Durante los 80, las zapatillas se volvieron tan importantes para los pibes como los celulares ahora: empujón al lado canchero de la vida, status, símbolo, demostración de poder de compra, un iPhone de cuero y fibras sintéticas. Las Air Jordan de Nike fueron un futuro lindo del pasado. Además, dice Ben Affleck que los de Nike son los buenos, o eran, que hacen donaciones; lo dice al final en letras que sobran, porque la película es buenísima sin ese gesto; si ya sabemos todos que con una mano donan y con la otra untan en un pan francés el caracú soplado de algún vietnamita o de algún tailandés, que están mejor que nosotros igual, eh, que también tenemos esclavos. De todos modos, ese gesto ¿naif? o de compromiso de Affleck no queda fuera de registro ni entorpece la narrativa, incluso aporta épica: si vendieran Nikes a la salida del cine las compraríamos con una sonrisa, abombados, idos, drogados, felices. Porque así te deja Air: feliz. ¿Es posible la felicidad sin vitalidad? Porque esa felicidad llega por la vitalidad del relato, la narrativa de Affleck bombea sangre; paradójicamente la hace circular con la palabra, también con el movimiento pero en menor medida, porque no es una película de acción, como podría serlo The Town (2010), sino que acá lo importante es el proceso, la planificación para que en el desenlace que ya conocemos el sueño americano haga big bang en nuestras narices y nos deje con esa sonrisita post feel good movie bien hecha. Cuando íbamos a ir al cine un amigo dijo que el tema no le importaba, que se bajaba, que nos metiéramos las Air Jordan en el culo. Pero el tema nunca importa, hermano. O sí, pero el tema no es el Tema. Affleck no cuenta las zapatillas (y las cuenta), ni Jordan importa, y algunos críticos americanos, de esos que esperan que las películas sean como ellos quieren, incluso se enojaron porque Michael es un fantasma; aleluya, porque Air es otra cosa, es mito cinematográfico, no historia, y es, en parte, un cuento sobre un tipo que sabe laburar. Y no sólo sabe, es lo que hace, es su vida, su pasión, la vitalidad otra vez: ¿es posible la pasión sin vitalidad?
Otro al que le importa la pasión y la obsesión es a Michael Mann, que ya aparecía en The Town, en la tele de Affleck y en las escenas de robos, y obviamente en el profesionalismo del dream team de chorros que eran esos cuatro amigos de Charlestown. Mann alguna vez dijo que no le interesa esa persona que labura ocho horas y se va a tomar una birra para olvidarse de todo, le importa el obsesivo, sea cual sea su trabajo, oficio o profesión, el que respira su laburo. Esa reivindicación del que trabaja en serio se hace diálogo temprano en la diégesis cuando Sonny (Matt Damon), el héroe de esta historia, le dice a Rob (Jason Bateman) mientras mea: “No tolero a los que no se esfuerzan y después quieren que se tenga en cuenta su opinión”. Touché. Sonny cena trabajando, no hay espacio en esa vida-obsesión para un humano, menos para una familia; se encierra un fin de semana en las oficinas de Nike porque no puede hacer otra cosa. Su objetivo es que Michael Jordan -el mejor de todos que todavía no es el mejor pero ya lo es- firme para su empresa. Sonny es un caza talentos, gurú y freaky del básquet, pero podría ser un detective resolviendo un caso, o un chorro planificando su mejor golpe, por eso Jordan, que claro que importa, no importa. Como tampoco importan, en esta historia, el poder de Nike, la mentira del consumo liberal o las consecuencias del colonialismo cultural. Hagan su propia película y ganen las elecciones, sociólogos; y claro que sería interesante un documental sobre lo hijos de puta que fueron en Nike, pero no se lo pidan a Affleck. Lo que sí le importa a Affleck, por suerte, es la puesta en escena, el cine, bah. Affleck roba planos lindos y expresivos y narrativos a la tradición, como ese aéreo del auto de Sonny yéndose por el puente como en un cuadro pop en movimiento, pero también se da algunos gustitos algo más personales como en esa charla en la que George Raveling (Marlon Wayans) le destraba el conflicto al héroe y el plano-contraplano es reemplazado por un juego de enfoque-desenfoque bello y, encima, funcional. Los 80 los recrea con mucho marrón pálido, sin los flúo apócrifos del homenaje nostálgico, con un poco de digital pasado por Betamax, y con una montaña rusa de planos detalle de Garfield, Coleco, Rubik, Trivial Persuit y un tocazo más de productos de la canasta navideña de la cultura pop, al ritmo de los montones de canciones que musicalizan siempre bien, siempre cancheras pero justas, sin sobrar, ajustaditas con la imagen. En algunos momentos trascendentales el pop ganchero cede trono al clima del Pino Donaggio de Body Double (1984), y todo es perfecto, porque la historia de Affleck es eso, un momento perfecto, un sueño perfecto, sueño húmedo del capitalismo en el que por un rato todo funciona bien y el mundo de juguete que se proyecta nos hace una caricia en el bocho.
Air (Estados Unidos, 2023). Dirección: Ben Affleck. Guion: Alex Convery. Fotografía: Robert Richardson. Reparto: Matt Damon, Jason Bateman, Ben Affleck, Viola Davis, Chris Messina, James Jordan. Duración: 112 minutos.
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