Una islita parece navegar solitaria por el inmenso mar. La imagen es imponente y al mismo tiempo desoladora. En realidad ese pedazo de tierra que alberga las raíces y la copa de un árbol no es una isla sino una de las tantas piezas de la colección del multimillonario Bidzina Ivanishvili, ex Primer Ministro de Georgia y el hombre más rico de ese país. La precisa construcción del documental Taming the Garden, de la directora Salomé Jashi, permite vislumbrar tras el acopio de árboles legendarios el incesante ejercicio de un poder que tiene como objeto concentrar en un artificial jardín del Edén la omnipotencia que el dinero puede haberle dado a Ivanishvili en otros ámbitos, sobre todo en el político.
Con inteligencia y audacia, la película prescinde de una voz en off que nos presente al personaje y su obra en construcción. Lo que vemos, en encuadres estables que mezclan las luces diurnas, acentuando el esplendor de los árboles que van a ser trasplantados, con imágenes nocturnas de los trabajadores cavilando sobre las ambiciones de ese comprador de naturaleza, es el accionar de una maquinaria. Son las grúas conducidas por los operarios que insertan en la tierra sus palas excavadoras, destrozan ramas a su paso, convierten el pasto homogéneo en trozos de daños colaterales, pero también la cámara que se convierte en testigo implacable de ese ejercicio de profanación. Noche y día Jashi captura las vicisitudes de la obra en los distintos paisajes georgianos: en la costa en la que un buzo mide la profundidad del mar para el traslado de un árbol añoso en una pequeña embarcación, en el borde de las carreteras construidas por Ivanishvili como parte de pago por su saqueo –asumiendo el rol de una especie de mecenas que sustituye al Estado, en una de las repúblicas que estuvieron bajo la esfera soviética, vaya paradoja-, en el interior de las casas donde las familias recuerdan la vida de esos árboles que plantaron en su juventud, que vieron crecer como a sus hijos, que hoy se van al muestrario de naturaleza que Ivanishvili se reserva como jardín privado.
Taming de Garden es más que una película política, consagra en su ritmo pausado el avance progresivo e inmutable de un poder que no parece detenerse ante nada. Y no está representado en la voraz tala de los árboles para convertirlos en madera que produzca capital, como pueden registrar numerosas películas de los últimos años. Es la cuidada extirpación de una naturaleza legendaria, asentada en esa tierra desde mucho antes que nosotros, para exponerla en un jardín geométrico y premeditado, con tirantes que yerguen las copas, regadores que humedecen las raíces, senderos que autorizan la entrada vigilante del dueño y amo de ese circo. Por eso la ausencia de Ivanishvili es tan significativa: su nombre apenas asoma en las voces de los pobladores, entre los agradecimientos por el asfalto que llega a sus puertas, el pago en laris que resulta más de lo pensado por ese capricho, el excéntrico burlado por sus resignados empleados. Su obra final es la representación de su poder que ya no solo puede comprar un sillón en el gobierno sino también modelar la naturaleza rebelde.
Pese a la fuerza de su relato, Jashi escapa a todo rastro de denuncia convencional, esquiva subrayados, libera a sus espectadores para entrar en ese mundo en disputa. Hay algo sagrado que la naturaleza retiene pese al asedio de la obra humana, algo que persiste en el sonido del viento, en la inmensidad del mar, en el esplendor de las acacias que no parecen querer venderse. Es interesante, en ese sentido, el uso de planos abiertos, en los que la figura humana –los trabajadores que desplantan, los lugareños que reflexionan sobre su propia aceptación de ese intercambio desigual- asoma como una silueta en el fondo, una voz que reverbera, una llaga que no deja de supurar. Hay algo absurdo en ese choque entre la imponencia de una naturaleza mítica y el ejercicio de un poder caprichoso e impune, algo que puede recordar al humor de Herzog en el registro del embate de sus personajes contra la convicción de empresas inútiles que terminan en desgracia y farsa. Jashi consigue afinar ese tono de observadora con ligereza, sin acentuar demasiado su posición ni convertir sus encuadres en admonitorios. Ese mundo en el que esas cosas pasan está ahí, firme y claro para que lo veamos.
En sintonía con esa mirada política aparece en el FestiFreak un foco interesante sobre Ken Jacobs, director experimental de la vanguardia estadounidense. Los tres cortos que integran la retrospectiva, Capitalism: Child Labor (2006), Capitalism: Slavery (2006) y el más reciente, The Whole Shebang (2020), se concentran en las posibilidades de mirada que contiene una fotografía. En el primero es la imagen de la planta de una fábrica textil, un hombre mira a cámara y a su lado un niño también ofrece sus ojos como puente a ese entorno plagado de hilados y mecanismos. En el segundo es una plantación de algodón en la que los esclavos miran sus propias manos extrayendo la materia prima mientras un jinete en el fondo oficia de supervisor. En el último, un adulto manipula un bebé en la cima de un edificio en construcción; lo hamaca sobre el vacío, convirtiendo el juego con la muerte en la perfecta captación de la intriga de la cámara.
Jacobs conjuga el ritmo que le ofrece la música con la sucesiva deconstrucción de la imagen, a la que despliega en sus retazos, hace ir y venir de un lado al otro, imprime un movimiento que le resultaba ajeno. En esa propuesta lúdica desnuda el interrogante sobre lo que vemos. ¿Qué es lo que nos llama la atención en cada fotografía? ¿El niño obrero? ¿Las manos de los esclavos sobre el algodón que no les pertenece? ¿El rostro exultante del bebé sobre el vacío? ¿O el diseño maquinal de esa fábrica del siglo XIX, la expresión severa del custodio de la plantación, el subterráneo sadismo del hombre que sacude un cuerpo ajeno en la cornisa? Ese hueco en la representación, ese tenue límite entre lo que se ve y lo que se intuye, ese ominoso trasfondo que Jacobs revela como parte de un juego tecnológico, de una secreta complicidad entre quien mira detrás de la cámara y quien mira a través de la pantalla, es lo que en definitiva revela el gesto que preside su trabajo.
Taming the Garden (Georgia, 2021). Dirección: Salomé Jashi. Duración: 86 minutos.
Foco Ken Jacobs: Capitalism: Child Labor (EUA, 2006, 14’); Capitalism: Slavery (EUA, 2006, 3’); The Whole Shebang (EUA, 2020, 5’).
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