
Alan Pauls, en El factor Borges (2004), supo decir que Jorge Luis Borges se inventó su fecha de nacimiento en 1899 porque necesitaba ficcionalizarse como un hombre nacido en el siglo XIX para conquistar como escritor (moderno) el XX. Hombre y escritor, al parecer, eran una suerte de extraña dialéctica que se conjuraba (¿unía?) en una entelequia mayor: la del artista.
Robert Allen Zimmerman se ficcionalizó en Bob Dylan para ser uno de los mayores artistas de la historia de la humanidad. Sí, todavía lo es. Le dieron un Nobel de Literatura que nunca recibió -y que la hizo vacilar a la propia Patti Smith- como honra pues su música es literatura, y cine, y teatro, y pintura, y escultura y lo que sea. Lo es todo.
James Mangold en Un completo desconocido (2024) entendió desde el principio toda esta ficcionalización; la necesidad de una; la performance de liberarse del Robert para ser sólo Bob; del Zimmerman para ser Dylan; del cantautor folk a la estrella de rock. El proceso era lo de menos para Mangold, pues, poco y nada indaga en la vida privada y la biopic realista de Dylan. Lo que importaba eran los resultados. Y los resultados no son ni más, ni menos, que canciones. Grandes canciones. Grandes canciones que articulan magistra y emocionalmente esta película.
Bob Dylan se deshizo de Robert Zimmerman entre el 1961 y el 1965 según Mangold. Al menos, comenzó a hacerlo en aquellas épocas. Allí había un chico de Montana de veinte años completamente desconocido para los demás recién llegado a New York que se volvió el ídolo de toda una generación necesitada de ídolos entre la Guerra Fría y el apocalipsis nuclear. La transición fue brutal. La transición era parte de la ficcionalización. Una parte no planeada por Dylan según Mangold; más bien, un daño colateral de la misma. ¿El resultado de ese daño? Sí, más canciones geniales. Esta película.
Joan Baez (Monica Barbaro) tiene hasta el día de hoy, uno de los registros tonales de voz más hermosos que se haya escuchado. Pero, como le dice el Dylan de la película, sus letras compuestas parecían cuadros campestres en la sala de espera de un consultorio médico. Dylan le da letras que se hacían canciones memorables en esa voz. Sí, Dylan no usaba sólo su propia voz para que sus canciones marcaran a una generación. Dylan también se hacía voz de mujer. Voz total.
Johnny Cash (Boyd Holbrook) apuntaba a su público con su guitarra (simulando un rifle) y les disparaba música y letras del carajo. Johnny Cash conoció a Bob Dylan -según Mangold- primero por cartas y luego en persona. Johnny Cash conoció primero la escritura de Dylan, su caligrafía, sus errores de ortografía, sus correcciones, sus devaneos en un papel y luego al chico judío flacuchento, ruludo, amante de las motos, compulsivo fumador, de mirada triste aunque endomoniada, que de una forma tierna aunque vital, soportaba el peso del mundo. Johnny Cash prefería la ficción Dylan al hombre Zimmerman. Johnny Cash sólo quería al artista. Johnny Cash, por eso, en la película, le presta su guitarra para que cierre el Festival de Newport, su periplo como trovador folk.
Pete Seeger (Edward Norton) tocaba el banjo y organizaba festivales de música folk entendiendo que en el folk yanqui estaba la raíz para la protesta contra el sistema, el gobierno, el capitalismo, la disconformidad con el mismo. Bob Dylan, durante sus primeros años como Bob Dylan, potenció el Festival de Newport de música folk como ningún otro artista lo hizo. El rock era folk también, según Dylan. Debía serlo sino. A Seeger esto no le agradaba. Especialmente porque toda una generación de jóvenes podía entender que el verdadero género de protesta musical en los 70 debía ser el rock justamente y el folk pasaría a un rutilante desuso. Nada peor para un artista que sentirse inútil. Inocuo. Anacrónico. Intrascendente. Por eso, precisamente, Bob Dylan mutó del folk al rock. Pete Seeger, no.
Timothée Chalamet mete un Bob Dylan antológico. Mejor que todos los Bob Dylan juntos que metió Tod Haynnes en su I’m Not There (2007) con sus diferentes actores. Timothée Chalamet mete un Bob Dylan antológico porque le imita lo justo y lo necesario los gestos clásicos del cantante; porque, en realidad, en lo que se centra, es en imitarle la mirada. ¿Qué tan difícil es imitarle -actuarle- la mirada a un tipo como Bob Dylan? ¿A cualquier persona en la vida? En el resultado, en la verosimilitud, está la respuesta. Y Un completo desconocido, es, sin dudas, una gran película, una gran respuesta.
Karla Sofía Gascón, Selena Gómez y Zoe Saldaña, al comando de Jacques Audiard (un franchute que afirma al idioma español como un idioma de pobres, marginales e inmigrantes ilegales), han protagonizado uno de los bodrios más calamitosos y tristes de la historia del cine en este joven siglo XXI que andamos atravesando. Hollywood, sin embargo, en su impronta progre-demagógica, está usando -a través de sus premios- a esta película para pegarle (de alguna manera) a Donald Trump donde más le duele, al menos, mediáticamente. La imbecilidad es totalmente proporcional a la demagogia de la impronta. Usen a Bob Dylan para pegarle a Trump; a esta hermosísima película de Mangold como ariete en contra de un simple idiota y su ideología idiota. Usen el idioma inglés bien hablado, sublimado en poesía, hecha canción maravillosa.
Usen lo que el gran Bob Dylan deja usar de él: este completo desconocido del que sabemos todo. Del que no sabemos nada y por eso, le seguimos escuchando todo… una y otra vez… una y otra vez… una y otra vez.
A complete unknown (EUA, 2024). Dirección: James Mangold. Guion: Jay Cocks, James Mangold basado en Dylan Goes Electric! de Elijah Wald. Fotografía: Andrew Buckland. Edición: Phedon Papamichael. Elenco: Timothée Chalamet, Edward Norton, Elle Fanning, Monica Barbaro. Duración: 141 minutos
Si te gustó esta nota podés invitarnos un cafecito por acá: