1. En una escena de Socios por accidente, uno de los dos personajes que están en medio de la selva come la mierda de un bicho como signo de que está preparado para todo y conoce todo lo necesario para sobrevivir; más tarde y ya solo, el otro protagonista también la come para mandarse la parte ante sí mismo de que puede estar a la altura del otro, y cuando la prueba descubre que le gusta. Aunque no es uno de los gags mejor construidos de la película, la escena provoca risas, como no puede ser de otra manera si tenemos en cuenta que la escatología es una de las más saludables válvulas de escape que la cultura tiene incorporada para flexibilizar su función represiva, y también si atendemos a que la película pareciera estar dirigida a pibes de hasta 14 años, habida cuenta de que los únicos dos chicos que aparecen no tienen más que esa edad y son lo más cercano a representantes en la ficción del espectador que ésta presupone, o de adultos que jueguen a serlo. Si así fuera, a la película le falta desparpajo escatológico, ese con el que un pibe tendría que tener una cercanía mayor que un adulto, a menos que antes de llegar a la pubertad ya le hayan lavado el cerebro para transformarlo en un engranaje pulcro de la sociedad.
Allí está una de las fallas de Socios por accidente, y no me extrañaría que la anticuada moral de las películas “para toda la familia” de los Mentasti sea en buena medida responsable de ello. Así como los grandes estudios estadounidenses tienen rasgos de identidad diferenciales que impregnan a sus productos, lo mismo podría rastrearse en las productoras argentinas a lo largo de la historia (en “Cien años de cine argentino” Fernando Martín Peña da suficientes datos sobre el derrotero de Argentina Sono Film como para tener una primera aproximación) si bien los Mentasti de esta película no son exactamente los mismos que los de Bañeros 4. Además, el guión es mediocre, falla el ritmo (aunque no es larga) y Pedro Alfonso es tan o más insípido que su personaje. Nicanor Loreti se ha referido a esta película como un encargo, nada fuera de lo normal para unos directores que, como su compañero en este trance Fabián Forte y el compadre de ambos Daniel De la Vega, no pretenden hacer otra cosa que el mejor cine industrial posible en un país que carece de industria cinematográfica, aunque no audiovisual, y hay varios detalles que denotan la mano de tipos con ganas de trabajar y divertirse más allá de las presuntas restricciones del proyecto. El más significativo es el nada grosero fuera de campo “oral” de la escena en la que la pareja de chicos aparece por primera vez junta en el sillón, porque subvierte la lógica de humor blanco “para toda la familia” ya perimido salvo para algunos padres y empresarios, pero sobre todo porque lo hace con medios específicamente cinematográficos, tanto que muy posiblemente no estuviera escrita en el guión técnico, en caso de que haya habido uno. También se distingue algún efecto sonoro característico de los dibujos animados, así como el eficaz reencuadre de la primera escena, que potencia uno de los dos aciertos no explotados al máximo por el guión: los equívocos amorosos de la relación padre-hija y el de la traducción al ruso.
2. Me imagino que Bañeros 4 debe ser mucho peor, y espero verla para poder comparar dos películas estrenadas casi en simultáneo con unos puntos de partida conceptuales sobre la diversión familiar bastante añejos, una dirigida por dos realizadores a los que les entusiasman las películas y otra por Rodolfo Ledo, así como para ver culos y tetas (parece que todavía no da para pijas por estos lares), por supuesto, y a Karina Jelinek diciendo: “¿Qué pretende usted de mí?” (si Ledo tampoco se dio cuenta de que ella está para eso no tiene perdón de Bó).
3. ¿César debe morir? La mierda jorobada de la semana, sin embargo, es la de los monos. La segunda parte de la relanzada saga de El planeta de los simios (El planeta de los simios: Confrontación) es, en principio, incomparable con la original porque se vale del digital a la nefasta manera naturalista de Avatar, pero sin su mitología, en vez de privilegiar el artificio como lo hacía la de 1968 de Franklin Schaffner con sus actores usando máscaras de monos y obligándonos, entonces, a creer en la representación en vez de pretender que nos olvidamos de ella.
Allí donde Socios por accidente es una película con mierda, la de los monos es una película de mierda, entre otras cosas porque es otra carga más del mainstream virtual sobre la materia filmada que no incorpora la más mínima resistencia interna a ese proceso, y porque pretende hacer un uso realista y no fabuloso de ello pero no tiene en cuenta la dimensión azarosa de lo real físico (como en la escena en la que el villano cae, no sin antes rebotar en todos los obstáculos colocados en vez de sólo dejarlo caer). Hay muchos seres humanos –y unos cuantos críticos- fascinados por el parecido de los monos digitales con los de carne hueso, fascinación que me recuerda la de los indios ante los espejos, sólo que en este caso su objeto no es la reproducción mimética típica de los realismos sino la sustitución de la materia (como modelo fílmico).
