico salvando al mundo” explicó Peele por si algún desprevenido se quedaba afuera de su festival de autoconsciencia; pero salvar al mundo, en este caso, se logra mediante el sacrificio de otra víctima como el mono Gordy, porque ese alien que da a castillo inflable no es otra cosa que una nueva ofrenda para el dios espectáculo, ese al que Peele critica mientras le reza.

¡Nop! (Nope, Estados Unidos, 2022). Guion y dirección: Jordan Peele. Fotografía: Hoyte van Hoytema. Música: Michael Abels. Reparto: Daniel Kaluuya, Keke Palmer, Brandon Perea, Steven Yeun, Terry Notary, Donna Mills, Michael Wincott, Barbie Ferreira, Jennifer Lafleur, Ryan W. Garcia, Sophia Coto, Andrew Patrick Ralston, Conor Kowalski. Duración: 130 minutos.

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