El cine de Stéphane Brizé se caracteriza por una aguda mirada sobre el universo de la clase trabajadora. Siguiendo los pasos del cine de Ken Loach, las películas de Brizé describen personajes que atraviesan circunstancias específicas, aquellas en las que el modo de producción es determinante en la constitución subjetiva de esos héroes anónimos. El protagonista central en la mayoría de sus relatos es Vincent Lindon, quien con pequeños matices siempre pareciera representar el mismo personaje, un silencioso héroe de la clase trabajadora. Como actor fetiche del cine de Brizé, Lindon conforma junto al director una dupla artística que pone el cuerpo a estos personajes, siempre a punto de explotar, que no necesitan grandes parlamentos ni bajadas de línea evidentes para explicar el porqué de sus acciones.
En Algunas horas de primavera, Lindon era el hijo de Heléne Vincent, quien aquejada por un cáncer terminal se decidía a tramitar el suicidio asistido. El personaje interpretado por Lindon era un camionero que había estado preso y, debido a este trance, no conseguía trabajo y deambulaba errático hasta que conocía a una atractiva mujer, interpretada por la hermosa Emmanuelle Seigner. El cine de Brizé se caracteriza por vincular de un modo notable el ámbito público y el privado, los sujetos que habitan su cine se encuentran atravesados por una biografía determinada. Son hijos, padres, madres, esposos u amantes, pero también son obreros desocupados, jubilados o gerentes. Esa biografía familiar también está atravesada por los lazos sociales y por determinados modos de producción. El mundo social y el posicionamiento que los sujetos entablan con su entorno resultan un actor central en el cine de Brizé, y este entorno es el que vincula a los protagonistas de estas ficciones entre sí. Los films del director de La guerra silenciosa son áridos, las palabras no sobran, porque básicamente el cine de Brizé respira a través de lo que capta su cámara.
En Un nuevo mundo, Vincent Lindon interpreta a Philippe Lemesle, un directivo de un grupo industrial que se encuentra atravesando una crisis matrimonial ya en tránsito de divorcio. Al igual -pero también a la inversa- que en El precio de un hombre, Brizé pone en tensión los entrecruzamientos entre el mundo laboral y el familiar. De algún modo las relaciones sociales terminan siendo condicionantes de los modos de vida de los sujetos. Retomando la tradición del cine político francés contemporáneo, que también capturó de modo notable a fines del siglo XX y comienzos del siglo XXI Laurent Cantet (sobre todo en el díptico compuesto por Recursos humanos y la injustamente olvidada El empleo del tiempo), Brizé describe el modo opresivo de la estratificación social, pero encuentra aire en los vínculos afectivos que siempre terminan representando la posibilidad de salvación de los sujetos.
A diferencia de las películas citadas, en Un nuevo mundo la cámara de Brizé se posa en el universo de una familia acomodada, el posible reverso del mundo descrito en El precio de un hombre. En aquella película, Thierry Taugourdeau (otra vez Lindon) era un obrero fabril que debía decidir qué hacer con el puesto de vigilador que lo volvió a insertar en el mercado laboral luego de un largo y burocrático peregrinaje como desempleado. Si en El precio de un hombre la decisión implicaba ser o no parte de un sistema de vigilancia fascistoide que detrás de la apariencia de legalidad escondía la aplicación de un deshumanizado programa de flexibilización laboral (cualquier similitud con políticas aplicadas en estos lares en los últimos años no es pura coincidencia), en Un nuevo mundo Lindon también deberá decidir qué hacer con su vida. Y el mundo familiar también será fundamental para entender a este personaje de pocas palabras pero que pareciera sentir el peso del mundo sobre sus espaldas. Porque Philippe Lemesle ocupa un lugar jerárquico en una empresa multinacional y es uno de los responsables de un proceso de ajuste laboral que dejará a un montón de operarios en la calle.
No obstante, la diferencia sustancial con El precio de un hombre resulta de la posición social del actor que lleva a cabo esta impugnación a la lógica con la que opera el capital. Así, el comportamiento laboral de Lemesle repercute en uno de sus hijos, quien está atravesando una situación de padecimiento psíquico. Esa condición resulta un espejo deformado del propio padre, a quien sumirá en una angustia que lo llevará a un replanteo integro de su vida. En El precio de un hombre, la familia era un refugio contra todos los males del mundo y su mujer y su hijo discapacitado funcionaban como la protección que necesitaba Taugourdeau para sortear los escollos de ese mundo deshumanizado. Ese refugio familiar esperanzador desaparece en Un nuevo mundo hasta que, a partir de la crisis del hijo, Lemesle comprende que el lugar que está representando en el ámbito público también afecta su mundo privado.
Lo que tienen ambas películas, como la mayor parte del cine de Brizé, es que más allá de las limitaciones que el propio sistema les impone sus personajes estos siempre tienen la oportunidad de decidir sobre sus vidas. No hay claudicación ni goce en la descripción de la derrota. Ni siquiera se podría hablar de derrota. Todo lo contrario, lo que salva al protagonista de Un nuevo mundo es la mirada piadosa y humana con la que éste mira a su alrededor, diferenciándose del entorno despiadado que pareciera estar dispuesto a extraer plusvalía cueste lo que cueste. Esa posibilidad de elegir otro mundo es lo que distingue a Lemesle de sus colegas, y funciona como tabla de salvación hacia otra vida posible. El cine de Brizé pareciera regirse por ese aforismo spinoziano que señala que el hombre está determinado por la posibilidad de hacer con su vida lo que desee. Ese es el puntapié inicial de lo que hace varios siglos conocemos con el nombre de revolución.
Calificación: 9/10
Un nuevo mundo (Un autre monde, Francia, 2022). Dirección: Stéphane Brizé. Guion: Stéphane Brizé, Olivier Gorce. Música: Camille Rocailleux. Fotografía: Eric Dumont. Montaje: Anne Klotz. Elenco: Vincent Lindon, Sandrine Kiberlain, Anthony Bajon, Marie Drucker, Olivier Lemaire, Guillaume Draux, Cristophe Rossignon, Sarah Laurent, Joyce Bibring, Olivier Beaudet. Duración: 96 minutos. Disponible en Mubi.
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