¿Cuántas veces se puede volver a contar la misma historia y seguir satisfaciendo las expectativas del público? En el género de superhéroes –que desde comienzos del siglo XXI lidera y domina la industria cinematográfica hollywoodense– suele pecarse de reciclar los orígenes del protagonista para re-narrarlos, incorporar la figura de un villano de moral cada vez más aborrecible y abusar finalmente de toneladas de escenas de acción –las cuales, a veces, son innecesarias–. La fórmula, de tanto repetirse, corre el riesgo de dejar de sorprender a los espectadores e inevitablemente llegar a agotarse por completo. Esta perspectiva pesimista del panorama se difumina con el estreno de Spider-Man: un nuevo universo, película animada del héroe arácnido, que rinde homenaje a la estructura visual y narrativa del cómic para convertirse potencialmente en uno de los mejores rebootsrealizados de este personaje hasta el momento.
La dupla conformada por Phil Lord y Christopher Miller, responsables del guion de la película, ya había explorado con anterioridad las aguas de los superhéroes, la animación y el lenguaje apto para todo público. La gran aventura Lego (2014) y LEGO Batman: la película (2017) son dos pruebas contundentes de ello. La última cinta mencionada constituyó una auténtica irreverencia revolucionaria para los productos habituales ofrecidos por el universo DC debido al espíritu satírico del relato, sobre todo, cuando consideramos el hecho de que las películas de Batman realizadas por Nolan, Schumacher o Burton se definían por ser solemnes y por presentar a un héroe sometido a torturas graves y ampulosas. Sin devenir avatar de guerra, la dupla Lord-Miller demuestra en Spider-Man: un nuevo universo que su creatividad es inclaudicable y que la desfachatez e insolencia para trastocar fórmulas narrativas suele ser un certero tiro al blanco.
La película dirigida por el trío Bob Persichetti, Peter Ramsey y RodneyRothman retoma “la misma historia que todos conocen” –la picadura de la araña radioactiva, la muerte del tío, primeras experiencias arácnidas, el reconocimiento social y la fama– como una excusa benefactora o, mejor dicho, como un artilugio narrativo que permite introducir una nueva visión sobre lo que implica ser un héroe en nuestra sociedad “multiculturalista” contemporánea. Hasta el momento, todos creíamos saber que la identidad del Hombre Araña pertenecía al joven Peter Parker; sin embargo, el insecto también dejó su huella en los cuerpos de otros cinco sujetos provenientes de dimensiones diferentes, y en un niño que vive en Brooklyn llamado Miles Morales.
Miles Morales (Shameik Moore), que en su nombre esconde una referencia nostálgica al ídolo del jazz, Miles Davis, –y esta idea se refuerza aún más con la información de que su progenitor se llama “Jefferson Davis”– es hijo de un policía afroamericano y una enfermera puertorriqueña[1]. Miles tiene trece años, sale por los suburbios a pintar grafitis a escondidas de su padre, le gusta escuchar hip-hop –la banda sonora de la película es memorable y, probablemente, la canción Sunflower de Post Malone devenga en éxito comercial– y admira a su tío Aaron. Una noche, en compañía de éste, mientras escribía con aerosoles la palabra “expectations” (cuya traducción certera, para este caso, sería “esperanzas”[2]) es picado en la mano por la araña radioactiva y, luego de un cruel episodio con el villano Kingpin (LievSchreiber), descubre que deberá reemplazar a Peter Parker. En resumidas cuentas, el héroe de este nuevo rebootes mestizo (afrolatino) –nació bajo la estela del gobierno de Barack Obama- y proviene de una clase social media-baja.
La estructura narrativa de la película puede dividirse en dos partes: la primera, contiene la algarabía y gracia propias de un coming-of-age: el niño confunde los síntomas del veneno arácnido con los característicos de la pubertad (el sorpresivo “crecer de golpe” con pantalones que parecieran encogerse por la noche, sudoración y otros cambios físicos). En ese proceso de crecimiento, pasaje de la niñez a la adolescencia, Miles obtiene la responsabilidad de reemplazar a Peter Parker y, como consecuencia de un confuso episodio, conocerá a otras cinco personas que “son como él” (poseen la capacidad de adherirse a cualquier superficie, fuerza sobre-humana y sentido arácnido). Sin embargo, esos sujetos provienen de universos paralelos, por eso sus modos de ver el mundo, su fisonomía y modos de expresión serán diversos a los del adolescente. La segunda parte sucede a continuación de la introducción de esos personajes, y está dotada de escenas de acción, tensión y clímax dramáticos.
Conciencia de clase y mezcla de etnias son los verdaderos temas que irradian la pantalla grande. En la actual era Donald Trump, resulta todo un gesto de osadía otorgarle el rol protagónico y el título de héroe a un púber afrolatino. El personaje de Miles Morales no es utilitario, ni reservorio en potencia para el partido político opositor al dominante, así como tampoco se rinde a la lógica de placebo moral para las masas. No hay homogeneización cultural, aunque sea un producto proveniente del Hollywood industrial. Miles Morales es hijo de una Estados Unidos mestiza, cuyos índices de densidad demográfica están conformados en su gran mayoría por inmigrantes. Vale mencionar que el pueblo latino y africano llevan la delantera en los números de habitantes promedios del país. Los progenitores de Miles no nacieron en Estados Unidos. Prueba de ello es el apellido paterno (Morales) y las palabras pronunciadas en español por su madre.
