Darse cuenta. Cuando Phoebe (Gwyneth Paltrow) se entera que su nuevo novio Adam (Mark Ruffalo) es adicto al sexo en recuperación, lo primero que balbucea es, más o menos: “¿Y eso qué es? Yo creía que era simplemente una excusa de los chicos para cuando los descubren en una trampa”, a lo cual Adam le responderá que “no, es una enfermedad”, puntualizando más tarde casi como en un micro educativo que esto significa darle duro, parejo y sin parar a la máquina a través de lo que sea: novias de una noche pagas o no, masturbación compulsiva, y cualquier excusa para soltar las riendas y cabalgar. Así, quienes formamos el amplio club de los “unos tanto, otros tan poco” podemos enterarnos que el “I Can’t Get No Satisfaction” de Jagger casi 50 años después se ha convertido, para el hombre y la mujer modernos, en un flagelo –por lo que nos cuenta lateralmente el film- similar y tan peligroso como las drogas y el alcohol.
Gracias por compartir (A quien corresponda: gracias a vos por mantener fidelidad al original, sobre todo cuando la adaptación española Amor sin control es dramáticamente equivocada o pacata: en todo caso, coger es la palabra) nos invita a navegar por la vida de tres adictos de clase media laburante que la reman en un mundo que les tira todo el tiempo un anzuelo para la recaída. Esto no es sólo patrimonio de Michael Douglas y su padecimiento luego de que Sharon Stone lo dejara como un trapo en Bajos instintos. Pero dejemos a Verhoeven (y cómo se lo extraña) para más tarde.
Darse manija. De movida el tratamiento del tema pinta liviano y no aparecen psicólogos ni clínicas de recuperación en la línea argumental de Gracias por compartir. Precisamente el título del film de Stuart Blumberg alude a una expresión común en los grupos terapéuticos de adictos anónimos cuando se presentan los nuevos integrantes o cuando cada uno comenta cómo transcurrió su semana de lucha. La historia presenta a un conductor (sponsor), Mike (Tim Robbins), y a dos de sus “discípulos” : Adam (Mark Ruffalo), que viene el pobre con cinco años cual asceta, prescindiendo de televisores, revistas, citas y cualquier tentación de la carne que aceche, y Neil (Josh Gad con claras reminiscencias de Jack Black y Jonah Hill que la película utiliza muy bien), un médico que aprovecha todas las oportunidades para darse una mano solidaria. No es que aquí se condene la paja aunque la pacatería en la industria es marca registrada: el problema es que, por extensión, Neil no puede resistirse a apoyar mujeres en el subte y otras poco sanas costumbres. Como pie de igualdad, la mayoría del entorno tiene sus propias patologías: el hijo de Mike (Patrick Fugit, el joven periodista alter ego de Cameron Crowe en Casi famosos) lucha con su adicción a las drogas e intenta reinsertarse en su hogar, la mujer toma pastillas no recetadas, una novia fugaz de Adam se brota y trata de suicidarse, etc. Todos tenemos algo con qué darnos .
Darse rosca (y no nos dejes caer en la tentación).Gran parte de la película transcurre con una mirada entre comprensiva y superficial del tema, a través de la intriga por saber cuál es el primero que se va a salir del eje, mientras se desenvuelven secuencialmente las vidas de los protagonistas. El sponsor se adentra en su infierno familiar, que le demuestra que lo que soluciona en sus discípulos se le embarra en su casa, a la vez que Adam se enamora de una chica que se autodefine como “muy sexual” y se inquieta porque los cinco años de recuperación trastornaron su líbido, y el tarambana de Neil, que venía con todas las de perder, encauza por el lado más riesgoso sus perversiones gracias al “sosteneme que te sostengo” que juega con una compañera de terapia de las insaciables (brillante Alecia Moore, es decir la cantante Pink). Cuando la comedia debut de Blumberg decide que hay que matizar, los momentos serios saltan forzados y esquemáticos y acentúan actitudes cuasi religiosas, desde el silencioso rezo mañanero de Adam hasta los autoexorcismos que él y Neil realizan intentando despegarse de las tentaciones carnales (¿para no caer en el pecado?), las alternativas redenciones y explosiones de violencia entre padre e hijo, el sexo con culpa y la condición más de pai que de terapeuta del personaje de Robbins.
Aunque haga de serial killer, Mark Ruffalo jamás se va a poder sacar esa cara de bueno y hasta su físico de hombre común ayuda para hacer creíble su padecer; con Gwyneth Paltrow –que a diferencia de Ruffalo es buena pero siempre parece que te está escondiendo algo- hacen linda yunta hasta en los silencios. Y va de yapa un breve lap dance revelador del drama (esto es Hollywood, che, el que quiera ver más que vea Verhoeven que no los ponía a sufrir sino a transpirar). Tim Robbins está durito como siempre y algo envejecido, pero convence en un rol de gran dualidad, mientras la parejita Gad-Pink es la que se lleva el premio de la tribuna al aportar equilibrio frente a los hondos bajos fondos de las otras dos historias: hasta parece que encuentran la forma de hacer lo más festiva posible la interminable cuenta de días y horas de abstinencia.
Gracias por compartir es, entonces, una comedia gris de Hollywood con sus esperables virtudes y defectos que se suma a lo que esperemos que no sea un subgénero (Shame, Don Jon) y donde todavía no puedo, y perdón por hablar en primera persona, dejar de extrañar La secretaria (2002) aquel solitario film de Steven Shainberg donde James Spader y la gran Maggie Gyllenhaal se daban rosca y sí que compartían lindo.
Gracias por compartir (Thanks for sharing, EUA, 2012), de Stuart Blumberg, c/Mark Ruffalo, Gwyneth Paltrow, Tim Robbins, Josh Gad, 112′.
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