La primera figura humanoide que puede apreciarse en pantalla es la de una estatua de Cristo dispuesta a un lado de la carretera, cubierta de nieve de tal forma que (¿casualmente?) su cabeza parece adornada por un clásico gorro del Ku Klux Klan. Esta imagen acompaña la secuencia inicial de créditos hasta que una diligencia fordiana se acerca lo suficiente a la cámara, como para dar comienzo a la presentación de los personajes, que entablará un juego dialógico extendido durante el resto de la película.
Desde un primer momento se hace notar el abismo racial de la época encarnado en el personaje de Samuel L. Jackson, al parecer el único hombre negro en estas tierras blancas, que debe enfrentarse a un entorno siempre hostil a fuerza de su pistola y, por sobre todas las cosas, su lengua. Las tensiones y secuelas de la reciente guerra civil son palpables y junto a ellas el sabor del mito americano todavía en construcción, todavía verde y en busca de héroes canónicos que lo representen de la forma adecuada.
Porque si de algo está hablando Los 8 más odiados es de los mitos y leyendas que ayudan a construir la psiquis y la identidad del individuo, además de sus responsabilidades sociales y su sentido patriótico; en este caso, los personajes son habitantes de un país con poca historia y cuya estabilidad como institución había sido puesta en duda por la Guerra de Secesión, por lo que sus creencias son superficiales e intercambiables y no están fundadas sobre una mitología común.
En estas tierras alienadas por el frío y la soledad los personajes buscan aferrarse a cualquier atisbo de verdad que se les presente, aunque en el fondo desconfíen de las intenciones de todo ser humano (acá entra en juego el germen carpenteriano-hobbesiano) y por lo tanto desconfíen a su vez de las bases mismas que conforman la realidad subjetiva de cada uno.
Entonces, valiéndose del género que más ayudó a forjar la identidad estadounidense (y a sacarse de encima el peso moral de algún que otro genocidio) mediante su mitificación, Quentin Tarantino va al origen del mito para demostrar que, allá atrás, en los albores de la Historia de su país, no había más que hombre enojados con otros hombres y con ellos mismos, y que esos fueron los verdaderos Padres Fundadores de una nación fundamentalmente iracunda. Al igual que Petróleo sangriento, de Paul Thomas Anderson, Los 8 más odiados vuelve a confirmar la noción de que la patria fue fundada literalmente a base de sangre.
En la película los personajes desconfían unos de otros y de las “verdades” que comparten; el ejemplo más claro es la supuesta carta de Abraham Lincoln que porta el personaje de Jackson a pesar de que muchos intentan desmentir su autenticidad. Los sentimientos y reacciones a partir de la cuestión de la legitimidad de esa carta revelan los endebles cimientos sobre los que los personajes se sostienen, ya que no tienen contra qué falsar sus verdades, por lo que la verdad pasa a cobrar un carácter múltiple y peligroso.
El que mejor sepa manejar el mito, o la mentira (o la lengua), será el más apto y podrá imponer su verdad por sobre los demás, o por lo menos esto se trasluce a través de la mirada perdida y desconsolada de Kurt Russell y los ojos perversos de Jennifer Jason Leigh, en el fondo copartícipes del mismo desamparo, físico e ideológico.
La carta de Lincoln también opera como metáfora de la mitificación de la política y sus principales referentes, que en este caso (a pesar de haber sido un contemporáneo) se ve reflejada en la distancia con la que los personajes hablan sobre el presidente y su vida; en lo que a ellos concierne, todo podría ser un mundo de fantasía, Mary Todd podría ser Blanca Nieves y Abraham su Príncipe Azul, ya que en la carretera no hay mandatarios ni jurisdicción, sólo el hombre siendo un lobo para el hombre y los políticos de vida pública nada más que una esfera platónica inalcanzable. La lucha por la libertad nunca terminó ni terminará, aunque se haga creer lo contrario.
Para Tarantino el mito es algo que hay que escupir y regurgitar, algo con lo que hay que saber jugar y dialogar, algo mutante y con vida propia. El mainstream ideológico americano no lo cree así; su último estandarte moralista fue Star Wars de J. J. Abrams como frutilla del postre de la ciencia ficción adolescente que viene adoctrinando mentes jóvenes por doquier y consolidando cada vez más el sentido del heroísmo y el patriotismo tan funcionales al negocio de la guerra.
Por eso, Quentin, el pueblo reclama que nunca dejes de romper las bolas.
Acá puede leerse un texto de Nuria Silva y otro de José Miccio sobre la misma película.
Los 8 más odiados (The Hateful Eight, EUA, 2015), de Quentin Tarantino, c/Samuel L. Jackson, Kurt Russell, Jennifer Jason Leigh, Tim Roth, 187′.
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