El último largometraje del director español Isaki Lacuesta abre con una pareja de jóvenes que camina en la noche de París, con rostros cansados y apesadumbrados, envueltos en una manta dorada, acompañados con música lírica que puntúa la tragedia. Efectivamente, ambos son sobrevivientes del atentado terrorista acaecido en el Teatro Bataclan en noviembre de 2015, durante el concierto del grupo de hard rock estadounidense Eagles of death metal.

La pareja intenta retomar su rutina tras el traumático incidente. Los primeros días permanecen en el departamento y realizan las compras de manera on-line. Mientras que Ramón (Nahuel Pérez Biscayart) no puede regresar a su trabajo (e incluso llegará a abandonarlo), presa del estrés post-traumático que lo sume en ataques de pánico reiterados que le impiden moverse con tranquilidad, Céline (Noémie Merlant) parece no estar afectada: retoma su trabajo en un asilo para jóvenes inmigrantes, e incluso no ha hablado de ello con nadie, so pretexto de no llevar intranquilidad innecesaria tanto a su entorno familiar como laboral.

La dificultad de Ramón, de ascendencia española, de trascender el trágico incidente (no puede abandonar el recuerdo del rostro del perpetrador, está obsesionado con no perder recuerdo del más mínimo detalle de aquella fatídica noche y tiene un sueño recurrente sobre la belleza del polvo que emana de los cadáveres) y la impotencia de Céline para ayudarlo a salir de ese estado de permanente victimización, hacen que el joven comience un tratamiento psicológico. Las cosas parecen mejorar entonces para él: encuentra un trabajo como docente de música en un colegio y comienza a poder salir solo y a retomar los ensayos con otros para hacer música, recuperando su autonomía. Pero el impacto del trauma sobre la pareja, no obstante, se deja sentir: si antes a Céline la afectaba el tener que cargar con todo sola debido a la angustia y apatía de Ramón, ahora es por su lograda independencia. La pareja enfrenta discusiones que llevan a Céline a plantear una separación para que cada uno pueda vivir más feliz (acá el vidrio esmerilado de una puerta que los desune es clave) que se sopesan con momentos de reencuentro con el romántico esfuerzo de Ramón por recuperarla.

El presente de la pareja que, como reza el título, tiene un arco temporal de un año a lo largo del film, se alterna con la fragmentarios y difusos flashbacks que apuntan a reconstruir la noche del atentando en cuestión. Es claro que lo que interesa a Lacuesta no es la línea policial del atentando, ya que los terroristas siempre permanecen fuera de campo en los recuerdos, así como también la investigación policial, que aparece lateralmente a través de las noticias periodísticas en internet o en la televisión. El foco es el relato intimista de la dificultad para tramitar un acontecimiento que rompe la trama simbólica cotidiana y que retorna bajo el modo de la angustia o la añoranza por lo perdido, para poder seguir adelante con la vida y no morir simbólicamente en ese suceso. 

Transcurrido el tiempo, al asilo de inmigrantes llega un joven de ascendencia árabe llamado Ahmed, que permanentemente provoca a Céline con sus insinuaciones sexuales, que ella hábilmente ignora.  Pero un nuevo atentado terrorista en Niza, acaecido en Julio de 2016, y el desafío de este joven a la prohibición de salir por razones de cuidado, amenazando con una explosión, resultan ser el catalizador que quiebra la compostura a Céline. Quebrada, revela un secreto callado durante meses, que opera como giro en el relato y que, con efecto retroactivo, conduce a releer elementos de la trama que aparecían como extraños de otro modo: momentos donde Ramón se desvanece abruptamente, la desesperación de Céline al no encontrarlo en el retorno al hogar, la mención a la idea del amigo imaginario, los reflejos de Céline sobre vidrios marcando una duplicidad desde la puesta en escena. Este segundo tiempo es importante porque capta de manera lograda en qué consiste el trauma. En el primer tiempo (atentado en el Bataclan), el encuentro con lo imposible de procesar psíquicamente deja una huella, sin desenlace afectivo. Esta huella es la que en un segundo momento -atentado en Niza- es reanimada por asociación psíquica, cobrando recién entonces su efecto traumático.  

La película está inspirada en la novela Paz, amor y death metal (2018), de Ramón Gónzalez, sobreviviente de Bataclan. En su versión cinematográfica, Lacuesta no ancla deliberadamente la película en el punto de vista de Céline (hay escenas donde Ramón está solo), lo que permitiría una más fácil lectura del film, dejando abierta la ambigüedad de varias lecturas posibles: una muerte realmente acontecida de Ramón o su muerte simbólica (en tanto fin de la relación amorosa) y su retorno en lo imaginario de la fantasía, durante el proceso de duelo.  

Un año, una noche (2022), sin dejar de aludir a la problemática de la estigmatización del inmigrante y de las consecuencias de la política exterior de la Francia (que se vende al mundo como paladín de la igualdad, la libertad y la fraternidad), es ante todo el retrato de la odisea de lidiar con las secuelas del trauma tanto en lo íntimo de lo psíquico como en el vínculo con los otros, el registro de la marca del encuentro con una fatalidad que lo cambia todo y frente a la cual es preciso inventarse algo para poder trascenderla.

Un año, una noche (España, Francia; 2022). Dirección: Isaki Lacuesta. Duración: 130 minutos. Autoras y Autores.

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