La placa del comienzo brinda la definición médica del puerperio entendido como el período de 40 días posteriores al parto, tras el cual el organismo de la mujer vuelve al estado anterior a la gestación. Pero, en realidad, ¿es posible el retorno a lo anterior? Esta pregunta es el eje a partir del cual se despliega la serie No sé cómo volver, dirigida por la realizadora argentina Silvina Estévez.

En términos del formato, se trata de una serie que hibrida el documental con la ficción en clave realista. A lo largo de sus ocho episodios, se despliegan las situaciones puerperales vividas por cuatro mujeres desde la ficción (y que se van vinculando conforme avancen los capítulos), a la par que distintas voces, de profesionales de diversas disciplinas y de personajes de su entorno, intervienen mediante sus opiniones y puntos de vista. Enfoque interesante ya que ocurre cotidianamente que, alrededor del recién nacido y su madre, un coro hable sobre ellos interpretando esa relación, algunas veces actuando desde el acompañamiento y muchas otras obstaculizando la construcción del vínculo entre la madre y la/el hija/o.

La pregunta del comienzo es sumamente pertinente ya que el parto es un acontecimiento que marca un antes y un después en la vida de una mujer, cuyas marcas en el cuerpo son el testimonio de la imposibilidad de retornar al estado anterior. Acontecida la maternidad en términos biológicos, se trata de ahora en más de subjetivarla, encarnarla y transitarla de acuerdo a la singularidad de cada una y, al mismo tiempo, de recuperar la orientación a lo femenino (que muchas veces queda eclipsada por el Ideal de la maternidad); así como de regresar a la vida laboral, lo cual no es sin dificultades de acuerdo a la situación socio-familiar de cada una.

La decisión de la directora de ficcionalizar diversas historias de maternidad es interesante, pues permite deconstruir la idea de un instinto maternal en la mujer, que la destinaría desde la biología a ser madre, y también la idealización de la maternidad como un estado pleno de felicidad. En tanto seres hablantes, el registro de la biología está perdido, de ahí que no pueda hablarse de instinto materno, sino de la maternidad como elección posible para cada una. Al mismo tiempo, se rompe con el Ideal de la Madre, feliz e inmaculada, para dar cuenta de que hay diversas modalidades de encarnar y encontrar un saber hacer con la maternidad, donde se debe lidiar no sólo con las apremiantes demandas del bebé sino también con las demandas familiares y sociales al respecto.  Más que La Madre, en referencia al Ideal de la Buena Madre, hay las madres una por una; donde la referencia puede ser en principio la propia madre, en un devenir hacia la producción de un estilo propio de encarnar y sostener la maternidad, que se construirá a partir del análisis del lugar desde el que la madre deseó a su hija/o (no es lo mismo que el hijo venga al lugar de la metonimia del falo faltante en la mujer, que responda a la demanda de hijo de sus propios padres o que lo reciba como metáfora del amor de y por un hombre). Por otra parte, lejos de ser un estado de felicidad pleno, la maternidad tiene sus momentos maravillosos y angustiantes como se despliega a partir de cada una de las ficciones de la serie. Y puede ser para algunas un momento de estabilización de lo femenino, que no está exento de momentos de desestabilización, ya que el reiterado sintagma de Deseo de la Madre, hace referencia a la mujer en la madre. Madre y Mujer son entonces dos ejes en tensión y contradicción con los que cada una debe lidiar e inventarse una manera singular de hacer con ellos.

Una madre triste: La primera historia es la de Claudia (Laura Paredes), una mujer de 40 años, contadora, en pareja con un compañero del trabajo también contador. Claudia deseaba fervientemente un hijo y realizó diversos tratamientos hasta poder consumar su deseo. La idea de familia aparece en ella como un ideal, en cual esperaba encontrar una felicidad que no fue tal. En este capítulo, a través del puerperio, la directora da cuenta de las diversas posiciones de la madre y del padre respecto del hijo. Mientras la madre pone el cuerpo durante los nueve meses de embarazo y también durante la lactancia, el padre aporta el significante que lo inscribe en la filiación. La pareja de Claudia vive la relación con su hijo con menor compromiso a nivel del cuerpo: él se ocupa de subir las fotos del hijo en las redes sociales y lo inscribe simbólicamente en una genealogía, llamándolo Bruno como su abuelo. Y, más allá de que haya elegido poner el cuerpo, Claudia descubre que esto no es sin sufrimiento físico y psíquico. Claudia sufre el dolor físico de la cesárea, las alteraciones del sueño, las dificultades y el dolor en las mamas durante la lactancia, las demandas reiteradas e imperiosas del llanto del bebé; todas instancias que no dejan espacio para lo propio, y las presiones por reinsertarse a su medio laboral. Todo esto la lleva a un estado de melancolía y disminución de su autoestima por los cambios en el cuerpo, los cambios hormonales y la presión social que toma a la lactancia como sinónimo de Buena Madre.

