“De la zabeca” pudo ser una traducción para Inside out, la gran apuesta planetaria de Disney-Pixar para este año. Con entradas vendidas anticipadamente, desesperación y atisbos de violencia en adultos sazonada con llantos descorazonados de niños (Devoto, un domingo por la tarde, cuando se anuncia que no hay más localidades), el éxito es tan palpable que la película satura su sentido antes de empezar. Desde hace años la artillería de la animación se dirige en una medida por lo menos considerable sobre la maltrecha psiquis de los adultos, así que la ansiedad por la entrada, la mirada desconfiada sobre el merchandising trucho apoyado en la vereda, los ejercicios predictivos sobre el argumento mirando la luneta de un colectivo están a la orden del día. Ahora mismo escribo estos párrafos con la ayuda del álbum de figuritas. En una especie de epígrafe, el álbum adelanta el conflicto que vive Riley Anderson, una niña de 11 años sometida a los vaivenes de cinco emociones: “¿Nunca miras a alguien y te preguntas: ¿Qué le pasará por la cabeza??” Tomo ese anónimo planteo y me pregunto qué emoción predomina en la consola del Cuartel General de Pete Docter, o en la cabeza conjunta de los capos de Disney-Pixar.
El planteo de la película es complejo, técnicamente es impecable y sus personajes son adorables, especialmente… Bing Bong. En rigor, mi inclinación por el multiforme personaje hecho de algodón de azúcar me llevó a evaluar en qué medida fui inadvertidamente monitoreado por la consola de Docter. Según el álbum, “Bing Bong era el amigo imaginario de Riley cuando era pequeña. Vive en la Memoria a Largo Plazo y Riley ya casi no se acuerda de él. Se ofrece a enseñarles a Tristeza y a Alegría un atajo para volver al Cuartel”. El planteo visualmente dinámico y estructuralmente dramático no me permitió plantearme preguntas estúpidas durante la película. Es ahora que me pregunto por la innecesaria y angustiante disolución de Bing Bong, después de su sacrificio ejemplar. Un logro importante de la película es tensionar efectivamente, al límite de lo tolerable, la duplicidad de una existencia interior, al mismo tiempo festiva y dramática, con la opacidad y el vacío de la vida exterior notablemente expuestos en el gris de una casa amplia pero estrecha. Si asistimos al desmoronamiento de un hermoso mundo de maquetas edificadas por la sensación y el sentimiento natural y libre de especulación, afuera, en las calles de la ciudad, Riley sobrelleva como puede la sinrazón de que una pizzería sólo ofrezca pizza con brócoli. Sin embargo, las emociones de Docter et. al. quizá no sean sólo cinco, quizá haya una sexta forma de intervención sobre las islas de la personalidad de los espectadores. Esa emoción es conformista y apegada a una sobrevaloración de su yo, y queda sometida a crítica porque piensa bien, tiene –en suma- una mirada de la infancia como pérdida, como recuerdo. Como los padres que suelen referir la madurez de sus hijos, Intensa Mente se preocupa, y quizá acá haya un déficit, por la exitosa transición de la infancia a la adultez. La consistencia de ese paso, un escalón decisivo en cualquier relato de formación, constituye a Riley, ahora una preadolescente que se somete a sus padres luego de haber escapado. El cambio de la existencia interior por el desafío exterior de Riley hace pensar que la consola de Docter cambia la memoria por el recuerdo, y con eso la isla de la infancia queda clausurada, algo por cierto diferente del extraordinario final de Toy Story 3, en el que es posible asistir a una experiencia que interpela la memoria, que la pone en juego. La cultura del disenso nos presenta un ejemplo de superación de los desafíos del medio, así como un gesto sobre la identidad patriarcal, al permitir llorar al papá de Riley al tiempo que reconoce que también extraña Minnesota. La madre, que antes pedía a la hija respaldar los esfuerzos del padre, se suma a un abrazo happy ending ma non troppo. La amargura y la pérdida imprimen la tonalidad de las últimas escenas, sacudidas apenas por los acostumbrados bloopers de los títulos: aprendimos que las relaciones se afirman en el comando de los sentimientos pero que también los moldean. En el álbum de figuritas, al pié de la número 134, leemos acerca de Bing Bong una clave de la irreversibilidad: “Cantando con todo su corazón, consiguen llegar al saliente superior, pero Bing Bong sigue desvaneciéndose cada vez más y, haciendo un último sacrificio valeroso, salta del vagón para que Alegría pueda subir al saliente. Luego desaparece”.
Aquí pueden leer un texto de Paola Menéndez sobre esta película.
Intensa-mente (Inside Out, EE.UU., 2015), de Pete Docter, Ronaldo Del Carmen, c/ Amy Poehler, Frank Oz, Phyllis Smith, Diane Lane, Kyle MacLachlan, ’94.
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Todos sufrimos con Bing Bong.
Detalle 1: En la cabeza de Riley, sus emociones son de ambos sexos, a diferencia de la de su mamá y papá que tienen todos jugadores del mismo equipo.
Detalle 2: Queda por ahí, la enseñanza de que para las mujeres siempre es conveniente tener un brasilero de repuesto.