Según Freud, el trauma es la marca de una intensa experiencia de excitación libidinal que no pudo ser ligada al entramado de representaciones del aparato psíquico. El trauma retorna bajo el modo de la compulsión de repetición, como forma de trabajo del aparato psíquico, apuntando a ligar dicho exceso de energía libre. El atentado a la AMIA ocurrido el 18 de julio de 1994 puede considerarse para muchos de los sobrevivientes como un acontecimiento de esta índole, y cada uno de ellos encuentra su singular manera de tramitarlo, con la complicación de que a 23 años del trágico suceso aún continúa sin respuestas por parte de la justicia argentina.
El director argentino Ricky Piterbarg, en su segundo largometraje Ikigai, la sonrisa de Gardel, aborda la transformación de una de las sobrevivientes, Mirta Regina Satz, quien al momento del atentado se desempeñaba como jefa de Tesorería de la AMIA. Luego del atentado, Mirta continuó trabajando un año más en la institución y luego emprendió un camino de acercamiento a su aficiones artísticas: el tango y la plástica. Actualmente es cantante y bailarina de tango, y también docente de un taller de plástica en la antigua casona de su padre en la Calle Inclán, en el barrio porteño de Parque Patricios.
Lo interesante de la película es la búsqueda que emprende Mirta para tramitar el trauma por la vía de arte, en la que primero experimenta con bolsas negras de consorcio, hasta que un día se le aparece la sonrisa eterna e icónica de Carlos Gardel. A partir de allí, nace un proyecto colectivo -junto a sus alumnos y gente del barrio- de realizar el mural de mosaicos La sonrisa de Gardel, actualmente declarado de interés cultural por la Legislatura de la ciudad. Con las bolsas de consorcio Mirta ponía en escena la oscuridad y la desolación del horror experimentado, como esos globos negros que se sueltan cada vez que la comunidad judía conmemora el atentado. Sin embargo, no conseguía expresar su proceso de sanación. El mosaiquismo de una sonrisa da en la tecla con la doble vertiente de poder expresar la destrucción con la rotura, marca de la herida aún abierta, pero a la vez la faceta de la reconstrucción.
A nivel formal, Piterbarg no entrega un simple documental clásico con entrevistas, sino que acompaña la idea del rompecabezas, de las piezas que buscan encajar y de otras que siguen sin encajar del todo. De este modo, nos ofrece un relato que se construye a partir de fragmentos de entrevistas testimoniales con cámara fija a Mirta, a su hija, a Rufino (su compañero, pareja de baile y más cercano asistente al momento de rodarse la película); material documental de los alumnos del taller trabajando en el mural, así como de la inauguración realizada cuando fue terminado; archivo fotográfico de los escombros de la voladura de la AMIA y recreaciones de ficción que rozan lo onírico del momento del derrumbe con Mirta asomando entre la nube de polvo y la oscuridad hacia el esplendor de una nueva vida.
De particular interés son las escenas de la mesa de sobrevivientes del atentado donde cada uno intenta recomponer qué estaba haciendo al momento que estalló la bomba, y donde la culpa por sobrevivir y la deuda con los que ya no están es un tema que circula entre ellos, buscando ser alojado y elaborado por medio de la palabra; y también aquella del encuentro entre Mirta y el tintorero japonés, conversando cada uno de sus orígenes como descendientes de inmigrantes que vinieron a Argentina escapando del horror, de lo cual se desprenden esos ideogramas, esas marcas escritas pictóricamente en el papel en consonancia con el arte de Mirta, que darán el título a la película: IKIGAI; que significa volver a la vida.
Ikigai, la sonrisa de Gardel no sólo brinda un documento sobre el atentado a la AMIA, sino también el valioso testimonio del camino de una sobreviviente que ha hecho del arte su manera singular de tramitar el trauma de lo imposible de soportar, proceso que, como queda plasmado, nunca es en soledad sino también junto a un colectivo social que acompaña a tejer un nuevo entramado para esa herida que todavía no cierra, no sólo para la colectividad judía sino para todos los argentinos. Piterbarg no descuida nunca el valor poético de las imágenes, así como tampoco expone ni somete a su protagonista al relato obsceno o al desborde de la angustia. De este modo transforma la destrucción en una belleza que brota del goce vivificante de la actividad artística.
Ikigai, la sonrisa de Gardel (Argentina, 2017). Dirección: Ricardo Piterbarg. Guión: Ricardo Piterbarg, Telma Satz. Fotografía: Juan Costamagna. Montaje: Roly Rauwolf. Intérpretes: Mirta Regina Satz, Rufino Venicio Bogado, Mora Noel Sánchez, David Satz. Duración: 72 minutos.
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