Después del excelente biopic sobre Gilda que realizó en 2016, Lorena Muñoz vuelve sobre la mitología musical popular argentina de fines del siglo XX  y comienzos de siglo XXI. Algo del imaginario del ascenso y la caída frenética de estos personajes surgidos de las clases populares pareciera funcionar como metáfora de la salida individual hacia un éxito efímero en medio del terremoto neoliberal de los gobiernos de Carlos Menem y Fernando De la Rúa. Gilda, protagonizada por Natalia Oreiro, es claramente superior a esta nueva incursión en el mismo territorio de la fama y la tragedia. En cierto sentido, el punto de vista de Gilda era inequívocamente femenino, ya que todo partía de la propia heroína. El potro, en cambio, bifurca el punto de vista entre el personaje de Rodrigo Bueno, interpretado de menor a mayor por el debutante Rodrigo Romero, y el personaje de Pato (Malena Sánchez), su pareja y madre de su hijo. De alguna manera, con esta decisión Muñoz se apoya en este personaje para desde allí poder entender el misterio de la deriva: es entonces cuando la película se pone políticamente correcta y un poco declamativa, sin animarse a flotar en esa zona de misterio que genera este tipo de personajes, y resguardarse en una zona más gris y predecible.

En sus peores momentos, El potro tiene algo de telefilm, se regodea en la narración de acontecimientos que el público ya conoce de antemano, y no asume ningún riesgo verdadero. Lo que salva a la película es el propio arte de narradora cinematográfica de Muñoz, que ya había demostrado en la extraordinaria Yo no sé qué me han hecho tus ojos, codirigida junto a Sergio Wolf, sobre la vida y el misterio de la cantante de tangos Ada Falcón. Es en ese arte para narrar la intimidad del héroe que la película alcanza sus momentos más conmovedores. Muñoz también se revela como una buena directora de actores, entre los que destacan Daniel Aráoz, Florencia Peña como Beatriz Olave (difícil personaje para caracterizar sin desbordes lacrimosos) y, sobre todo, Jimena Baron que magnetiza en el rol de Marixa Balli como la amante frenética del héroe en desgracia. También Muñoz concibe con destreza los momentos musicales, pero uno queda esperando más del poder físico y casi punk de Rodrigo que en su momento cautivaba no solo al mundo de la cumbia sino también al universo siempre cerrado del rock argentino.

Hay algo en este díptico más o menos fallido sobre la música popular argentina del menemismo que remite al cine de Leonardo Favio, sobre todo a la extraordinaria Gatica. Lo que Muñoz recupera de Favio es ese amor por los personajes con un final inevitablemente clásico (como ser pobre y llegar a la fama sin perderse en el intento). A pesar de esta tragedia, hay un amor casi religioso que pareciera protegerlos, tanto a Gilda como a Rodrigo, de todos los males de este mundo. Y es esa mirada piadosa la que por lo general irradia el cine de Muñoz. Un cine popular que no por eso vulgariza las vidas de estos artistas y que nos hace pensar en cuál es el estado del arte popular en nuestro país en tiempos de una nueva escalada neoliberal que, como toda época histórica, lleva consigo su banda de sonido.

El potro, lo mejor del amor (Argentina, 2018). Dirección: Lorena Muñoz. Guion: Lorena Muñoz, Tamara Viñez. Fotografía: Daniel Ortega. Montaje: Alejandro Brodersohn. Elenco: Rodrigo Moreno, Malena Sánchez, Daniel Aráoz, Fernán Miras, Florencia Peña, Jimena Baron. Duración 122 minutos.

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