Pero eso no es todo: durante la primera media hora tenemos que aguantarnos a unos monos digitales que, luciendo físicamente idénticos a los que conocimos en el zoológico o recordamos de la televisión, quieren hacernos creer que están fundando una civilización ¡hablando con señas! Pocas veces vi un espectáculo tan ridículo, y no me refiero sólo al que estaba en pantalla sino sobre todo al de los que estaban en la sala aceptando esa fantochada que ni siquiera aligera su fracaso dramático con el más mínimo sentido del humor. Si alguien quiere apreciar el valor fílmico del lenguaje de señas hay que ver El país del silencio y la oscuridad, de Werner Herzog, en la que se transforma a ese sistema de signos en un hecho verdaderamente dramático. Para lo primero –animales en la pantalla- prefiero ver un documental sobre una comunidad de simios, y para una ficción sobre monos cultos, a unos actores filosofando vestidos de monos. El ritmo de esa primera mitad es insufrible porque no pasa nada dramáticamente eficaz, vale decir nada que los realizadores hayan sido capaces de mostrar sin diálogos onomatopéyicos o por señas, como ya dijimos, sin que resulte tedioso. El pacifismo de esa incipiente cultura es soporífero y la banda sonora no hace más que estar siempre presente sin puntualizar nada (en vez de complementar las imágenes, duplica su inanidad). Por otra parte, el pacifismo como ideal social sólo responde, en este caso, al habitual formato narrativo que postula un punto de partida estable destinado a quebrarse para justificar el estallido de la violencia (las rape and revenge hacen eso mismo, pero a diferencia de El planeta de los simios: Confrontación exhiben esa postura como punto de partida de la expectación, de manera que no engañan a nadie y dejan abierta la posibilidad de un salto cualitativo o una transgresión al esquema). No creo en el pacifismo, pero soy incapaz de tolerar ese teatro de las almas bellas, puras e inocentes, cuyo accionar lleva el nombre de corrección política, a las que más temprano que tarde no les queda otra que eliminar a medio mundo desde una distancia prudencial que les permita conservar el pellejo -o disfraz- de superioridad con que se envisten. Esa es la posición de los realizadores de esta película que se revela reaccionaria cuando rechaza adjudicarle el inicio de la agresión armada a los humanos y se lo endilga a los monos, pese a que no iniciaron contacto alguno con el grupo y carecen del arsenal que los otros tienen, suficientemente grande como para volar a todos los monos de todos los capítulos de todas las sagas habidas y por haber.
No contento con seguir criminalizando a una cultura que no los había atacado y contra la que tienen con qué defenderse, el guión celebra la bonhomía de -y entroniza como héroe a- un ingeniero que, con el respaldo del ex marine sensible Gary Oldman, lo único que quiere hacer es poner otra vez en funcionamiento una central eléctrica. ¡Progreso sin fin! ¿Les suena la fórmula? No es sólo la de los Estados más poderosos –avanzados tecnológicamente- del planeta sino también la del mainstream transnacional cuyos artefactos audiovisuales son espacios cada vez más dominados por la virtualidad. Si encima hay que soportar discursos belicistas solapados, es demasiado. La mierda es la mierda, lo imperdonable es la mierda con olor a Poett.
4. Gente que la sabe lunga acerca de la mierda, como los creadores de South Park, hace una década entronizaron a Michael Bay como el rey de las cagadas; Team America, y las dos horas de Transformers 4 –todo lo que vi de la filmografía del director- me confirman lo acertado de tal nombramiento. Ya sé que Transformers 4 dura casi tres horas pero me fui después de entender, durante los últimos 40 minutos de mi estadía en la sala, que no había nada que entender (además de que China corta cada vez más el bacalao de estas nuevas versiones virtuales, imperialistas y pesadas de los viejos kolossals) ni quedaba diversión alguna después de algunos momentos tan graciosamente grasas como los de Socios por accidente, y otros tan sexualmente sutiles como la saga Bañeros pero disimulados por el despilfarro financiero, la tradición industrial y la aceitada estructura de producción.
También percibí hasta qué punto este mastodonte masivo está dirigido a un público infantil o a uno proclive a la regresión, como la de Loreti y Forte pero aún con menos escatología, durante uno de esos innumerables e interminables planos de los cosos de lata cayendo en cámara lenta con el grito grave deformado de la misma manera en que yo me tiraba sobre la cama cuando de chico fingía ser ametrallado por un enemigo imaginario. Creo que este recuerdo es tan enternecedor como el de haber oído a Michael Bay decir en una entrevista para televisión que cuando empezó a trabajar en la industria tuvo acceso a uno de los primeros corte de Indiana Jones y la última cruzada y después de verlo se le ocurrieron unas cuantas mejoras. Una lástima que no le hayan hecho caso.
Aquí pueden leer la crítica Agustín D’Ambrosio de El planeta de los simios: Confrontación y la crítica de Gabriel Orqueda de Socios por accidente.
Socios por accidente (Argentina/2014), de Nicanor Loreti y Fabián Forte, c/José María Listorti, Pedro Alfonso, Anita Martinez, Ingrid Grudke, 90’.
Bañeros 4: Los rompeolas (Argentina, 2014), de Rodolfo Ledo, c/Emilio Disi, Pachu Peña, Pablo Granados, Karina Jelinek, Luciana Salazar, 85′.
El planeta de los simios: Confrontación (Dawn of the Planet of the Apes, EUA, 2014), de Matt Reeves, c/Andy Sarkis, Jason Clarke, Gary Oldman y Keri Russell, 130′.
Transformers 4: La era de la extinción (Transformers: Age of Extinction, EUA, 2014), de Michael Bay, c/Mark Wahlberg, Stanley Tucci, Nicola Peltz, Jack Reynor, 165′.
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«…a creer en la representación en vez de pretender que nos olvidamos de ella.»
¡Cuánta ceguera! Se ve que prestándole solo atención a la literalidad de las acciones uno se olvida que existe la puesta en escena. Claro, a las películas de Hollywood hay que verlas con ese desprecio… La película propone casi burdamente una crítica a nuestra forma de relacionarnos con la tecnología! O te olvidas de Caesar viendo la filmación ¡UN MONO CON UNA CÁMARA! ¡VIENDO EL MOMENTO QUE LO CONSTITUYE COMO EL SER QUE ES!, y Gary Oldman llorando con su tablet, viendo las fotos de sus hijos! ¿Por qué habrá 30 segundos antes del personaje prendiendo su insulso aparato? ¡Qué ganas de negar la puesta en escena! ¡De no ver la película!
Cuesta entender también por qué es tan distinta de la primera. ¿Qué jueguito formal canchero me habré perdido en la 1? La primera y la segunda van en continuidad de sentido perfecta, y la primera, más todavía que esta, le debe casi todo a Avatar, a su matriz de sentido, a su forma de aproximarse a la representación (TOTALMENTE DECLARADA, ASUMIDA, Y PUESTA EN CRÍTICA) virtual.
Se ve que como la TRAMA de esta es más parecida a la de Avatar te ves obligado a hacerle los mismos reproches de argumento.
Primero tendríamos que redefinir puesta en escena en casos como este en el que en muchas ocasiones no hay escena física que componer, pero sería largo y me excede. Segundo, si me has leído -como parece ser porque te referís a una crítica mía en contra de Avatar de hace unos años: dicho sea de paso, no recordaba haberle reprochado lo mismo que a esta porque hace mucho que no la leo, pero la repetición no necesariamente invalida esos reproches- deberías saber que jamás desprecié a Hollywood cuando ese nombre se usaba para referir el cine hecho en el oeste de EE.UU. Ahora es algo más difícil de definir, tiene cosas que me gustan y otras que no, al mainstream virtual en general lo detesto. No tomé en consideración los dos momentos que mencionás así que voy a pensar si cambian o no mis argumentos en contra de la película.
Gracias por leer el texto, enojarte y comentarlo.
Abrazo!
«Esa es la posición de los realizadores de esta película que se revela reaccionaria cuando rechaza adjudicarle el inicio de la agresión armada a los humanos y se lo endilga a los monos»
Claramente los monos empezaron! Pero Koba trae consigo una tradición científica humana basada en la tortura animal. ¡Cómo puede olvidarse eso! No tener en cuenta ese potentísimo fuera de campo que trabaja constantemente la película es como no estar viéndola.
Algo que me quedó colgado del comentario anterior. ¿En algún momento ensalzo desmedidamente a la película anterior? Recuerdo haberme referido genéricamente a la saga vieja, pero la versión de hace un par de años con James Franco tampoco me parece gran cosa. Eso sí, no me había aburrido tanto como esta.
Tu crítica de Avatar no la leí, lo que hacía en mi comentario era intuir que la comparación con Avatar que hacés en este texto viene por la similitud en algunos puntos del argumento (y los guonistas de esta película son los mismos de las próximas Avatar 2 y 3). No me parece que ensalses desmedidamente la anterior, pero sí me llama mucho la atención que a varias de las personas que les agradó la primera les parezca que esta deba ser destruida cuando su continuidad no es sólo argumental sino de sentido. La segunda amplía de forma riquísima lo que en la primera era la aparición de ese avatar tecnológico en la cara de Caesar. Decir que en esta película hay una negación de la representación en pos de la naturalización de un procedimiento técnico me parece algo que de aplicarse (no estoy nada de acuerdo) pasaría en las dos películas (la MIRADA del simio se siente así de real en las dos).
Los simios de estas dos películas no pueden verse sólo como simios y ser pensados sólo en su relación hombre-animal. Tampoco se los puede pensar como una alegoría o fábula de la evolución en términos de Darwin. Son simios hechos a imagen y semejanza de los hombres que les dieron a cada uno (a Caesar y a Koba) un mito fundante, lo mejor y lo peor de la humanidad. Que Koba empiece la guerra no significa que los simios se rebelan contra los humanos y que deberíamos ponerlos en su lugar, significa creo yo, que estos simios enfrentan ahora una épica que define qué tipo de humanidad podrían pasar a ser. Cuando Caesar, en el plano final, contempla a su sociedad de la que ahora vuelve a ser líder, su MIRADA (de simio digital habitado por facciones y actuación humana) tiene la perplejidad de haber atravesado esa tragedia. Quizás lo que convierta a Caesar y a su sociedad en «hombres» sea haber tenido que matar a ese simio (habrá que ver la 3). Mientras tanto, podemos saber que mientras sigamos encontrandole sentido épico a nuestras facciones (en este caso siendo aumentadas por un procedimiento para darles otro orden de representación), vamos a ir de apoco dejando de estar poseídos (como Gary Oldman por la tablet) por las ayuditas tecnológicas que nos inventamos día a día. Creo que el mejor final para una saga como esta es la del nacimiento de un nuevo hombre que ya no tenga esa nostalgia fetichista del mundo que perdió.
Mis disculpas por la ira de mi primer comentario,
saludos
Mariano
Marcos, sos muy bruto al adjudicar la responsabilidad íntegra de las características narrativas de un film (que sea aburrido, que no tenga nada para expresar, que sea para preadolescentes o adultos en estado de regresión, que sea reaccionario, etc.) al Director.
Te comento que los autores de un film son el Director y el Guionista, y es este último quien crea la historia detalladamente, con todas sus acciones y escenarios. Luego el Director trabaja con los actores y le puesta a partir de ese Guión. El Cine no es Decoración ni Videoperformance.
Si no podés tomarte el laburo de buscar los nombres de los guionistas y volcarlos en tu artículo, al menos dale entidad al rol del Guionista haciendo alusión genérica a esa figura. De lo contrario estás analizando la Autoría de las pelis que criticás sin siquiera entender la esencia de ese tema.
Gracias, Johann.
MARCOS VIEYTES: sos un FRACASADO CON TODAS LAS LETRAS COMO «CRITICO» DE CINE … O PIENSO QUE LO HACES A PROPOSITO PARA DESTACARTE DE OTRAS CRITICAS…. LA VERDAD NO DA GANAS NI DE CONTESTARTE… ESTA PELICULA ESTA MUY BIEN LOGRADA Y BIEN LLEVADA EN CADA SECUENCIA DE LA PELICULA, UNO NO SABE QUE LE SUCEDERA A CADA PERSONAJE CON EXCEPCION DE LOS PERSONAJE PRINCIPAL… ME PARECE QUE CON TUS CRITICAS TE VAS MUUUUYYY FUERA DE LA CRITICA EN SI…. ME PARECE QUE TENES QUE DEDICARTE A FILOSOFAR PORQUE ES LO MEJOR QUE TE SALIO EN LA CRITICA…. CONCLUYENDO: ERRASTE DE PROFESION O HOBBIE… DEBERIAS HABER SIDO FILOSOFO…. SALUDOS
Gracias por el comentario, Esteban, pero no sé a cuál película te referís aunque supongo que debe ser la de los monos. Repito, me parece malísima, además de un embole. Me dedicaré a la filosofía nomás. Abrazo grande, feliz año,
Marcos