Lo primero que llama la atención de Viaje al  cuarto de una madre es que es  una película madura para ser una ópera prima. Película de iniciación acerca de cómo atravesar una perdida y de los vínculos que la sobreviven, el debut de Celia Rico Clavellino  pinta el paisaje desolado de la adolescencia a la adultez en un momento de quiebre personal, y de paso realiza en su primera parte una sutil descripción social mostrando sin trazos gruesos a una porción de la  clase trabajadora en el contexto laboral de la España contemporánea.

Rico Clavelino indaga en las vicisitudes de la relación madre hija ante la muerte del padre y el principal mérito de su película es el trabajo en relación a esta ausencia que obstinada se mantiene presente del principio a final en la vida de estas dos anónimas heroínas. Este duelo, que sucede todo el tiempo en voz baja, no por ello reduce la angustia de lo que estamos observando, todo lo contrario. Rico Clavellino hace foco -sobre todo en la primera parte- en los días de Leonor (notable actuación de Anna Castillo), en la tristeza ante la pérdida del padre, y sobre todo el quehacer con esta tristeza es trabajada con mucho detalle desde la puesta en escena. La directora concentra su atención en las miradas y los cuerpos, y allí este vínculo se complejiza potenciando su materialidad. Madre e hija se abrazan mirando una serie, o Leonor pide cosquillitas como si fuera una niña cuando en realidad es una adolescente con deseos de explorar el mundo y de escaparse de esa España opresiva que solo le recuerda la ausencia del padre y la tristeza insoportable de esa madre suspendida en el tiempo.

Un adjetivo que podríamos pensar para el cine de Rico Clavellino es el de película climática, y esa idea es pertinente en tanto y en cuanto no pensemos en las películas climáticas como en variaciones sobre la nada. En Viaje al cuarto de una madre pasan un montón de cosas y todas esas cosas son intensas, partiendo de la muerte del padre -de la cual la película no da detalles específicos y queda fuera de campo-, pasando por la iniciación en la adultez de Leonor y por la búsqueda de su deseo, y llegando a la angustia de la madre que debe enfrentarse a su  inexorable soledad. Esa búsqueda expansiva de Leonor contrasta notablemente con la opacidad que representa el personaje de su madre, Estrella (también brillante Lola Dueñas interpretando a una madre que hace el duelo como todos lo hacemos, es decir cómo podemos). Justamente Viaje al cuarto de una madre crece cuando la cámara observa los pequeños detalles que determinan y construyen ese vínculo de madre e hija que se arma en silencio, y que solo hay que saber observar para comprender su consistencia.

Hay un momento notable del film en el que Estrella simula la voz de su esposo muerto para conseguir un teléfono nuevo mediante una venta telefónica. Es clara la imposibilidad de hacer el duelo por la muerte del sujeto amado y la tristeza que esa decisión conlleva. Esa deriva de hacer como si nada sucediera, cuando en realidad la vida se impone, produce una conmoción natural por el modo de resolución  del conflicto que directora y actriz le consiguen en la escena. Aquí no hay gritos ni llantos ni sufrimientos estertóreos, solo la imitación de una voz que ya no existe. Viaje al cuarto de una madre es una película sobre cosas pequeñas y gestos microscópicos que demanda un espectador atento capaz de observar este mundo pequeño e inmenso a la vez. Si en el inicio todo es incomprensión entre madre e hija, esa incomprensión nunca se encuentra desligada de la ternura que propician los vínculos filiales construidos desde el amor.

El film de Clavelino narra el duelo y filma el agujero de la muerte. Es la muerte y los efectos que produce en los que quedan lo que le interesa narrar a la directora. En este sentido son para destacar las escenas en las que Estrella utiliza el whatsapp para entablar un diálogo con su hija que partió a una supuesta experiencia laboral en Inglaterra. Notable es el modo de resolución de esas charlas en las que la gracia y la ternura nos alivianan el peso de la tragedia.  En la segunda parte del film, la mirada de la directora se posa en Estrella una vez que Leonor decide irse de su casa. En lugar del inminente derrumbe que el espectador puede presumir, surge un inesperado vínculo con un hombre que saca a Estrella de esa angustia opresora, y de repente nos permite observarla con otra luz, con un interés y una alegría ausente hasta ese momento. Es entonces cuando merman las llamadas constantes a su hija que siempre contesta con incómodos monosílabos. La pulsión de vida o de goce la ha sacado de ese lugar de inmovilidad.

Viaje al cuarto de una madre es una película introspectiva que conmueve desde la notable puesta en escena hecha de luces tenues, que narra un interior en crisis y acorralado por la disposición de los objetos y lo que hacen las protagonistas con ellos (un instrumento musical, un teléfono, una mesa, una tele); y es sobre todo una película de grandes actuaciones hechas de una gestualidad mínima. La economía de recursos que logra aquí la pareja protagónica no hubiera sido posible sin la notable dirección que transforma la descripción de un duelo ordinario en una película conmovedora sobre cuando el mundo deja de ser como alguna vez lo fue.

Cualquiera que haya atravesado la muerte de su padre y lo que eso significa, sabe de lo que estoy hablando.

Calificación: 8/10

Viaje al cuarto de una madre (España, 2018). Guion y dirección: Celia Rico Clavellino. Fotografía: Santiago Racaj. Montaje: Fernando Franco. Elenco: Lola Dueñas, Anna Castillo, Pedro Casablanc, Noemí Hopper, Marisol Membrillo, Ana Mena. Duración 90 minutos.

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