La soledad para subjetivar y encarnar la maternidad es el rasgo que caracteriza la situación de Claudia. No hay referencia a su propia madre, su esposo Fernando (William Prociuk) se inserta rápidamente en el trabajo y tiene que viajar; su amiga Vanesa (Elisa Carricajo) está preocupada por sus citas románticas. Para ambos son incomprensibles las vivencias y estados anímicos de Claudia. La ayuda de una niñera y la inserción en un grupo de crianza, donde puede tomar lo que atraviesa como experiencias comunes y compartidas con otras mujeres, es la posibilidad de transitar su maternidad con menor padecimiento, al permitirle un pasaje desde el sufrimiento pasivo a la producción de un saber hacer  con aquellas dificultades que atañen a la mayoría de las madres.

En cuanto a la diferencia de los roles de madre y padre, es claro que la legislación laboral no favorece a las mujeres al verse obligadas a poner el cuerpo en soledad dado los escasos días por paternidad; pero también es cierto que el acompañamiento del padre es una elección subjetiva que va más allá de los días que brinde la legislación. Y, por supuesto, es mucho más llevadero para la madre que el padre participe brindando su acompañamiento emocional e interviniendo en los cuidados y la crianza del niño; con la salvedad de que no se destituya la función paterna de corte y filiación al deslizarse hacia un maternaje, que no es sin efectos.

El trabajo con la luz es interesante en este capítulo, dando cuenta de los estados anímicos de Claudia y de su transformación a lo largo de la ficción.

La madre, la mujer y la profesional: La segunda historia es la de Mariana (Brenda Howlin), una mujer de 36 años, socióloga, que a pesar de que su pareja tenía muchas ganas de ser padre no sentía un fuerte deseo de hijo. Durante muchos años priorizó su profesión, motivo por el cual al momento de quedar embarazada se encontraba realizando una maestría en periodismo. Muchas amigas de Mariana vivieron situaciones difíciles en sus partos institucionales, por lo cual acompañada por su pareja Tomás (Julián Tello) ha decidido  llevar adelante el parto de su bebé en forma domiciliaria. Aquí la directora hace visible la tendencia actual de la medicina tradicional hacia el hiper control de los embarazos, que muchas veces se vuelve una fuente de angustia para la mujer, despertándole fantasías de enfermedad y sentimientos de culpa. Así también aparece la violencia obstétrica al estandarizar prácticas pensadas para embarazos de riesgo, como por ejemplo la cesárea, aplicándolas muchas veces innecesariamente en condiciones de parto normales.

Por otra parte, da cuenta de la dificultad para lidiar con la intromisión de la propia madre o suegra, especialmente cuando se es primeriza, en la toma de decisiones respecto del bebé; muchas veces sin tener en cuenta el estilo y la palabra de la madre, e incluso descalificándola, con todo el perjuicio estragante que esto genera para que pueda encarnar su maternidad (que supone dejar el lugar de hija) y, al mismo tiempo, para vivir su feminidad sin culpabilidad. 

También se trabaja la presión y expectativa en el mercado laboral para que las mujeres tengan el mismo rendimiento que los hombres, con menor remuneración que ellos y muchas veces sin flexibilidades para adecuarlo a los cuidados de los primeros meses de vida del hijo. Los planos que toman a Mariana en el espejo sacándose leche, y al mismo tiempo maquillándose o amamantando, y a la vez trabajando en la computadora, son claves en cuanto a plantear los malabares que una mujer tiene que realizar para bascular entre su maternidad y su realización como mujer y profesional.

Además, al plantear la situaciones de las hermanas de Mariana, desmitifica la idea de un instinto maternal que haría de la maternidad el destino único para la mujer. Erica (Elisa Carricajo), la hermana mayor de Mariana (7 años mayor), es abogada y expresa su no deseo de ser madre. Muy por el contrario que un instinto, la maternidad es un camino posible para la feminidad, pero no el único e ineludible. Lejos de ser una imposición familiar o social, se trata (como bien señala uno de los testimonios) del deseo de transitar la experiencia de dar nacimiento a un hijo, que en algunas mujeres puede ser más profundo que en otras, y que en algunas incluso puede no estar en absoluto.