El Estados Unidos empírico y mensurable, del mundo real, está colmado de extranjeros y confluyen en su extensión geográfica una diversidad de lenguas, creencias religiosas y colores de piel, tal como sucede en el universo de ficción creado por la dupla Lord-Miller. Si bien existen personajes humanos con identidades latinas, africanas, asiáticas y/o australianas, también aparecen personajes antropomorfizados que tienen otras costumbres (Spider-Man Noir procede de un contexto donde todo es blanco y negro, Spider-Ham emana de un lugar donde los animales pueden hablar). La confluencia de realidades alternativas a la dominante es primordial, y no se apela al recurso narrativo del pasado trágico familiar, ni a exhibir al país de Mickey Mouse como una tierra de promesas benevolente para con los inmigrantes. No se trata ya de difundir el “multiculturalismo”, ese ideal peligroso que pretende impulsar “la tolerancia del otro que es diferente a mí”, –ideal engañoso que cree en la existencia de una especie superior (blanca, rubia y cristiana)–, sino que Spider-Man: un nuevo universo muestra hechos consumados. Los extranjeros, los mestizos nacidos en el país, son parte del pueblo norteamericano; no hay ni que tolerarlos, ni tratarlos particularmente de manera amorosa, ni ignorarlos, ni estigmatizarlos. Simplemente conforman y representan al grueso del pueblo y punto final. Y, como si fuera poco, el héroe arácnido procede del pueblo.
La grandeza de esta película se encuentra, además, en su formato visual. La animación, digna heredera del cómic, se realiza a doce cuadros por segundo en contraposición a los veinticuatro tradicionales. Esta decisión estética se corresponde con la textura de la imagen: son fuertemente marcados los trazos de lápiz y se apela al uso de onomatopeyas y de carteles que expresan los pensamientos y el lenguaje interior de los personajes, lo cual le otorga una impronta de historieta a la composición de los cuadros. A medida que va avanzando la narración, pareciera que estamos dando vuelta la página de un cómic, y que cada cuadro que vemos es una de sus viñetas. De este modo, el papel que dio origen a la narración gráfica se presenta en Spider-Man: un nuevo universo de modo romántico y gratificante. Lo único en contra es el uso constante del fuera de foco que, por pretender jugar con las perspectivas, desluce el estilo de las viñetas y las imágenes casi hiperrealistas que se construyen.
La gratitud hacia la historieta es tan genuina que los personajes que acompañan a Miles en su periplo (de detener a Kingpin) son deudores de la misma. En particular, hay tres de ellos que merecen toda nuestra atención: Spider-ManNoir, Peni Parker y Spider-Ham. La construcción dramática del primero de ellos se vincula con el género policial y el cine negro. Con voz de Nicolas Cage, este detective privado, que camina bajo la lluvia copiosa y es amigo de la noche, resulta hilarante y constituye un cálido homenaje al noir. Por su parte, es fascinante la incorporación de algunos de los recursos habituales del animé y el manga para diseñar a la mujer arácnida, Peni Parker (Kimiko Glenn), quien tiene ojos muy grandes, ovalados, de color llamativo, y que manifiesta sus estados de ánimo con expresiones faciales muy denotadas. Por último, es plausible de mencionar el homenaje a la caricatura Looney Tunes que se realiza por medio del personaje de Spider-Ham (John Mulaney), un puerco araña, que se defiende en las batallas con yunques, dinamitas y martillos gigantes de madera. Habiendo obtenido recientemente el Globo de Oro a mejor largometraje de animación, Spider-Man: un nuevo universo es una propuesta fresca, ingeniosa, carismática e irreverente dentro del género de superhéroes. Con cameo de Stan Lee (su voz fue grabada antes de su muerte), dedicatorias también al co-creador Steve Ditko, música de Post Malone, escenas paródicas y de acción, la dupla Lord-Miller demuestra que los auténticos héroes son quienes empatizan con su creatividad, los que son solidarios con su pueblo, sin importar cuál es su linaje social y racial. Miles Morales, adolescente afrolatino, creyendo en sus ideales y venciendo al villano corporativista de Kingpin ha de ser el mejor Hombre Araña de los últimos tiempos.
Spider-Man: Un nuevo universo (Spider-Man: Into the Spider-Verse, Estados Unidos, 2018). Dirección: Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rothman. Elenco: Shamek Moore, Jake Johnson, Hailee Steinfeld, Nicolas Cage. Duración 117 minutos.
[1]Resulta interesante que Miles lleve el apellido de su madre y no el de su padre.
[2] En la película, Miles Morales es signado a realizar un ensayo basado en la novela “Grandes Esperanzas” (‘Great Expectations’) de Charles Dickens.
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