* La voz de Jorge Cafrune irrumpe desde la entrevista que le realizan en el programa radial “Un alto en la huella”. Es enero de 1978, pocos días antes de su muerte. Cafrune anda inmerso en su homenaje a San Martín y la charla discurre por la descripción del viaje con sus treinta kilómetros diarios hechos a caballo. Lo que usualmente constituiría el punto de partida para un documental biográfico hecho a partir de un gran flashback, aquí es utilizado como un signo que derivará hacia otra construcción. El Cafrune que le importa al documental es el que emerge como imagen de ese último acto inconcluso, del gesto de la pequeña gran épica: la cabalgata, el homenaje al Libertador de la Patria, el sacrificio no buscado, la muerte en una nebulosa de dudas y sospechas no crearon al Cafrune mítico, pero sí constituyeron el último eslabón de una cadena que lo llevó a ese lugar.
* Si lo biográfico queda diluido en su importancia –toda referencia en ese sentido parece limitarse a la mención del origen sirio-libanés de la familia y haber comenzado en el folklore como parte de Las Voces del Huayra-, también pierde peso la trayectoria musical como acumulación de hitos. Más que el recuento de la cantidad de discos, presentaciones y giras del artista, en lo que focaliza Cafrune es, en primera instancia, la descripción del momento que propicia la aparición de Cafrune en la música popular argentina. El pasaje de las formaciones de cuartetos de hombres a los solistas folklóricos, el surgimiento de festivales y programas de televisión dedicados a esa música, la consolidación de su difusión por las radios, conformaron un combo que derivó, en los primeros años de la década del 60, en un cambio profundo a nivel popular. Ese cambio se cifra en dos elementos. De un lado, la forma en que la poesía, como parte de la construcción musical, ganó terreno (“En ese momento, la ovación la generaba la poesía”, dice uno de los entrevistados). Del otro, la traducción de esa popularidad en el interés del público por canciones que después pudiera cantar y tocar en su casa. La aparición de Cafrune coincide, entonces, con un momento en que la guitarra y la poesía asociada a la música se vuelven centrales en el escenario popular. Cafrune se convierte, para ese planteo, en un emergente natural de un momento histórico.
* Pero la descripción del entorno no es suficiente para validar la construcción del mito. Este se sostiene además en el personaje Cafrune, incluso subsumiendo a la música en un segundo plano. De hecho, el documental no recurre a ésta como eje de su planteo. No la ningunea, pero hasta cierto punto la retacea. Rescata algunas pocas canciones, las sitúa más como hitos que como éxitos. “Zamba de mi esperanza” es eso para Cafrune: más una marca en la carrera que un éxito en términos de la industria musical. La marca lo trasciende a él y a la canción. La contracara optimista de la densidad de interpretar “Quién me enseñó”. En ese punto, el documental encuentra la piedra de toque para su verdadero interés en lo musical. Hablar de legados o linajes. Una línea que proviene de los payadores anarquistas de las primeras décadas del siglo veinte, que se continúa en Yupanqui y que desemboca en Cafrune –intérprete- y Larralde –interpretado-. El linaje no es casual: se trata de músicos solitarios, en el sentido de únicos. Constituyen en sí mismos lo irrepetible, la imposibilidad de copia. Sergio Pujol sostiene, en el documental, una diferencia: “A Cafrune no se lo puede versionar”, dice, y aunque no lo mencione parece cantado que comparte esa característica con José Larralde. Y agrega: “A Yupanqui se lo puede versionar, está en los discos de Lidia Borda, de Liliana Herrero”. Entonces, a la vez que se sostiene la importancia del legado, se afirma en la individualidad del personaje. Y se corre apenas para ensayar si es posible contradecir la tesis enunciada. El joven cantante en una peña interpreta a Cafrune y la pregunta que queda flotando es si en verdad lo interpreta a él o solo puede limitarse a reproducir una canción.
