El mundo no está hecho, como muchos todavía creen, de cosas de gran importancia. Tampoco está hecho de ganadores absolutos.  En todo caso, de los primeros está hecha la Historia. De los segundos está hecho el capitalismo que, como sistema, necesita de los ganadores para encubrir a los perdedores. Lo que triunfa y lo que perdura no son más que una parte que termina siendo la más conocida, porque pareciera que a nadie le interesa que le cuenten otra cosa que no sea la historia de los grandes triunfadores –incluso si después del triunfo se derrumbaron- y de lo que el tiempo no ha conseguido hacer olvidar. Es como esas casas enormes en las que te muestran siempre el living y la habitación principal, pero nunca o casi nunca el altillo o el galpón del fondo. Y es ahí, en esos rincones que nadie quiere ver/mostrar, donde suele encontrarse algo más interesante, porque es allí donde se guardan las cosas que pudieron ser parte del cuerpo principal de la casa, pero por algún motivo no lo fueron. ¿Acaso no son esos objetos los que dicen más de un espacio que los que son su decoración habitual?

Supongo que doy todo este rodeo para justificar –o intentar explicar(me)- que me atraen más las historias desconocidas o las historias de perdedores. O las historias de quienes parecían tenerlo todo para ser parte de un cambio y de pronto, se derrumbaron, se esfumaron.  Hay algo de fascinación en tratar de escudriñar por qué algo no terminó de cuajar en su momento, o en descubrir un encadenamiento de hechos que se parecen más a una maldición inexplicable que a otra cosa. Y esa fascinación se potencia cuando el que va al rescate de esas historias perdidas, parece estar en esa misma sintonía. Todo eso está en Zombies en el cañaveral – El documental.

Porque todo parte de una ¿certeza?. En el año 1965, se habría rodado una película de terror en la provincia de Tucumán. Se llamaba Zombies en el cañaveral y su director sería Ofelio Linares Montt. Pero, como se señala al principio del documental, nadie la conoce. O casi. Eso hizo al relato como mito. O como lo menciona el coleccionista Ramiro San Honorio: como “el fantasma que todos saben que existe pero no se ve”. La intuición de la pérdida definitiva, la constancia de lo inhallable es lo que suele mover las voluntades: no hay nada más gratificante que encontrar lo que otros están buscando y que se supone que no existe.

Zombies en el cañaveral – El documental reconstruye la historia de esa película. Entrevista a Linares Montt en Tucumán. A los actores que participaron del rodaje y que aún viven. A la familia de Manuel Miranda, que fue el productor de la película. A la periodista Victoria Marino, que escribió una nota en el momento en que se había iniciado el rodaje. Desde ellos se puede establecer una línea que lleva desde el encuentro de Miranda con Linares Montt, a la pasión de ambos por el cine de terror clase B, a la forma en que consiguieron los actores, a la casa y al cañaveral donde se filmó. Si hasta allí el documental pareciera pensarse como recuperación de una experiencia bastante extraña para la época –una película de terror, de bajo presupuesto, filmada en una provincia y sin la financiación de ninguna productora importante de la Capital-, lo que sigue se embarca en algo que es más importante aún, que es la historia que incluye a la película.

Porque por otro lado, el documental es el registro de esa búsqueda del tesoro que emprende su director. Ese algo que demuestre la existencia palpable de la película. Algo que supere el relato de quienes participaron en ella, de un puñado de fotos y textos periodísticos que han sobrevivido, del afiche original y de un pequeño tráiler.  Una búsqueda que lo lleva a los Estados Unidos, donde un distribuidor, shockeado por lo que había visto, habría decidido estrenarla en un cine de Nueva York, donde se convirtió en un éxito. Y de allí a su aparente estreno en Río de Janeiro. Pero esos detalles, esos avisos y artículos en diarios y revistas de los Estados Unidos, solo dan cuenta de la posible existencia de la película en algún tiempo. Que ese tesoro por hallar no es la película se termina de definir en el recorrido que sigue. La única copia presentada ante el Ente de Calificación Cinematográfica en 1966, que no solo la prohíbe, sino que nunca devuelve esa copia, en una inquietante referencia a las desapariciones que sobrevendrían apenas diez años más tarde. Las latas con los negativos, desaparecieron misteriosamente, ni siquiera estaban en los restos del incendio de la oficina de la productora de Manuel Miranda.

El tesoro es otro. Es algo más palpable que los recuerdos pero menos evidente que una copia del film. Y sobre todo, que vale por sí mismo, porque lo que importa es el juego de descubrir algo perdido entre una pila de materiales guardados. El tesoro escondido en una pieza de un departamento de un hombre que murió hace quince años; un espacio que su esposa mantiene intocable como si allí residiera algo que no sabe qué es, qué puede ser, pero que es el aporte que su esposo puede aún hacer a la historia. El hallazgo es la prueba ¿definitiva? de lo otro inhallable. El regreso del director del documental para compartir el tesoro con Linares Montt abre la posibilidad de un sueño optimista que el director todavía acuna: volver a filmar la película hoy, ahora. Uno y otro se consuelan con el sucedáneo, porque saben que lo otro es imposible de recuperar: la paradoja es que ese final que recupera la alegría de filmar el presente, encierra la imposibilidad de recuperar el pasado, de lo que no puede ser igual, aunque se pretenda disimularlo en un cañaveral que parece inmutable con las décadas (es la casa abandonada donde se filmó la historia lo que revela esa imposibilidad definitiva).

Zombies en el cañaveral – El Documental parte de una hipótesis que al principio se formula como certeza: es la película que cambió el paradigma del cine de terror, pero nadie la conoce. En el camino, su recorrido la lleva a la inevitable comparación con la posterior Night of the living dead, película fundacional del nuevo cine de terror con zombies. Se especula con que George Romero haya visto la original Zombies en el cañaveral en Nueva York. Se traza un paralelo entre las imágenes que sobrevivieron en el tráiler con imágenes similares del film de Romero para señalar que hay un parecido extraordinario. Se señala que Romero copió no solo la historia, también el nombre del personaje principal, y hasta la iluminación y los encuadres. Pero al cabo de todo, deja de ser importante: la especulación no lleva a las certezas sino a la duda, a la imposibilidad de probarlo. Es entonces que el camino de la película es un aprendizaje que lleva de la afirmación a la carencia de certezas, que más que afirmarse en éstas encuentra más estimulante formularlo como pregunta: “¿Y si el terror moderno nace no en Estados Unidos sino en Tucumán?”. La respuesta es que no cambia nada. Porque la recuperación que hace el documental de esta historia de un fracaso que pudo haber sido un éxito, es la de la historia en sí misma, que se independiza de la existencia o no de la película original. Lo que importa, al fin, es contar la historia de unos perdedores que quisieron hacer una película. Y a partir de esa historia, reafirmar que no hay nada que provoque más fascinación que la historia imposible contada como si todo fuera posible.    

Calificación: 7.5/10

Zombies en el cañaveral (Argentina, 2019). Guion y dirección: Pablo Schembri. Entrevistas: Luciano Saracino, Isabel Sarli, César Legname, Mónica Audi Falú, Carlos Lizarraga, Diego Trerotola, Roger Koza, Laura Casabé.Duración: 88 minutos. Disponible en Cine Ar Play.

   

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