Breve reflexión sobre Campanella y su célebre frase en el último Festival de San Sebastián. En la reciente apertura del Festival de San Sebastián, un siempre amable Campanella pierde toda diplomacia ante la opinión de un crítico de cine español (como se puede ver en el link al final de este texto), un tal Carlos Boyero que lo tildó de oportunista con ganas de hacer dinero a lo que Campanella le respondió -si es que fue una respuesta- diciéndole literalmente frente a las cámaras y la periodista que lo entrevistaba: “Yo le diría a Boyero que se vaya a la reverenda concha de su madre”.

Hace un par de años, Roberto Fontanarrosa -el mismo que escribió el cuento en el que se basó la película Metegol y que frente al rey de España en un Congreso de la Lengua celebrado en Rosario hablaba del gran aporte que hizo la palabra “boludo” al idioma español- había escrito un relato titulado “Viejo con árbol” donde un Viejo sentado en una loma bajo un árbol frente a una canchita de fútbol, le hacía una permanente analogía entre las artes y el fútbol justamente a un tal Soda mientras ambos miraban un partido: “Mire usted nuestro arquero –efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales –se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostrab-. Bueno… Eso, eso es la escultura…” le decía el Viejo a Soda… “Vea usted –el viejo señaló ahora hacia el arco contrario, al que estaba por llegar un córner– el relumbrón intenso de las camisetas nuestras, amarillo cadmio y una veladura naranja por el sudor. El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y siena de los muslos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así… Bueno… Eso, eso es la pintura”, continuaba diciéndole hasta que, al final del cuento: “el Soda se tomó la cabeza. –¿Qué cobró? –balbuceó indignado. –¿Cobró penal? –abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha-. ¿Qué cobrás? –gritó después, desaforado. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió? El Soda lo miró atónito. Ante el grito del viejo parecía haberse olvidado repentinamente del penal injusto, de la derrota inminente y del mismo calor. El viejo estaba lívido mirando al área, pero enseguida se volvió hacia el Soda tratando de recomponerse, algo confuso, incómodo. — ¿Y eso? –se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo. –Y eso… –vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra– …eso es el fútbol.

El espíritu del “que se vaya a la reverenda concha de su madre” con el de “¿qué cobrás referí y la reputísima madre que te parió” hacen de Metegol una película aún más genial de lo que es y a Campanella un director con su mejor película a cuestas lejos de los golpes bajos lacrimógenos de El hijo de la novia o la nefasta Luna de Avellaneda. Si uno ve la cara de Carlos Boyero en el video del link, automáticamente la relacionará con el típico “Manolo” de cualquier cuento de gallegos que recordemos; un tipo con esa cara no puede criticar nada: menos una película que sí, gastó 30 millones de dólares porque pensaba recaudar aún más, y lo hizo; una película que se inscribió en el género de los dibujos animados copiándole momentos y estéticas a Ratatouille, Toy Story 3 y El domador de dragones con total impunidad pero con mayor emoción; una película con un guión medio confuso e inverosímil pero con amplias ambiciones que, lejos de volverla un bodrio, la vuelven un bizarro objeto de admiración; una película donde en su final con esa barroca estatua en lo alto del pueblo refundado da un mensaje bien claro: a pesar de las limitaciones y disfunciones propias o ajenas, a pesar de amontonarse y entorpecerse, siempre, pero siempre, hay que seguir cueste lo que cueste para adelante. Y esto no es ninguna bajada de línea “new age” ni planteo similar. Por el contrario, en  el final de El caballo de Torino de Béla Tarr, una especie de completa antítesis desde lo estético hasta lo filmográfico/conceptual a Metegol, el mensaje que se advierte no es muy diferente al de Campanella y nadie acusaría a Tarr de “new age” pues, en ese final, por más que el fuego ya no prenda, hay que volver a intentar prenderlo; por más que las papas estén crudas, hay que comerlas para seguir adelante, viviendo, resistiendo entre tanta miseria y oscuridad.

Así que, como diría Campanella, que Boyero (y los que opinan como él) se vayan a la reverenda concha de su madre porque es(t)o es Metegol… Lo otro es, más bien, “Futbolín”.

Aquí pueden leer un texto de Marcos Vieytes y otro de Luciano Alonso sobre Metegol.

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