Lo primero que salta a la vista en Anatomía de una caída (Justine Triet; 2023), es la potencia de la música. En la primera escena vemos a Sandra, el personaje central de la película, una escritora interpretada por Sandra Huller, intentando brindar una entrevista en su apacible casa en la montaña cuando irrumpe fuera de escena Samuel, su marido, quien trabaja en la parte superior de la casa disparando una música envolvente y atronadora con la presunta intención de impedir que la entrevista se pueda realizar. El tema que suena es P.I.M.P, de 50 cent y ese sonido hipnótico, pegadizo es una presencia intensa de la que uno no logra desprenderse a lo largo de la película e incluso una vez que esta terminó. Esa música atrapante da cuenta de una molestia, porque ese sonido que irrumpe del cuarto de arriba pareciera ser el síntoma de un malestar que habita esa casa. Una vez que el intento de entrevista finalmente se aborta, vemos a Daniel, el hijo ciego de la pareja, pasear con su perro cuando ambos descubren un cuerpo sin vida, que es justamente el de su padre. En esas dos primeras escenas tenemos varias claves para poder pensar Anatomía de una caída. Es el fuera de campo lo que determina la estructura del film de Justine Triet, porque básicamente todo lo central de su película sucede fuera de la vista del espectador y es esa acción no vista la que intenta materializarse por medio de palabras e interpretaciones de las mismas a lo largo de las dos horas y media que dura la película. Pensada como la vieja y querida película de juicios, esa reminiscencia es más que nada una cáscara porque se utiliza amorosamente ese formato del cine clásico para tematizar el tema de los vínculos filiales (madre, padre e hijo). La película remite a Anatomía de un asesinato (Preminger;1959) en todo lo relacionado con la dificultad de hallar la verdad de los hechos que siempre se presentan huidizos para el espectador. Esa filiación cinéfila que Triet propone funciona en términos narrativos porque son justamente las largas escenas habladas en donde se pone de manifiesto la duda original, lo que vertebra al relato en términos específicamente cinematográficos. Las escenas con Sandra en el banquillo de los acusados y su hijo Daniel como testigo de la tragedia son poderosas y la directora siempre se toma el cuidado de no saturar con explicaciones verborragicas ni interpretaciones psicologisistas el comportamiento de los actores, sino que se explora la idea de verdad objetiva hasta hacerla añicos. Así como nadie puede saber de qué elementos está compuesta una pareja ni cuáles son los motivos exactos que llevan a la felicidad o a las crisis por la que estas atraviesan, tampoco como espectadores podemos llegar a la verdad de los hechos que llevaron a la muerte del esposo de Sandra. En la primera escena ya se observa la tensión que ambos conyugues tienen en relación al éxito como escritora de ella, que significa a su vez el fracaso de él. Es como si en esa pareja el éxito profesional no pudiera compartirse. A partir de ahí se sucede el argumento policial a lo Agatha Christie y el enigma que rodea a esa muerte. La otra pata de la trama la compone la culpa en relación a la ceguera del hijo de ambos. El padre pareciera haber quedado paralizado ya que se atribuye la responsabilidad del accidente de Daniel. Sandra, en cambio, pudo rehacer su vida y posicionar a su hijo como una persona por fuera de su condición de invalido. Dentro de ese hogar, entonces, observamos culpa, envidia, celos, violencia contenida. Todo eso bastaría para cometer un crimen y nada de eso basta para cometerlo. En este punto radica toda la riqueza del film de Triet.
Anatomía de una caída es una gran película porque combina diferentes tradiciones. Los guiños a lo popular están basados en ese cine de gran espectáculo que rodea al juicio y en la intriga policial que se construye a partir del mismo, pero a ese linaje Triet le agrega otros ingredientes que terminan de componer y darle sentido a un relato ambiguo, siniestro, con toques existencialistas que permiten que la película pueda vincularse con el cine de autores europeos como Bergman, Haneke y Polanski. En esta película, todos los personajes son ambiguos y no resisten una lectura lineal. Todos tienen motivos para hacer lo que hacen y para hacer lo que podrían haber hecho. Hasta Daniel en un determinado momento pareciera estar imbuido de un aire espectral y siniestro que arroja dudas sobre sus acciones. Todo aquello que la trama no alcanza a dilucidar se erige como virtud y nunca como defecto. La gelidez que manifiestan por momentos todos los protagonistas de esta tragedia también le da paso al amor en sus diferentes modos. Sobre el final del film hay uno de esos hermosos momentos epifanicos de los que da cuenta el cine. Samuel y Daniel viajan en un auto. El perro de Daniel agoniza debido a la ingesta de unas píldoras. El padre le habla a su hijo, le dice que tiene que ser fuerte porque en algún momento su perro va a morir. Eso es inevitable, es la ley de la vida y su hijo tiene que seguir porque de eso se trata la vida, de continuar. Ser padre o madre se trata de brindarle a los seres queridos la posibilidad de seguir más allá de los obstáculos que la vida nos presente. Ese momento de intimidad entre un padre y un hijo encierra el corazón de una película conmovedora hecha de pequeños gestos mínimos y que tematiza la idea de la verdad reescribiendo a su vez una fábula kafkiana 2.0. Solo por fuera de la opresión que genera el entramado burocrático los seres humanos (hombres y mujeres), podremos aspirar a la libertad, una hermosa palabra en nombre de la cual hoy en día se dicen demasiadas estupideces.
Anatomíe d’ une chute (Francia, 2023). Dirección: Justine Triet. Guion: Arthur Harari, Justine Triet. Fotografía: Simón Beaufils. Edición: Laurent Senechal. Elenco: Sandra Huller, Swann Arlaud, Milo Machado Graner, Samuel Theis, Antoine Reinartz. Duración 150 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: