Las imágenes parecen a punto de quebrarse, y el cine, más que nunca, es un refugio. Hoy, mientras escribo, murió un ícono, una máquina de ficción más grande e imperfecta que la vida de un pueblo, del cual es espejo y huella. Un pedazo de historia que parece inverosímil por lo excesiva, caótica y llena de arte y contradicciones. La tristeza, ese cuerpo que invade sin pedir permiso, no entiende de razones. Para aquellos que creen, y para aquellos que odian, Maradona estará ahora en el cielo o el infierno, y así, unos y otros se sentirán más seguros depositando al mito en algún espacio imaginario, del que ya no podrá salir. Mientras tanto, para muchos de nosotros (el sentimiento colectivo también es un refugio), la pena no admite explicaciones, y sólo queda mover el cuerpo hacia otras zonas, volverse múltiples y habitar por un rato otro espacio. Acotado, menos transversal, pero que igual se siente cercano, a pesar de las pantallas. El cine, a fin de cuentas, nos devuelve un sentido de pertenencia compartido, y un cachito de esperanza en que quizás, en este mismo momento, a alguien le ocurran cosas parecidas.
De cielos e infiernos, de paraísos tropicales y ciudades violentas parecen vestirse estas dos películas, que bien podrían armar un programa doble bajo el signo de su nacionalidad. En Heliconia, Paula Rodríguez filma en Súper 8 imágenes siempre al borde de lo visible, con una textura y colorido que sólo el fílmico puede aportar, aún cuando el foco se resienta y todo se cargue de un hermoso halo de inestabilidad. Una chica y dos chicos transitan su juventud con la voluntad del movimiento; no importa lo que buscan, porque de lo que se trata es de la experiencia compartida, del afecto en tránsito y del deseo de libertad. Hay algunos juegos que abrazan el erotismo, y una mirada cuasi documental sobre ciertos sincretismos culturales en los que caben tanto la espiritualidad como lo salvaje, las creencias religiosas y la violencia inhumana de una riña de gallos. Los tres protagonistas, mientras tanto, arman su juego de atracciones y su viaje hacia la selva y el río. Como en un sueño, tanto el inicio como el final del viaje, tienen algo de la exuberancia de un despertar de los sentidos, propio de un espacio que se vuelve imaginario y real a la vez, bajo el calor de unos cuerpos que tienen todo por descubrir.

Como en un contraplano urbano y en el que estallan violencias simbólicas e injusticias perpetuas, Camilo Restrepo construye una fábula oscura, lacerante, en Los conductos, con una estructura episódica y en la cornisa de un realismo que se derrama sobre sus formas distanciadas de narrar, cercanas a lo surreal. Y aquello que resuena en sus colores rojo sangre y en la pantalla cuadrada, es el submundo de locura y fanatismo de una secta que promueve la delincuencia y la muerte como un supuesto camino de redención (“verdaderos hombres de fe, creyentes en Dios y por eso dispuestos a creer en cualquier cosa”, se dirá en un momento de particular intensidad, y que apunta al corazón de casi todas las religiones). Inspirada en personajes reales que se volvieron leyenda, Los conductos no le escapa a una mirada social que, como esos pasajes subterráneos a los que la cámara vuelve una y otra vez, se tiñe de una desazón que las palabras del poeta Gonzalo Arango hacen resonar en la pantalla negra: ¿No habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir?
Heliconia (Colombia/Francia, 2020). Dirección: Paula Rodríguez Polanco. Duración: 27’. Competencia Estados Alterados. Disponible: 21 al 29 de Noviembre.
Los conductos (Francia/Colombia/Brasil, 2020), Dirección: Camilo Restrepo. Duración: 70’. Competencia Latinoamericana. Disponible: 21 al 29 de Noviembre.
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