Abril (Malena Villa) es la hermana menor de Mariana y casi al mismo tiempo que Mariana tiene a su hijo, ella queda embarazada. Este embarazo es producto de una relación ocasional con un hombre de mayor edad que eligió no cuidarse y, de este modo, desresponsabilizarse (incluso con los debidos cuidados ningún método anticonceptivo es 100% seguro respecto de esta eventualidad). Tampoco se desprende de los dichos de Abril el deseo de tener un hijo en ese momento. Aquí la directora abre el debate sobre la disparidad de género en el uso de los métodos anticonceptivos, que recaen generalmente sobre el cuerpo de la mujer, y también sobre el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo, donde el Estado tiene la responsabilidad indelegable de permitir que tanto la decisión del parto como del aborto puedan realizarse en las condiciones más seguras y dignas posibles.

Cada una de las mujeres de esta historia pudieron transitar los caminos que eligieron porque se apoyaron y acompañaron mutuamente como hermanas y compañeras de lucha feminista. Este capítulo muestra que, si bien la maternidad es un momento de crisis, cuando se está bien acompañado también puede ser la ocasión de una revolución y transformación en nuestras vidas.

La madre joven de situación vulnerable: La tercera historia aborda el embarazo juvenil. Caro (Verónica Gerez) tiene 21 años y está embarazada. Vive con su familia en Moreno y tiene cinco hermanos. Su padrastro es un hombre violento, con quien nunca tuvo una buena relación. Su madre naturaliza y niega esta situación, lo soporta a partir del argumento de haberse hecho cargo de sus hijos. El embarazo de Caro es producto de una relación sexual ocasional, de la cual el varón involucrado se ha desligado. En este punto, Caro repite inconscientemente su historia, ya que su padre biológico tampoco se hizo cargo de ella cuando su madre quedó embarazada. La directora trabaja aquí la problemática del embarazo juvenil como tentativa de reparar carencias afectivas por parte de los padres en un entorno de vulnerabilidad social.

Lejos de lo que uno supondría, Caro decide no abortar y seguir con el embarazo. Se va del hogar y comienza a trabajar en una estación de GNC. Su situación laboral es de gran desprotección y precarización, trabajando durante 10 horas al mismo nivel que sus compañeros y  sin poder acceder a la licencia necesaria a su situación puerperal como dicta la ley. Aquí la directora denuncia la explotación laboral capitalista de las más jóvenes y vulnerables de la sociedad, que dificulta y en algunos casos, impide poder compatibilizar la lactancia y la vida laboral. 

Por otra parte, se da a ver que el embarazo es entendido por Caro como una posibilidad de salir del oscuro entorno de violencia familiar, aunque inconscientemente reproduzca el mismo atolladero de soledad afectiva y vulnerabilidad económica que su madre. Sin embargo, la repetición marca su diferencia en el punto de no recurrir rápidamente a la protección de un macho proveedor para poder llevar adelante su maternidad y al decidir, con coraje, hacerse cargo de su hija en tanto madre soltera.

La problemática de la violencia obstétrica (en tanto toda práctica efectuada durante el parto que la mujer no decida ni consienta), y de las complicaciones que conlleva, vuelve a ser retomada y profundizada en este capítulo a la luz de la diferencia entre la episiotomía y el desgarro vaginal normal y espontáneo. Es precisamente el no esclarecimiento a la mujer embarazada por parte del obstetra y demás profesionales del servicio de salud, de las opciones y las prácticas que se le pueden realizar durante el embarazo y el parto, lo que genera que prácticas muchas veces innecesarias sean naturalizadas.

La madre adoptiva y la reproducción de la violencia: El último episodio nos presenta la historia de Laura (Marina Glezer), una mujer oriunda del interior de la provincia de Buenos Aires, que trabaja como empleada doméstica en una casa de familia. Laura quedó embarazada a los 19 años y debió someterse a un aborto clandestino, como salida al infierno del juicio condenatorio del pueblo chico. Como consecuencia de la mala praxis de dicho aborto, nunca más pudo quedar embarazada. Por este motivo, a sus 30 años decidió inscribirse en el registro de adopción, pero nuevamente la persigue el prejuicio de ser soltera, por lo cual pasó durante siete años en la lista de espera. En este punto la directora visibiliza la burocracia alrededor de la adopción de niños en nuestro país, donde los adoptantes son minuciosamente investigados, evaluados y mirados con sospecha. Todo el sistema parece armado para que quienes tienen un deseo de hijo se sientan frustrados, decepcionados y desistan de la adopción. Esta situación genera un turbio mundo en el cual estudios de abogados realicen prácticas de adopción con mediación monetaria. Ya en pareja con Martín, este es el camino que decide tomar Laura, con la salvedad y el riesgo del gesto solidario de optar por darle el dinero directamente a la madre biológica de su hija.

