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Ya desde la primera escena Cuando acecha la maldad trasmite una clara sensación de agobio. La película de Demián Rugna sobrevuela todos los resortes del cine de terror pero se los apropia construyendo un relato de una personalidad y autonomía inusitada.
En el inicio, el conflicto evoca el cine de Carpenter y Romero, un cine de tono clasista. Una familia de peones es maltratada por los dueños de la finca en la que viven. Uno de los trabajadores está poseído por una maldición. Para el dueño de la tierra, lo que se debe hacer es desaparecer al «encarnado», eliminarlo a toda costa. La metáfora del exterminio siempre trae resonancias en nuestra historia política, aquella con la que convivimos de modo oprobioso: la idea de eliminar al distinto.
La maldición del «embichado» se irá trasladando de cuerpo en cuerpo, a una velocidad imparable. El vértigo de la película se concentra precisamente de observar el inevitable devenir de una tragedia que parece albergar la identidad de un mal metafísico. Al igual que lo hiciera en Aterrados, la cámara de Rugna no tiene límites a la hora de filmar las múltiples formas del horror que subyacen a la trama visible. En ese sentido, Cuando acecha la maldad retoma la tradición del cine de posesiones que inauguró El exorcista hace ya medio siglo, pero lo hace gambeteando los homenajes fallidos en los que desembocan algunas herederas, aquellas en las que importa más el impacto visual que el desarrollo de la historia.
Desde un primer momento la película de Rugna tiene en claro qué quiere contar. Al inicio se evocan los espectros de Pecados capitales de David Fincher, sobre todo en esa descripción minuciosa de aquello que puede padecer un cuerpo. Luego del impacto inicial, la historia da un giro y hunde sus raíces en las tensiones interiores de una familia quebrada. El desplazamiento funciona porque, más allá de los géneros sobre los cuales gira la historia, la película nunca pierde de vista que lo más importante en el cine de terror es el dispositivo montado para capturar la condición ominosa de esa entidad metafísica que se mantiene fuera de cuadro.
Finalmente es Pedro (excelente Ezequiel Rodríguez), un padre en busca de la redención, quien toma las riendas del relato bajo la forma de antihéroe. Al igual que en las películas de zombis de George Romero -con eco en series contemporáneas como The Walking Dead o The Last Of Us-, lo que se narra es un combate entre fuerzas opuestas -el bien y el mal-, sin ningún tipo de regulación que pueda ponerle fin al conflicto. Los «embichados» -o «encarnados»-, seres malditos que representan a los condenados de la tierra, operan como una entidad poderosa que se lleva todo por delante.
La imaginación visual de Rugna es clave para representar ese cuento atemporal, situado en el campo argentino, en un lugar de leyenda. En su cuento «El fin», Borges habla de “una hora de la tarde en la que la llanura está por decir algo: nunca lo dice, o tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos”. Cuando acecha la maldad se asienta en esa zona de violencia inusitada que siempre está aunque no la veamos. Es por medio del artificio de la ficción que podemos ver claramente cómo opera el mal, ese que tiene siempre múltiples y diversas encarnaciones.
En tiempos convulsionados como los que vivimos nunca está de más quitarse el velo que nos tapa los ojos.
Cuando acecha la maldad (Argentina, 2023). Guion y dirección: Demián Rugna. Fotografía: Mariano Suarez. Edición: Lionel Cornistein. Elenco: Ezequiel Rodríguez, Demián Salomón, Silvina Sabater, Luis Ziembrowski. Duración: 99 minutos.
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