1. Yo era un niño a finales de 1979, cuando se anunció la llegada de un grupo de familias laosianas que se refugiarían en el país. Era una rareza: el mundo por entonces no estaba globalizado, y poco o nada se sabía de un país llamado Laos, y mucho menos de los motivos por los cuales buscaban refugio en otras tierras. Acostumbrados a una historia plena de inmigrantes europeos, y aunque ya había japoneses en el país –tintorería era, en aquellos tiempos, sinónimo de Japón-, las familias laosianas constituían un exotismo. Perdido el interés de la novedad respecto de aquellos seres tan extraños a nuestra habitualidad, la televisión dejo de mostrarlos, haciendo que la mayoría de ellos se perdieran en la bruma de los tiempos. Pronto, a nadie le importaba el destino de esas familias. Ni siquiera a un gobierno que los usaba como propaganda positiva.

2. El río Mekong es la frontera física entre Laos y Tailandia. Para Vanit, personaje central del documental, era la distancia entre la miseria real de un país devastado por la guerra civil y la esperanza de un futuro mejor. Con el tiempo, el Mekong se transforma en otro tipo de distancia. Visto desde el otro lado, ese río que atravesó con su primo en una madrugada de invierno, dejó de ser una frontera física para ampliarse en cada paso dado hacia Occidente. Es la distancia con la familia, con el idioma y con la cultura. El adolescente que huyó del país se convirtió en otra persona: cambió, por obligación, su identidad y terminó en un país del que sabía tanto como nosotros aquí sabíamos del suyo.

3. Vanit nada y atraviesa un río, entre la respiración entrecortada y los sonidos turbulentos del agua debajo de la superficie. Pero no es el río Mekong, convertido en pura ausencia hasta el final. Sin embargo, parece serlo. Parece que Vanit estuviera en cada brazada, poniendo el esfuerzo para cruzar el río en sentido inverso, tratando de recuperar fragmentos de lo que dejó atrás. La creación de la comunidad laosiana, la recuperación de los rasgos culturales, el traspaso generacional de la cultura, son como cruces renovados y metafóricos del Mekong, para no olvidar y para acortar la distancia iniciada hace cuarenta años. Un volver que se reitera, se recicla, para no perder el contacto y aquello que se dejó atrás. El movimiento es hacia adelante, pero mirando siempre hacia atrás.

4. Peculiaridades paradójicas de Vanit y su entorno. Se afirma de modo contundente en la tradición y la pervivencia de lo cultural en tanto el pensamiento comunitario se centra en el concepto de herencia hacia las generaciones posteriores. Para ellos, los primeros que hablaron el idioma de este país, que desconocen el origen de donde partieron los padres, se busca la perpetuación del idioma como matriz que deriva hacia costumbres ancestrales. Para ellos, construye la comunidad de Misiones un Buda imponente que nadie atisba a arriesgar una fecha de finalización (“Lo importante es la voluntad de hacerlo”, dicen). Pero mientras el legado se construye, escuchar a Vanit hablar es enfrentarse a los rastros que va dejando la cultura local. No tanto por el comentario en la reunión de las comunidades inmigrantes –esa picardía tan argentina de intentar beneficiar a su hija en el concurso de belleza-, como las expresiones que se van colando en el relato –“Flor de paliza me dieron los viejos”; “Andaba a pata pelada”-, Vanit parece allí despojarse de su pasado y mostrarse casi como un argentino más.

5. El espacio no es Laos, sino Misiones. La tierra, los ríos, el calor, la selva: todo se parece, como un espejo en el cual es posible ver al río misionero como un sucedáneo del laosiano. En ese territorio, Vanit parece poder relajarse entre los suyos. En Chascomús parece todo más incómodo, más duro: allí Vanit es quien hace el esfuerzo más pesado por sostener la referencia al origen. En Misiones fluye en las charlas y los encuentros con familiares. Misiones es, al fin de cuentas, el viaje real: un retorno a medias en el que el idioma natal se despereza y toma el relato por asalto. Misiones como refugio y nutriente. El Mekong que era río, se vuelve ahora, tierra: esa que se atraviesa en el viaje de una provincia hacia otra, un cruce que lo hace volver al origen, a hacerlo sentir nuevamente laosiano.

Río Mekong (Argentina, 2017). Dirección: Leonel D’Agostino y Laura Ortego. Guion: Leonel D’Agostino y Laura Ortego. Fotografía: Guillermo Schiaffino. Duración: 60 minutos.

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