No puede escribir películas, pero obtiene el premio a mejor guión en el Festival de Cannes. No puede dirigir actrices o actores, pero su último film está protagonizado por una famosa actriz iraní. No puede hacer cine, pero aquí está 3 rostros, estrenada en nuestras carteleras. Las “no películas” del realizador iraní Jafar Panahi tienen, desde 2011, este componente lúdico que implica acompañar las tretas con las que este referente de la “nueva ola iraní” se las ingenia para continuar filmando, luego de que el régimen de los Ayatolas lo condenara, en 2010, a seis años de prisión y veinte de inhabilitación para hacer cine, viajar al exterior y dar entrevistas, bajo acusación de “actuar contra la seguridad nacional y hacer propaganda contra el Estado”.
Es imposible no sentir rabia ante la persecución y castración artística a la que es sometido un cineasta tan lúcido como Panahi. Sin embargo, resulta reconfortante ver a este discípulo de Abbas Kiarostami (con quien comenzó trabajando en el cine y quien fue el guionista de su excelente opera prima, El globo blanco) hallar en este contexto de censura el cuenco perfecto para mezclar sus ingredientes favoritos: convertir las limitaciones en un estilo, pendular del documental a la ficción hasta lograr un punto de hibridez entre fantasía y realidad indefinible, y servirse de su propia proscripción para denunciar el carácter opresor del régimen iraní, en particular hacia las mujeres.
Justamente los rostros a los que se refiere el título son los de tres mujeres que condensan rupturas y continuidades de una cultura tradicional y oscurantista. El primero de ellos domina el plano secuencia inicial del film. La joven Marziyeh Rezaei (interpretándose a sí misma) se filma con su celular. Dentro de una cueva, conmocionada, denuncia que su familia y la de su prometido la privan del sueño de ser actriz, para luego colocarse una horca en el cuello y saltar. El video, que termina con el golpe seco del celular sobre el piso rocoso, está dirigido a una famosa actriz iraní. Su rostro es el segundo plano secuencia de la película.
Behnaz Jafari (quien también, como el resto de los personajes, hace de sí misma) viaja en un auto de noche mirando en su celular una y otra vez el video en el que la joven le cuenta que la llamó insistentemente para que vaya a convencer a su familia, dada la admiración que ellos le tienen. Pero, ante la falta de respuesta, no encontró otra salida. Behnaz está abatida, pero entre las lágrimas se cuelan dudas respecto de la veracidad del hecho. ¿Y si es una broma, Sr. Panahi? Allí descubrimos la identidad del hombre que conduce el vehículo. El director de la película es quien traslada a la actriz hasta la villa de la cual es oriunda la joven, para saber qué pasó realmente.
La pesquisa sobre el video y su protagonista no demora en resolverse. Aquello es poco más que la excusa para poner en marcha ese largo paneo en camioneta que es 3 rostros, con el que recorreremos las regiones más tradicionales y conservadoras del Irán rural, en compañía de estos dos representantes de la cultura moderna y citadina de Teherán. El avistar distante y reflexivo desde la ventanilla de un vehículo es un ejercicio que dispara de inmediato el recuerdo de los films de Kiarostami (sobre todo esos áridos y sinuosos caminos de El sabor de las cerezas). Trátese de un homenaje, de la tradición en la que abreva el director, o ambas cosas, lo cierto es que varios de los mejores pasajes del film involucran a este recurso, en los que la voz en off y los movimientos de cámara son capitalizados con gran eficacia y sensibilidad.
En Saran, cerca de Mianeh, al noroeste de Irán, el persa se habla poco y se habla a desgano. Panahi, oriundo de esa última ciudad, oficia de traductor. En la torpeza y timidez al hablar el turco manifiesta su vínculo dicotómico con el lugar. Algo de ese espacio le resulta familiar, pero algo también ajeno. En la manera en la que observa e interactúa con ese entorno y sus pobladores, respetuosa y a la vez distante, asoma una mezcla de fraternidad y rechazo, de comprensión y ajenidad, que es la manifestación física de una sentencia no verbalizada. Una suerte de tesis corporal que imprime ese tono de la película que por momentos se acerca a un afable humanismo, y en otros al desahucio frente a lo que no cambia. La opinión de Panahi respecto del estado de las cosas nunca queda agazapada en su cine. Y acá el que habla es su rostro. A diferencia de la comodidad y alegría con la que trasladaba personajes e historias en Taxi Teherán, aquí el rostro de Panahi exhibe agobio e incomodidad. Quizás los años de encierro van haciendo mella en su talante, o quizás fuera de la ciudad la solución a los temas que le preocupan se siente aún más lejana.
Una vez más, como en El círculo y otras de sus películas, las mujeres asoman como las mayores damnificadas por un régimen empecinado en someterlas al yugo de la administración doméstica. Pero también como las protagonistas de una fuerza transformadora que quiere abrirse curso. No por nada en un pueblo donde el camino es tan angosto que permite el tránsito en un solo sentido, es una mujer la que ha intentado ensancharlo y hacer posible el recorrido contrario.
¿Y cuál es el tercer rostro? El tercer rostro es el de Shahrzad, una actriz y bailarina muy popular en Irán antes de la Revolución del 79 que, como muchos otros artistas de aquella época, fueron impedidos de continuar trabajando. Este enigmático personaje es el que cierra la tríada de rostros que representan pasado, presente y futuro de la opresión que sufren las mujeres, que es también el cercenamiento del derecho de las artistas y que, en definitiva, es la expresión de la pervivencia de un compendio de prejuicios y tabúes ancestrales sobre los que descansa un régimen oscurantista. En verdad, de Shahrzad no vemos su rostro, sino su nuca. Así vive ella, recluida en su casa, de espaldas a un pueblo que, en su desprecio hacia ella, manifiesta una domesticación sin fisuras. Pero el rostro que oculta Shahrzad lo compensa Panahi mostrando el suyo. El es otro artista paria que, a diferencia de la desventurada bailarina, guarda para sí la cuota de rebeldía y esperanza en el género humano suficientes para ir tras los pasos de aquellos personajes dispuestos a romper con el sentido único de los caminos.
«No estoy haciendo una película. Si alguna vez hago una, serás la primera en saber, lo prometo». La respuesta con la que Panahi intenta tranquilizar a su madre es un guiño cómplice al espectador y una nueva burla a la mordaza del gobierno iraní. La cuarta, más precisamente.
3 Rostros (Irán, 2018). Dirección: Jafar Panahi.Guión: Jafar Panahi, Nader Saeivar. Fotografía: Amin Jafari.Edición: Mastaneh Mohager, Panah Panahi. Sonido: Amireza Alavian. Diseño de Producción: Leila Naghdi Pari. Producción: Jafar Panahi. Elenco: Behnaz Jafari, Jafar Panahi, Marziyeh Rezaei, Maedeh Erteghaei, Narges Del Aram. Duración: 100 minutos.
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