“Camalote va flotando, arrastrado sin poder nadar”
Divididos.
Sudeste es una película del 2002 basada en una novela de Haroldo Conti, protagonizada por Luis Ziembroski y dirigida por Sergio Belloti. Un cuento mínimo donde el río lleva y trae la desgracia de los personajes, todos marginales. El Boga, nacido y criado en las islas, emprende ese viaje a través del submundo del Delta para terminar de convertirse en un hombre, después de una escena inolvidable en la que lleva el ataúd de su padre en su humilde bote bien adentro en el río para darle santa e isleña sepultura. Sudeste es un pequeña gran película, un relato construido en la orillas del río trágico, cauce que lleva al camino de la pólvora. Igualmente, el río siempre te da una última oportunidad.
El Tigre es un lugar único en el mundo, es decir, no conozco todo el mundo pero sí bastante bien los recovecos del Delta, más allá o más acá. El río impone su presencia y es el amo y señor de la zona, de alguna manera te aísla y a la vez te abre un montón de nuevas posibilidades. El lugar tiene un ambiente, un contexto y un clima diferente. De chico vi en televisión Los isleros (1951) de Lucas Demare y me sorprendió lo agreste del paisaje lleno de río, juncos y el desconsuelo de esa pareja luchando contra la naturaleza y contra ellos mismos.
Ariel, uno de mis amigos, vivió con su novia Marina durante cinco años en un paraje llamado Tres Bocas, pequeño arroyuelo sin salida que terminaba impactando contra una pared de densa selva. Vivían casi del aire en una modesta casa con un gran parque; en la misma isla habitaba gente de toda calaña que integraba una comunidad disfuncional de excluidos por la urbe o por decisión propia, todos muy queribles. Con los códigos de las islas se cuidaban entre ellos, sobre todo en las crecidas, y era sorprendente lo atentos que estaban a las necesidades del vecino; nunca le hacían muchas preguntas a un extraño. Yo frecuenté mucho la isla por entonces, verano e invierno me daba igual. Había algo que me atraía, era como un imán: quería estar en la isla e iba casi todos los fines de semana o me quedaba por períodos más prolongados, ya que por suerte contaba con la total simpatía de Marina, chica de armas llevar, y era al único de todos los amigos de Ariel que podía caer en cualquier momento y quedarse en la habitación trasera indefinidamente. Ariel tenía un lancha, o mejor dicho una canoa, con un motor de un cilindro -eso hace que tenga una sola velocidad, bastante lenta- y así recorríamos kilómetros de acá para allá, haciendo changas. Mis preferidas eran de noche, con las luces apagadas, por pequeños callejones alternativos del Delta para poder esquivar a la Prefectura.
Podría seguir escribiendo sobre esos años y las cosas vividas, pero no es el motivo de esta nota. Marea Baja, segunda película de Paulo Pécora, sí lo es. Pascual (Germán de Silva, más que solvente) llega a un paraje del Delta profundo con guita, un fierro y cierta paranoia que delata su condición de prófugo; no sabemos muy bien de qué, pero todo bordea lo ilícito. La mujer que regentea el parador (Susana Varela) le alquila una casa y, más tarde, se acuesta con él. Pascual pasa los días cavando en la tierra en busca de no se sabe qué, y picándose morfina, según parece.
El tipo tiene pesadillas, está paranoico y se intuye que algo malo está a punto de ocurrir. Como si fuera poco aparece la novia de la señora (Mónica Lairana) y se insinúa una especie de trío que nunca terminan de concretar.
Pécora construye un clima interesante con economía de recursos en la primera mitad de una película de hora y monedas. Pone en primer plano el estruendoso silencio de la naturaleza del Delta, el extrañamiento del personaje ante el agobio de la situación y el deterioro mental que está experimentando. Como una especie de policial seco con ciertos tintes dramáticos, el relato prescinde de las palabras y la música para desarrollar un intenso clima de ensoñación.
Los problemas comienzan a notarse en los diálogos trabados que aparecen hacia el final, como si algo dejara de fluir como hasta entonces. De repente todo se torna previsible y aburrido, y se complica aún más con la más que anunciada llegada de los secuaces en busca de su parte del botín. Lo que podría haberse resuelto de manera lúcida se empantana en un final que parece salido de otra película.
Marea baja (Argentina, 2013), de Paulo Pécora, c/Germán de Silva, Susana Varela, Mónica Lairana, Abel Ledesma, 72′.
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