Una serie de noticieros de algo más de una década atrás irrumpen y se superponen como voces que montan un discurso que se homogeneiza. Periodistas y dirigentes rurales coinciden como una sola voz de la que surge una línea de continuidad inequívoca: se produce soja, el precio de la soja sube, se exporta más e ingresa más dinero al país y eso permite regular el precio del dólar y con ello, aunque no lo digan, la economía completa. Son los momentos de finales de la década anterior en los que el precio de esa commodity se disparaba por las nubes gracias a las necesidades planetarias. Esos instantes funcionan como punto de partida en tanto imposición de un modelo, como el momento fundacional, ya no solamente de una instancia normalizadora desde lo social, sino también de lo que genera como contrapartida.
La irrupción de Andrés Carrasco en el año 2009, cuando era presidente del Conicet, coloca una cuña en esa idea que parecía instalada y que todavía hoy persiste y requiere una discusión, porque subsiste la pregunta que le dio origen: qué es lo que viene detrás de ese negocio de la explotación sojera. Carrasco comienza a develar el lado oscuro de ese negocio a partir de lo oculto: la forma en que los agrotóxicos actúan ya no solo sobre los cultivos sino por sobre todo el territorio.
Andrés Carrasco – Ciencia disruptiva se plantea entonces como un documental que trabaja sobre la persona y sobre la significación que tuvo y tiene en relación con el modelo de ciencia imperante. Ese carácter disruptivo que menciona el título se sostiene más que en una decisión confrontativa, en la consecución de una visión sobre la ciencia en relación con el entorno. La confrontación no es previa, sino una derivada inevitable, e involucra gobiernos y funcionarios de diferente signo político –a los que el documental expone deliberadamente en pantalla- y a empresas y agroexportadores –a los que se menciona, pero quedan, también de manera deliberada, en las sombras, como ese gran poder que funciona en el fuera de campo visual-. Carrasco plantea un modelo de ciencia que rompe con el modelo normalizado, y de allí su función disruptiva, porque no parte de la respuesta a una necesidad comercial, sino de la pregunta que debe derivar luego en un modelo que se independiza del mercado. Algunos momentos documentales rescatan con precisión ese planteo en el cual la discusión inicial es respecto del sentido de la ciencia, es decir por qué y para quiénes se debe investigar. En ese fragmento extractado de Científicos Industria Argentina, está cifrada la diferencia en el pensamiento del científico: más que limitarse a la pregunta sobre el modelo sojero –que involucra tanto la manipulación genética de las semillas como el uso de plaguicidas generados específicamente para esas semillas-, amplía la visión para llevarla más allá de las coordenadas de la coyuntura. Más adelante, el documental rescata otro momento, en una charla en Basavilbaso, en Entre Ríos, en donde la mirada de Carrasco aparece con mayor contundencia. La idea de que la ciencia no es neutral, se resume, nuevamente, en la pregunta por el sentido: “El problema es el sentido de la manipulación (genética de las semillas) no el hecho. El por qué y el para qué se hace. Porque los sentidos no son neutros, tienen intenciones”. La ciencia deja de ser, en el discurso, un elemento transparente, para resolverse en lo que siempre se supo pero se ocultaba: detrás del desarrollo científico hay intereses económicos, hay empresas trasnacionales y hay modelos de colonización de las periferias.
Esos momentos son los más atrayentes, en tanto se concentran en la formulación del conocimiento y la disputa por los saberes. No solo porque desde el lugar del propio Carrasco rescatado de los archivos, como de la evocación que hacen de él otros compañeros de ruta científica, se completa un panorama que tiene al investigador en su centro pero que se distribuye como círculos concéntricos a su alrededor. También porque el hallazgo de la escuela de Saladillo que recibe el nombre de Andrés Carrasco por una votación popular –ganándole nada menos que a nombres tan “pesados” en lo popular como René Favaloro y Luis Alberto Spinetta- implica una relectura de lo que puede interpretarse como legado. No se trata solo de la imposición de un nombre, sino de la significación que tiene en la zona, afectada por los efectos del glifosato. Es interesante ver que el director de la escuela plantea que la irrupción de ese modelo actualmente normalizado implicó “romper con los conocimientos locales” para ponerse en manos de una empresa trasnacional. De manera que ese nombre y la enseñanza de la lucha de Carrasco implica más que la simple nominatividad, la lucha por la apropiación, por la reconquista de los derechos comunitarios que se han perdido. Sin embargo, el documental no consigue focalizar continuamente en esa cuestión. Como si no estuviera convencido del camino elegido o no contara con un material mayor para sostenerse en esa línea, se deriva, se abre en otras perspectivas que si bien son conexas a la figura de Carrasco –en tanto son incluídas en su accionar-, parecen correrse hacia otros lugares sin lograr potenciar ese eje central. La referencia a las mujeres que luchan en el Barrio Ituzaingó Norte en Córdoba, por las consecuencias de la fumigación con agrotóxicos, solo remite a Carrasco porque él se acercó a ese grupo de vecinos. Pero el relato de esas mujeres se centra más en la indefensión de esa zona que en la articulación con las ideas de Carrasco, algo que las acerca demasiado –y creo, peligrosamente- al informe televisivo, además de ser un tópico que otras películas han desarrollado de manera más intensiva (por ejemplo, Viaje a los pueblos fumigados). Algo similar parece ocurrir con las protestas contra la instalación de la planta de Monsanto, aunque allí se resuelve con las imágenes del abandono posterior de la estructura, al menos con un interesante poderío desde lo visual. Lo mismo ocurre en el tramo final, cuando se orienta en demasía a la enfermedad y la muerte de Carrasco, que en función de su planteo alrededor de la ciencia, termina resultando demasiado anecdótica y lateral. Ello hace que algunas ideas que aparecen a lo largo del documental no consigan el efecto posiblemente buscado. La imagen de ese niño que arma un rompecabezas apenas aparece en un momento del documental, como una irrupción sin una lógica de continuidad, lo cual la acerca a lo caprichoso. Lo mismo ocurre con las imágenes del comienzo y del final, las de ese hombre que se para ante un lago y manipula una pequeña piedrita en la mano. La ausencia de un énfasis mayor en ese elemento –que pudo haber sido poderoso- hace que solo la referencia que hace cerca del final su colega Alicia Mossarini le dé algo de sentido a esa imagen inicial que quizás merecía otro tipo de tratamiento. La sensación es que Andrés Carrasco como encarnación de una mirada diferente sobre la ciencia es un poderoso elemento para desarrollar ideas respecto de ello. Esa dispersión en la que se cae por momentos, debilita más que la imagen de Carrasco, la forma en que se construye el documental, diluyendo la potencialidad que la suma de esos elementos preanunciaba.
Calificación: 5.5/10
Andrés Carrasco – Ciencia disruptiva (Argentina, 2019). Guion y dirección: Valeria Tucci. Producción: Valeria Tucci y Aníbal Garisto. Fotografía: Santiago Cánepa. Montaje: Valeria Tucci y Santiago Cánepa. Duración: 73 minutos.
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