* El mito, en todo caso, proviene de un doble camino que el documental emprende en simultáneo. En el primero, Cafrune es el centro de situaciones en las que los hechos se tiñen de una épica personal. Cafrune en Cosquín, como afirmación de una centralidad que se potencia mutuamente. Cosquín le da centralidad a Cafrune y éste la devuelve al festival situándolo en el centro de su recorrido. Cafrune se va pero siempre vuelve a ese punto que parece significar el verdadero origen, para correr sus límites y en ese acto, volverlo más permeable, y sobre todo, más visible. Cuando abre su espacio a Mercedes Sosa en enero de 1965 (“Aunque se arme bronca” dice desde el audio recuperado de ese momento definitivamente histórico) genera en el hecho un efecto centrípeto que termina beneficiando a todas las partes: su épica queda grabada para la historia abriendo el juego a la que será la voz mayor del folklore argentino de las cuatro décadas siguientes. Y también, para el documental, Cafrune es el de las rutas del país. “De a caballo por mi patria” como intento de unir lugares a los que los músicos no llegaban (¿inspiración para la posterior “De Ushuaia a La Quiaca” de León Gieco?). Una caravana de camionetas, carpas y animales cuyas imágenes nos vienen de los relatos de Yamila Cafrune y que parece rememorarlo como una suerte de circo ambulante conducido por un hombre a caballo. Anticipo también de ese viaje final a Yapeyú que se trunca a la altura de Benavidez. En ese ramillete de épicas que enlazan la tierra del país, la dimensión del mito comienza a construirse como una suerte de epopeya que la muerte elevó y potenció, llevándolo a un lugar superior dentro de los artistas comprometidos.
* El segundo camino que explora el documental puede señalarse a partir de la afirmación de Gabriel Plaza: “Cafrune fue construyendo esa especie de mito pero de una manera más natural”. Esa naturalidad que se liga con la relación que establecía con la gente. Si Cosquín se vuelve el centro neurálgico del folklore nacional, Cafrune lo desplaza de ese lugar moviéndose entre la gente, caminando por las calles o entrando a caballo por el centro del pueblo –y de nuevo, la persistencia de los hechos a partir de los relatos orales hace aún más a esa construcción mítica del personaje-. En los recuerdos que provienen de un domador de caballos que lo vioen su gira “De a caballo…” cuando era niño, Cafrune se vuelve una suerte de imán que atrae todas las miradas. En las entrevistas que el documental rescata de los archivos de la televisión cordobesa de la época, Cafrune toca la guitarra mientras responde las preguntas de un periodista o atraviesa nadando una pileta antes de tomar el micrófono para anunciar su regreso a Cosquín. “Sus grandes fotos son entre la gente, las fotos de Cafrune arriba del escenario no dicen mucho”señala otro de los entrevistados, cerca del final, justo antes que Cafrune se cierre con la imagen del músico cantando y tocando montado a caballo en un paisaje serrano y rodeado de gente. Si esa es la imagen que el documental elige para perpetuar la mirada sobre el músico, la síntesis puede hallarse en otra foto que se vio previamente. Esa en la que lo vemos junto a Juan Domingo Perón, cuando lo visitó en su exilio en Puerta de Hierro. Allí, más que “dos potencias se saludan”, lo que hay es el encuentro natural en una sensibilidad popular de la que el peronismo y el folklore encarnado en Cafrune se complementan, sosteniéndose como diferentes maneras de decir lo mismo en la relación con el pueblo.
Cafrune (Argentina,2022). Guion y dirección: Julián Giulianelli. Fotografía: Alejo Maglio. Montaje: Emiliano Serra, Santiago Esteves, Julián Giulianelli. Entrevistas: Sergio Pujol, Jimena Néspolo, Santiago Giordano, Daniel San Luis, Yamila Cafrune, Gabriel Plaza, Luis Nogues, Guillermo Byrne, Mario Perrotta, Miguel Royo. Duración: 69 minutos.
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