El título parece involucrar cierta sorna, dando por entendida la parodia con la subsiguiente crítica ante la invasión, pero es justamente esa máscara la que vuelve peligroso al documental, la misma máscara que se presenta como antiimperialista cuando, en realidad, reafirma el chauvinismo yanqui en un etnocentrismo intransigente, el mismo del que pareciera mofarse.
Moore se avoca a la tarea de recorrer ciertos países con el objetivo de sacar de ellos las ideas implementadas para lograr una mejor sociedad, así como una mejor calidad de vida a nivel individual. En el documental subyace un doble armazón: por un lado, la objetividad y el naturalismo ante lo que se muestra caen por tierra siendo el director quien pone de manifiesto esa intención (“Mi misión es recoger las flores, no las malezas”); y por otro, la clave antibelicista no deja de lado el evidente afán invasor. Se acepta uno disimulando el otro. Que todo documental es subjetivo y que la ideología lo atraviesa sucede desde Flaherty, por lo que su “confesión” no aporta más que una coartada para esconder sus segundas intenciones. Estas entrevistas, además de ser una fachada, son hechas con procedimientos que buscan incitar a la comicidad: llevar la banderita, hacer chistecitos sin gracia, repreguntar cosas que son explicitadas con un asombro extravagante para hiperbolizar lo que se dice. Todo esto termina siendo de un amarillismo que resulta contraproducente.
Los momentos más interesantes a nivel «subversivo», si se quiere, son los escasos minutos -unos 10 en total a través de toda la película-, en los que habla de la cuestión racial, desde la esclavitud del siglo XVIII hasta la del siglo XXI, sobre todo cuando plantea la idea de la represión policial como forma de control de una sociedad que ya no puede ser controlada con el miedo al peligro externo. La guerra era utilizada para controlar a la población interna generando el miedo a un ente externo. Al caer el relato del enemigo externo -como consecuencia no sólo de los movimientos antibelicistas que se desarrollaron en EE. UU. desde la década del ’60, sino también del propio fracaso a la hora de la conquista imperialista-, no queda otra forma de controlar a la población que generando el terror a través de las fuerzas institucionales internas. En esta parte de la película, el procedimiento es más allegado al naturalismo: se utilizan imágenes de archivos tomada de los noticieros y el tono abandona -por fin- la intención histriónica. Pero esta línea se evade y, en cambio, se afana en la búsqueda majadera de «una sociedad mejor, con lo mejor de cada país». E incluso ese argumentito ñoño del «sí, se puede» termina siendo derrumbado: muestra un progresismo bastante moderado porque se sumerge dentro del sistema. No se trata de abatir el sistema sino de realizar modificaciones en el orden interno. Las modificaciones evocadas son por demás loables y, a manera de dato informativo, a la hora de conocer la idiosincrasia a nivel cultural de otros países están muy bien los ejemplos, pero no dejan de ser eso: datos interesantes sin intención de sublevación. Ejemplos que, por otra parte, se vuelcan al occidentalismo a la hora de la selección.
Sin embrago, el etnocentrismo va más allá: en varias ocasiones, ante el acierto del país a invadir, se genera la corrección nacionalista de que esos países han “tomado la idea de EE. UU.”. Moore repite ese procedimiento a lo largo de toda la película y redunda hacia el final, de manera irritante en su evocación del sentimiento nacionalista, en una emoción que busca ser exaltada a fuerza de citar a El mago de Oz, remarcando la frase “Tienes el poder de volver a Kansas.” De manera que caben dos posibilidades: no la entendió o simplemente la vació de significado para usar el molde a su beneficio. La usa como «mensaje esperanzador» cuando El mago de Oz es una de las películas más desesperanzadoras de la historia de Hollywood: la esperanza en esos términos románticos llevado al sensacionalismo escandaloso que quiere impulsar Moore no tiene lugar en la película de Fleming y compañía. El viaje que realiza Dorothy es un viaje hacia la adultez, un viaje en el que la realidad se manifiesta vacía de entidades protectoras (no sólo no tienen cobijo durante todo el camino, sino que al llegar descubren que el Mago -Dios-, confirmando sus dudas, no existe), y para seguir adelante hay que aceptar el pasado y sus consecuencias, por amargas que sean (Dorothy finalmente no se escapa, es decir, Toto no se salvaría). En pocas palabras, El mago de Oz patea el tablero, por lejos, mucho más que el documental que nos convoca en esta nota. Lo que sí comparten ambas películas es el maquillaje, aunque no comparten la calidad. Es esa recodificación del significado para abrillantarlo con algo que el receptor acepte felizmente lo que propone también ¿Qué invadimos ahora?
El discurso finalmente es «somos malos pero seguimos siendo los mejores». ¿Se le puede reprochar ser nacionalista a Moore? ¿Está mal el nacionalismo? Sería un debate ético, pero sí. Tomando en cuenta lo que los movimientos nacionalistas han llevado a cabo a lo largo de la historia, ese fanatismo es algo de temer, sobre todo si se lo conjuga con la idea que finalmente aflora de la síntesis entre “invasión” y “esas ideas las generamos nosotros”: “No estamos invadiendo, estamos tomando lo que es nuestro.”
¿Qué invadimos ahora? (Where to invade next?; EE.UU /2015), de Michael Moore, ‘120.
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Este tipo es un genio. Y este film en particular difunde ideas muy interesantes y poco usuales. Pero su estructura cinematográfica es floja, el guión no es atrapante. Debería haber hecho una miniserie con este proyecto, no una película.