En un prólogo sombrío e inquietante, la película nos presenta a su protagonista: antes del amanecer, un hombre joven desciende desde un bosque oscuro mientras lo seguimos en su recorrido a pie hasta la oficina de un viejo edificio. A su paso por un puente, las luces centellean; al estar frente al funcionario, nos damos cuenta de que posee poderes especiales pues con su mente lo hipnotiza y consigue así la autorización para poder vivir en esa ciudad. Ya se vislumbra que en Nunca volverá a nevar (Sniegu juz nigdy nie bedzie, 2020), la directora polaca Malgorzata Szumowska (en co-autoría con Michal Englert) hibrida el thriller con el fantástico sobrenatural en medio de un drama al que acompaña con momentos de comedia.
El extranjero en cuestión se llama Zhenia (Alec Utgoff), es oriundo de la ciudad de Prypiat, cercana a Chernobyl, y nació siete años después de la explosión de la central nuclear. Trabaja como masajista en un barrio residencial y acomodado de Polonia, mientras vive en la ciudad en uno de los típicos edificios de departamentos, con el clásico empapelado, hoy kitsch o demodé, pero que otrora fue popular en la ex-Unión Soviética. En sus visitas a cada uno de los clientes, vamos tomando conocimiento de una clase social, bien posicionada económicamente, pero aquejada por la infelicidad y con los modos en que cada uno de ellos intenta lidiar con ese padecimiento.
María (Maja Ostaszewska) ahoga la pena por la muerte de su padre en alcohol y consumiendo psico-fármacos. Su matrimonio, con dos niños de edad escolar, está estancado en cuanto al deseo, por lo que su esposo mantiene un amorío con una de las vecinas. Un hombre está enfermo de cáncer y, aparte de la medicina tradicional, ha probado todo tipo de terapias alternativas para paliar su dolor. Ewa (Agata Kulesza) sufre por la muerte de su esposo, al que ha convertido en fertilizante para los pinos linderos a su propiedad. La mujer de los bulldogs (Katarzyna Figura) hace de ellos el centro de su vida, un modo de lidiar con su soledad. Un ex-soldado (Andrzej Chyra) deambula por el barrio, portando un arma de fuego y modales rudos que aterrorizan a los vecinos, secuelas de su paso por la guerra.
Al mismo tiempo vamos accediendo, a través de recuerdos o sueños, al propio dolor de Zhenia por la muerte de su madre, debido a la radiación de la explosión de la planta nuclear, y a cómo ya siendo un niño poseía el poder de la telekinesis, con el cual había intentado infructuosamente recuperar a su madre. Ante el límite irreductible que impone la muerte, la solución que encuentra Zhenia para lidiar con su sufrimiento es transformarse en sanador del dolor de los demás. De ahí que la cruz que lo identifica en la cadena que lleva en su cuello haga de él un personaje con características crísticas. Esto se verifica tras el fallecimiento del hombre que padecía de cáncer, que justamente vive en la vivienda con el número 33, y al cual Zhenia reemplazará interpretando un cuadro de magia de Houdini en un acto escolar: una resurrección y una posterior ascensión en el punto del desvanecimiento mágico. El de Zhenia es el destino del hombre solitario, que peregrina de casa en casa, llevando con sus poderes en los masajes y con la práctica de la hipnosis cierto alivio al padecimiento a los demás. Es quien porta un rostro angelical, que absorbe y se lleva el dolor y los pecados del mundo, que se depositan junto a su propio padecimiento, en el color negro de su vestimenta.
Al mismo tiempo, su calidad de extranjero lo tiñe de un aura de misterio que, junto a su cuerpo torneado y musculoso, hacen de él causa de deseo para estas mujeres sufrientes, solitarias y desesperadas de deseo y amor. En este punto, la película se emparienta con Teorema de Pasolini, donde también la figura del extranjero desencadena el deseo de cada uno de los miembros de la familia tipo, pero aquí con un efecto perturbador y disruptivo, más que de consuelo y apaciguamiento. En cambio, el destino crístico hace de Zhenia un errante solitario, para quien esas mujeres que lo desean son deseables pero al mismo tiempo inaccesibles. La directora trabaja muy bien este aspecto en el contrapunto que construye entre el consuelo que la prostituta ofrece con su baile erótico a través del vidrio de la cabina, o con la presencia elevada de las mujeres de vida acomodada, siempre detrás de las ventanas, a las que sólo puede acceder de un modo evanescente.
La cámara toma mayormente a los personajes en planos fijos o enmarcados en puertas o en los recuadros de los vidrios repartidos de las ventanas, mostrando su encierro en el dolor que está en proceso de cicatrizar. La película también despliega un aspecto político al poner en boca de estos personajes de la burguesía cierto desprecio por los inmigrantes, y logra desarrollar una línea de suspenso psicológico inquietante, en la cual Zhenia se sabe buscado por unos hombres y asediado por misteriosos llamados a su puerta, que se pueden relacionar con su situación de extranjería y las duras políticas migratorias. La otra línea política es la vinculada a la ecología, ya que varios personajes aseguran que no va a volver a nevar, en un contexto invernal donde se acerca la navidad. El final anuncia que se prevé que la última nevada será en el 2025. Al mismo tiempo, Ewa se muestra profundamente enojada y desconsolada cuando varios funcionarios derriban los pinos linderos a su propiedad, que las cenizas de su esposo han fertilizado, situación que revela los efectos de la deforestación en el cambio climático.
Frente a la tragedia que impone la finitud de la vida, la aplastante realidad cada vez más teñida por discursos de odio segregacionistas y un capitalismo cada vez más salvaje e inescrupuloso, la directora apela con la belleza fotográfica y la dimensión sobrenatural que despliega en su película, a la necesidad de cultivar y salvaguardar cierto margen de ficción fantástica sobrenatural como refugio insoslayable para poder soportar el peso de la vida.
Calificación: 7/10
Nunca volverá a nevar (Sniegu juz nigdy nie bedzie, Polonia/Alemania, 2020). Dirección: Małgorzata Szumowska, Michał Englert. Guion: Michał Englert & Małgorzata Szumowska. Dirección de Fotografía: Michał Englert P.S.C. Montaje: Jaroslaw Kaminski, Agata Cierniak. Sonido: Marcin Kasinski MPSE, Kacper Habisiak MPSE, Marcin Jachyra. Elenco: Alec Utgoff, Maja Ostaszewska, Agata Kulesza, Weronika Rosati, Katarzyna Figura, Andrzej Chyra, Łukasz Simlat. Duración: 116 minutos.
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: