Nunca establecí una distinción entre mis largometrajes y mis “documentales”. Para mí todas son películas y El gran éxtasis del tallador de madera Steiner es definitivamente una de las más importantes.
Siempre me he sentido muy cerca de los saltadores de esquí. Crecí con los esquíes puestos, literalmente, como todos los niños en Sachrang. Soñaba con llegar a ser un gran esquiador y campeón nacional en salto de esquí. Eso fue hasta que un amigo mío tuvo un accidente horrible. Después apareció el saltador de esquí suizo Walter Steiner. Él sí que era capaz de volar como un pájaro y de experimentar físicamente todo lo que yo había soñado alguna vez: superar la ley de gravedad. Le escribí a Steiner, porque para mí era absolutamente el más grande su generación. Steiner también es tallador de profesión y ha diseminado su arte en troncos de árboles ocultos en las montañas donde vive. Cada vez que encontraba un tocón, tallaba algo: tal vez un rostro lleno de horror. Parece que unos senderistas encontraron algunas de sus tallas, pero la mayoría permanecen sin descubrir y muy pocas personas saben dónde están. Steiner respondió mi carta y tuvo la amabilidad de sugerir que nos encontráramos en su casa en Suiza. Aunque es un hombre introvertido y taciturno nos entendimos de inmediato y él captó rápidamente mis intenciones.
Le conté que cuando lo vi por primera vez en las pistas, a los diecisiete años, muy rezagado respecto de los otros competidores, les dije a mis amigos: “Están viendo al próximo campeón mundial”. Y Steiner fue dos veces campeón mundial unos años más tarde. La cadena de televisión para la que filmaba estuvo llamándome durante todo el torneo para decirme que en las competencias anteriores Steiner había terminado en el puesto 35 y sugerirme que eligiera otro saltador para la película. Pero yo sabía que ese hombre era el mejor de todos. En la rampa gigante de Planica los sobrevoló a todos e incluso tuvo que salir desde más abajo que el resto, pues de lo contrario habría aterrizado sobre terreno duro y se habría matado. Lo interesante de El gran éxtasis… es que, si bien el rodaje transcurrió sin mayores altibajos, yo no tenía claro mentalmente cómo sería la película. Me resultaba muy difícil lograr que Steiner se abriera ante la cámara, y en realidad no estaba seguro de lo que iba a hacer con el material filmado. Una noche, estando con él y con los técnicos, lo agarramos entre todos y lo levantamos en andas y corrimos por las calles llevándolo. Él me miró desde allá arriba y dijo: “ ¿Por qué hacen esto?”. “Porque yo sé que no existe nadie más grande que usted en este deporte”, le respondí. Sentía todo el peso de su muslo en mi hombro. En ese instante la película se volvió clara para mí, gracias a esa conexión física inmediata con Steiner. Sé que suena extraño, pero sólo después de eso pude responder verdaderamente a las tomas que teníamos de Steiner volando en el aire y recién entonces entendí cómo usarlas. Después de ese episodio, Steiner también parecía sentirse más cómodo hablando en cámara. Como si también hubiera reaccionado al contacto físico. Seguía siendo difícil entenderse con palabras, pero después de aquella noche sentí una nueva conexión con él.
Éxtasis, en este contexto, es algo que usted conocería si alguna vez hubiera saltado en esquí. Puede verlo en los rostros de los esquiadores en la película, cuando pasan velocísimos frente a la cámara, boquiabiertos, con esas expresiones increíbles. La mayoría no pueden volar si no abren la boca, cosa que confiere una hermosa sensación de éxtasis a todo el movimiento.
El salto de esquí no es una mera hazaña deportiva; también es algo muy espiritual, tiene que ver con dominar el miedo a la muerte y al aislamiento. Es un deporte al menos parcialmente suicida y lleno de una soledad absoluta. Un esquiador de pendiente puede detenerse a mitad de camino si es necesario, pero cuando los saltadores se lanzan a la pista nada puede detenerlos. Es como si volaran hacia el abismo más profundo, más oscuro que existe. Son hombres que se apartan de todo lo que somos como seres humanos y superan este miedo mortal, esta profunda angustia que sufrimos; eso es lo asombroso de los saltadores de esquí. Y rara vez se ven hombres musculosos y atléticos allá arriba en las rampas; siempre son muchachitos muy jóvenes mortalmente pálidos y llenos de granos con una mirada titubeante en los ojos. Sueñan que pueden volar y quieren entrar en ese éxtasis que los empuja contra las leyes de la naturaleza. En este sentido, siempre pensé que Steiner era un hermano gemelo de Fitzcarraldo, un hombre que también desafía la ley de gravedad empujando un barco cuesta arriba en la montaña. Teníamos cinco camarógrafos con cámaras especiales que filmaban en extrema cámara lenta, algo así como cuatrocientos o quinientos fotogramas por segundo. Filmar a esa velocidad es todo un desafío. Como el rollo de película se acaba en pocos segundos los camarógrafos se veían obligados a hacer paneos violentos para seguir la trayectoria de los saltadores, enfocando hacia arriba y hacia abajo al mismo tiempo. Se necesitaba una enorme cantidad de energía para controlar esas cámaras y todos hicieron un excelente trabajo.
Yo miré su álbum de fotos familiares y encontré una de él con un cuervo, cuando era niño. Le pregunté por la foto, pero Steiner dio vuelta la página diciendo: “Sí, una vez tuve un cuervo”. Y yo di vuelta la página otra vez y le dije: “Este cuervo tenía algo especial. Cuénteme”. Me llevó tres intentos más, en tres días diferentes, conseguir que aceptara contar la historia sentimental de ese cuervo. Se lo ve muy incómodo cuando explica que, cuando tenía doce años, su único amigo era ese cuervo al que alimentaba con leche y pan. Tanto el cuervo como Steiner se sentían avergonzados de su amistad, y por eso el cuervo lo esperaba lejos de la escuela y recién cuando los otros chicos se iban se posaba sobre su hombro y caminaban juntos por el bosque. El cuervo empezó a perder las plumas y los otros cuervos lo atacaron a picotazos y lo dejaron al borde de la muerte. Lo lastimaron tanto que Steiner tuvo que pegarle un balazo. “Era una tortura ver cómo lo atormentaban los de su misma especie porque ya no podía volar”, dice. De esa escena corto y enseguida paso a otra de Steiner volando en cámara lenta. La toma dura poco más de un minuto e incluye un texto basado en palabras de Robert Walser: “Quisiera estar completamente solo en este mundo, yo, Steiner, y ningún otro ser vivo. Ni sol, ni cultura, desnudo en una roca alta; ni tormenta, ni nieve, ni calles, ni bancos, ni tiempo ni respiración. Entonces ya no tendría miedo”.
Incluido en Herzog por Herzog, libro de Paul Cronin publicado originalmente en 2002, luego traducido al español y publicado en 2014 por El cuenco de plata.
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