En un mundo post-apocalíptico, en una tierra inspirada en las diferentes culturas del sudeste asiático, Walt Disney Animation Studios presenta lo que parece una serie de televisión achurada para que dure menos de dos horas. Y como Raya y el último dragón (Don Hall y Carlos López Estrada, 2021) está tan sobrecargada de elementos confusos y tramas enrevesadas, con el fin de entender qué es lo que no funciona acá, propongo lo siguiente: recorrerla por la negativa. Es decir, a través de sus carencias, todo lo que, curiosamente, le falta.

Empezamos, claro, por la ausencia más evidente:

Sin canciones.

No es que no haya películas de Disney sin canciones. Hay muchas, pero lo que tienen en común esas películas, de hecho, es que nadie las recuerda. Disney, cuando anda, es -ante todo- memorable. Además, utilizadas correctamente, las canciones cumplen una doble función, por un lado, estructuran la trama e incluso le ofrecen dinamismo;  y, por el otro, profundizan el estado emocional de los personajes. Lo que nos lleva a la siguiente carencia.

Sin personajes.

Incluyendo a la propia Raya (Kelly Marie Tran), cuya única característica es su falta de confianza en los demás, nadie tiene una personalidad ni una motivación que no sea monocorde o directamente desdibujada. Se termina armando un grupo de gente sin química entre sí, apenas esbozos de estereotipos, clichés con patas y sin gracia, absolutamente deficientes en lo que a personalidad o carisma se refiere. Sobre todo respecto a Sisu (Awkwafina), el dragón del título, remedo del Genio (Robin Williams) de Aladdin (Ron Clements y John Musker,1992) con rasgos de Elsa de Frozen (Chris Buck y Jennifer Lee, 2013) y Mi pequeño Pony.

Esto le quita finalmente fuerza al relato, su pretendida moraleja y, sobre todo, impide involucrarse en lo que sucede.

Sin argumento.

Porque en el fondo no pasa nada. Todo lo posiblemente interesante es contado por los personajes de forma verbal o como voice over. Mitologías expansivas, hechos que sucedieron hace 500 años, otros hace seis, otros a personajes que se presentan pero no aparecen, todos vericuetos para complejizar un argumento que parece salido de un videojuego, donde hay que ir de una ciudad a otra (niveles) recolectando cosas para tener la gran batalla final. Mucho ruido, pocas nueces. El mensaje final es evidente desde el vamos, subrayado constantemente, y no más que graficado en una única escena potente, en la que la construcción previa se realizó aburrida y torpemente.

Pero pará, el argumento no es tan importante. Puede que intente ser una película de climas y temáticas, un deleite visual, no sé, Fantasía (varios directores, 1940) para el caso. Pero…

Sin criterio estético.

Ah, el deleite visual te lo debo. Es de las películas más feas del estudio, con una paleta violeta y amarillo que no termina de funcionar nunca. Y eso que con los paisajes increíbles y la influencia cultural y estilística del Sudeste asiático tenían para hacer cosas impresionantes. ¿Cómo desperdiciás algo así?

A nivel diseño, los personajes de fondo parecen sacados de Shrek (Andrew Adamson y Vicky Jenson, 2001), donde el feísmo podía explicarse en tanto parodia de Disney y en relación con la temática genera de la película. Acá es solo mediocridad y apuro, un cocoliche visual sin criterio. Los personajes principales y secundarios son, también, genéricos, aburridos, faltos de toda inspiración. El tiempo apremiaba, por lo visto, y a este videojuego donde juegan otros había que sacarlo rápido.

Sin identidad.

Se entiende la búsqueda de nuevas narrativas, cierta experimentación para salir del molde. Todo eso está bueno cuando el motor es la originalidad y la innovación. Acá no hay nada de eso, solo intentos de acercarse a otros estudios, como Ghibli -sin la sensibilidad particular de Miyazaki o Takahata- y a Dreamworks, sin la chispa irónica que los caracteriza. Raya y el último dragón resulta aburrida, repetitiva, y sin personalidad porque niega la tradición del estudio y, al mismo tiempo, busca imitar a otros. Un combo donde solo pueden perder.

Y ellos mismos parecen haber visto esto en el resultado final, porque se tradujo en la siguiente falta.

Sin promoción.

¿Cuánta gente se enteró del estreno de esta película? Es Disney, si quieren te empapelan el mundo. Encima la estrenan, además del cine en pandemia, en modo premium access (o sea, un pago diferencial de ¡35 dólares! -acá es menos, creo que mil pesos- por sobre lo que te cobran ya de base en la plataforma Disney+) y el mismo día que suben el final de WandaVision, su serie más exitosa. Y yo creo que todo esto tiene una causa.

Sin Lasseter.

Raya y el último dragón es la primera película original del estudio -después de dos secuelas lamentables- en hacerse sin John Lasseter como director creativo. Y se nota, porque todo se revirtió al estado anterior. Lo que algunos consideraron un «revival» no fue más que un puñado de buenas películas, o al menos que entendían a la marca y que encuentran en Enredados (Byron Howard y Nathan Greno, 2010) a la mejor de todas ellas, y en Moana (Ron Clements y John Musker, 2016) una digna pero abrupta despedida. La fricción interna con Lasseter, ya desde antes de la adquisición de Pixar, incrementada cuando se volvió director de ambos estudios, y su confusa renuncia-expulsión, la que merece un análisis realmente en profundidad (por las implicancias de abuso de poder y de género, la incipiente cultura de la cancelación, etc.), se cristalizan en una notable falta de dirección respecto a qué es una película «de Disney» y cómo recuperar la magia perdida.

Por ahora, la nueva dirección creativa (que, pese a cierto discurso progresista, tiene un terrible olor a viejo) lo único que ha sabido hacer, como bien muestra esta película, es enterrarse cada vez más.

Calificación: 3/10

Raya y el último dragón (Estados Unidos, 2021). Dirección: Don Hall y Carlos López Estrada. Guion: Qui Nguyen y Adele Lim. Fotografía: Rob Dressel y Adolph Lusinsky. Música: James Newton Howard. Elenco: Kelly Mary Tran, Awkwafina, Izaac Wang, Gemma Chang. Duración: 107 minutos.

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