Que ser madre soltera continúe mal visto por la sociedad no sólo lleva a las mujeres a prácticas de riesgo para su salud y su vida como el aborto clandestino, sino que también las empuja a entregarse a vínculos donde, a cambio de un poco de cariño y de una imagen de familia, se expone a la violencia y la denigración, como es el caso de Laura con Martín. Martín reproduce las prácticas de violencia que su padre tenía para con su madre, las cuales minimiza y niega. Es el típico machista que considera que la mujer tiene que estar en la casa para cuidar a su hijo y a su servicio cuando él llega de trabajar. Que su mujer permanezca en la casa es un modo de situarla en  inferioridad de condiciones y de fijarla como objeto de su pertenencia que debe obedecerle, para así obtener seguridad en cuanto a su virilidad. El núcleo de la cuestión para Martín es la dificultad para tramitar simbólicamente la posición pasiva respecto de su padre porque lo feminiza. El mandato patriarcal que identifica al varón con la superioridad y la fuerza es el que lo lleva a rechazar lo femenino en él y en las mujeres, y a incurrir en estereotipos violentos como modo de reforzar su virilidad. Tomando las cosas por el lado de la mujer que es víctima de violencia de género, es su identificación con el lugar de sumisión y de objeto degradado, transmitido cultural y familiarmente, así como la falta de herramientas simbólicas para pensarse con otro valor y para leer ciertas prácticas como violentas, lo que la lleva a naturalizarlas y a tolerarlas en el tiempo, cual si fuese su destino. La problemática de la violencia de género es puesta sobre la mesa con esta historia y también la reproducción de dicha violencia a nivel institucional y social cuando todavía hoy en muchos ámbitos se descree, se cuestiona o se minimiza la denuncia realizada por la mujer.

Otro eje de este capítulo es la deconstrucción del puerperio y la lactancia asociados únicamente a la gestación biológica; y al mismo tiempo, de la asunción de la lactancia como mandato social del cual depende si se será buena o mala madre. Esta última cuestión genera culpa en aquellas madres que no pueden o no eligen amamantar. En realidad por el hecho de ser seres hablantes y perderse la posibilidad de pensar la lactancia como proceso puramente biológico y perfecto; se trata de una elección posible y además lo más normal es que se presenten dificultades tanto en la producción de leche materna como en proceso de que el bebé se prenda al pecho.

Finalmente, este capítulo pone de relieve la perniciosa reproducción de prácticas de explotación y sometimiento propias del patriarcado realizadas por mujeres hacia otras mujeres, que conlleva el intento de compatibilizar la maternidad y la vida laboral. Es en este punto, y ante la ausencia del Estado, que se vuelve de vital importancia la sororidad.

No sé cómo volver es una serie lograda tanto desde el punto de vista de la investigación documental como a nivel formal, donde la sordidez del realismo no elude un tratamiento sensible con ciertos matices de humor interesantes. Las interpretaciones del elenco son una pieza clave, ya que logran dar cuerpo a estas historias de mujeres y transmitir la escisión subjetiva que el advenimiento de un hijo significa en la vida de una mujer, el cual no es sin dificultades ni sinsabores.

No sé cómo volver logra dar cuenta del profundo desconocimiennto (tanto por parte de hombres como de mujeres) de diversas cuestiones ligadas al post-parto, que lleva a culpabilizar a la mujer que no responde a la imagen tranquilizadora de la madre plena, a la vez que permite visibilizar la ausencia del Estado que, al no aportar legislación ni redes de contención que acompañen este acontecimiento (especialmente a las madres de situación más vulnerable), acentúa las desigualdades de género. Y en última instancia, la película de Estévez devela que si continua teniendo tanta pregnancia la estampita de la Madre Buena, Abnegada y Feliz es porque anida aún un profundo rechazo de lo femenino en nuestra sociedad que sería importante revisar.

No sé cómo volver (Argentina, 2019). Dirección: Silvina Estévez. Producción: Magma Cine, Un3TV, con apoyo del INCAA. Guion: Silvina Estévez, Brenda Howlin. Fotografía: Nicolás Pittaluga. Montaje: anesa Ferrario, Luciana Stenberg. Elenco: Laura Paredes, Elisa Carricajo, Malena Villa, Verónica Gerez, Marina Glezer, William Prociuk, Julián Tello, Brenda Howlin, Maitina De Marco. Disponible en Cablevisión Flow y Un3TV.

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