“Le voy a contar una revelación que he tenido en el tiempo que llevo aquí. Me sobrevino cuando intenté clasificar su especie. Me di cuenta de que en realidad no son mamíferos. Verá, los mamíferos logran un equilibrio perfecto entre ellos y el hábitat que les rodea. Pero los humanos van a un hábitat y se multiplican hasta que ya no quedan más recursos y tienen que marcharse a otra zona. Hay un organismo que hace exactamente lo mismo que el humano. ¿Sabe cuál es? Un virus. Sí, los humanos son un virus, son el cáncer de este planeta y nosotros somos su cura.” Agente Smith, Matrix.
Hacia 1975, luego de cortos y mediometrajes, el canadiense David Cronenberg concibió este largo inicial jamás estrenado comercialmente en nuestro país, por lo que el atractivo de verlo en pantalla grande es doble. A menudo la crítica se ha detenido en el valor del cuerpo en su obra, entendido en sí mismo pero también como metáfora social. En Shivers, en efecto, se vislumbra el germen de lo que serán los temas ineludibles de su filmografía: la enfermedad, la biotecnología, el deseo y el poder.
Todo transcurre en un paraíso de nuevos ricos: los edificios Starliner. La película comienza con una voz en off que introduce la publicidad televisiva de los condominios. El sueño de una naturaleza dominada y puesta a los pies del individuo para emplazar tan imponente edificio es el primer elemento a considerar, ya que demarca una frontera.
El comercial configura esta territorialidad específica posteriormente vulnerada por los parásitos. Los edificios Starliner se encuentran en una isla en donde hay casi todo: clínicas médicas, clubes deportivos, despensas y bares… Lo único que Starliner concienzudamente excluye u oculta es el mundo del trabajo. Se sobreentiende que para que esa comunidad armónica exista deben esconderse las relaciones económicas o, más bien, dejarlas afuera. El aviso, entonces, es corto pero perfectamente funcional a la película. Así como los parásitos trazarán un recorrido por el cuerpo humano al ocuparlo, también los habitantes de Starliner establecen una trayectoria por la isla y por el complejo. La idea de “lo parasitario” refiere también a una matriz económica en la que una clase obtiene ventajas a costa de la explotación de otro grupo. En ese sentido, es significativa la empeñada no alusión al trabajo en el territorio dispuesto.
El nacimiento de los parásitos se presenta ante todo como un aporte científico. Es el fruto del decurso de una ardua investigación científica, y la lógica de la cuestión es la de un altruismo romántico más que la del tempestuoso espíritu de trascendencia propio de la clásica figura del “científico loco”. El médico Emil Hobbes[1] experimenta en el cuerpo de su joven amante la inoculación de unos parásitos cuya acción se supone benéfica para la especie humana. La penetración sexual y la penetración inmunitaria son intercambiables y la realidad es que la idea del doctor, aunque suene un tanto descabellada al principio, en nada se diferencia de la lógica sanitaria de las vacunas. Cronenberg lleva la idea de inmunización a espacios extremos y de alguna manera desnaturaliza esta construcción social de salud que tenemos incorporada.
El anciano profesor desnuda y estrangula a su joven amante ataviada con uniforme escolar en un forcejeo shockeante mientras intenta extirpar el parásito. La violencia de esos cinco minutos de película iniciales es trash y carece de cavilaciones. Lo que sabremos luego es que la adolescente mantiene una vida sexual bastante agitada ya que no sólo es amante del maduro doctor sino también de varios hombres del Starliner a quienes contagiará rápidamente.
Shivers muestra una comunidad, un mundo en el que el individuo no puede escapar excepto que sea liberado. He aquí el papel del parásito. En ese sentido, se cumple esa máxima nietzcheana que sentencia: “Fue la enfermedad la que me condujo a la razón”, ya que aquí el sujeto puede salir de su forma burguesa y constreñida de ver el mundo para aspirar a la adquisición de otra sensibilidad.
La enfermedad venérea invade el mundo burgués e impele a sus habitantes a comportarse de una manera diferente de la que tenía antes de su llegada. La enfermedad marca un antes y un después del contagio en la vida de los sujetos, y tras esta fuerza subversiva podemos encontrar el manifiesto artístico de Cronenberg.
Aquí puede leerse un texto de Luciano Alonso sobre la misma película.
Shivers (Canadá, 1975), de David Cronenberg, c/ Paul Hampton, Joe Silver, Lynn Lowry, 87’.
[1] En clara alusión al filósofo Thomas Hobbes, autor de Leviatán (1651), que popularizó la conocida sentencia de Tito Plauto “Homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre).
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