La crónica francesa es, a simple vista, una película menor o un grandes éxitos dentro de la obra de Wes Anderson. También puede verse como una serie de cortos interrelacionados entre sí por el personaje de Bill Murray, que en esta oportunidad es el jefe de redacción de un suplemento literario imaginario llamado The French Dispatch.
Luego de un prólogo con Owen Wilson andando en bicicleta, como una corta y poética introducción, el film revela una de las clásicas dificultades de las películas en episodios: el virtuosismo narrativo no es suficiente para amalgamar y unir la suma de las partes. De todos los episodios, el más pretencioso, barroco y artificioso es el narrado por Tilda Swinton. Tiene como protagonista a Moses Rosenthaler (Benicio del Toro), un pintor que cumple condena en la cárcel y cobra una desmedida notoriedad a raíz de las pinturas que tienen como protagonista a una bella guardiacárcel (Lea Seydoux). El episodio está atravesado por una mirada irónica sobre el mundo del arte y crítica respecto al valor y la circulación de los objetos artísticos. El cine de Anderson, desde su reconocimiento por parte de la crítica como uno de los pocos «autores» que sobreviven en el cine contemporáneo, se encuentra inmerso en ese debate acerca del prestigio de su propia obra. De esta manera, en este episodio en particular, el propio Anderson nos señala algo sobre la idea de valor y sobre el universo de la crítica, que es la que dicta los criterios para diferenciar lo que es valioso de lo que no lo es. Recargada hasta el exceso y llena de mensajes subliminales, esta pequeña historia se presenta como una especie de manifiesto sobre cómo Anderson piensa al arte y cómo se posiciona dentro de ese universo, en el marco de un ejercicio de estilo notablemente filmado pero carente de alma. Es ese carácter panfletario el que termina debilitando la trama, haciéndola tediosa debido a ese subtexto que pareciera decirnos más cosas que las que el propio relato expone en sus acciones. Cuando Adrien Brody intenta apoderarse de los trabajos del pintor pareciera deslizar una ácida y pesimista mirada sobre quién valida los sentidos de una obra, cómo opera el mercado y qué relación hay entre el arte y la utilidad.
El siguiente episodio, narrado por Francés MacDormand, cuenta una historia de amor entre una periodista veterana (la propia MacDormand) y un joven militante (Timothée Chalamet) en el contexto del Mayo Francés. Allí, el tributo que todo el film le rinde a directores fundamentales de la historia del cine como Ernst Lubitch y Jaques Tati se vincula con el espíritu sesentista del Godard de La Chinoise. Algo de la tensión que evoca ese cine en el que amor y revolución entrelazan mundos públicos y privados pareciera dialogar con esa melancólica evocación de un tiempo que ya no existe más. En el logrado entrecruzamiento entre historia de amor juvenil y conflictividad política también pareciera haber algún guiño al Bertolucci crepuscular de Los soñadores.
El último episodio, narrado por Jeffrey Wright, es una deliciosa crónica gastronómica policial en la que se observa el desmedido talento de Anderson para la narración visual. Aquí Mathieu Amalric interpreta a un comisario que sufre el secuestro de su hijo. Anderson logra capturar la tensión propia del relato policial amalgamada con la extrañeza del sentido de humor que el director le imprime a cada una de sus historias. El notable aprovechamiento de la animación como recurso narrativo confirma el talento de Anderson respecto a este tipo de lenguaje (como sucediera en sus notables films animados Fantastic Mr. Fox e Isla de perros).
La crónica francesa está construida a partir de esta fragmentación, y puede y debe pensarse como una serie de cortos unidos por el personaje de Murray, quien evoca como editor estrella de una revista cultural los fantasmas de los fundadores de publicaciones que fueron la inspiración de Anderson a la hora de construir esta redacción ficticia. En el universo de la película habitan los espíritus de revistas icónicas y legendarias como The New Yorker y The Paris Review. También Anderson rinde tributo a la cultura francesa desde la mención a Ennui- sur-Blasé (que en castellano quiere decir aburrimiento) y esa guía de vagos placeres como síntesis de su programa creativo: siempre la utilización de los recursos cinematográficos (la cámara, la música, la dirección de arte) es tan importante como el argumento del film. Sin embargo, a diferencia de otros films de Anderson, La crónica francesa es una película despareja y por momentos autocomplaciente; los momentos de enlace que suceden en la redacción de esta revista imaginaria tampoco funcionan como núcleo del relato, como si algo del aburrimiento con el que se juega desde el nombre habitara en la estructura narrativa del film. Cuanto menos pretenciosos son los episodios, resultan más disfrutables y logran hacernos olvidar de la omnipresencia del director.
En la obra de Anderson siempre prima el artificio. Todo el tiempo vemos la mano del director que nos demuestra que está presente en cada uno de los virtuosos movimientos de cámara y en el uso de la voz en off y de la música, entre otras cuestiones vinculadas a la puesta en escena. La crónica francesa resume porqué Anderson es un autor y a su vez revela cómo los límites de ese universo terminan empantanando a una película a la que por momentos le falta ese toque de gracia que siempre elevó a su director por encima de la previsibilidad. La gracia que aparece de a ratos: que tiene el personaje de Owen Wilson recorriendo la ciudad en bicicleta, la misma que reaparece en la persecución final cuando Amalric busca recuperar a su hijo en un episodio invadido por una dulce melancolía, la gracia que tiene Jarvis Cocker versionando a Serge Gainsbourg en una hermosa versión de «Aline», la misma que experimentamos al oír la música de Alexandre Desplat, conmovedora y liviana como una metáfora de todo el cine de Anderson.
Wes Anderson siempre observó el mundo de modo extrañado y, a partir de esa visión poética, construyó en estas dos primeras décadas del siglo XXI un cine lleno de imágenes potentes e hipnóticas que lo transforman en uno de los pocos inventores en un mundo de cine estandarizado. Quizás, con sus virtudes y defectos, La crónica francesa pueda pensarse como una declaración de principios de un tipo que no piensa negociar su forma de mirar el mundo. En este mundo de ideologías tenues, esa toma de partido es admirable. Como dijo Spinetta en esa hermosa canción llamada «Dale gracias», un guerrero no detiene jamás su marcha.
Calificación: 7/10
La crónica francesa (The French Dispatch, Estados Unidos, 2021) Guion y dirección: Wes Anderson.Fotografía: Robert Yeoman. Montaje: Andrew Weisblum. Música: Alexander Desplat. Elenco: Bill Murray, Owen Wilson, Benicio del Toro, Tilda Swinton, Adrien Brody, Lea Seydoux, Timothée Chalamet, Lyna Khoudri, Saoirse Ronan, Jeffrey Wright, Mathieu Amalric, Steve Park, Elisabeth Moss, William Dafoe. Duración: 103 minutos.
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