Por Nuria Silva.

Do your thing, cuz! Sangre y tripas por doquier es todo lo que queremos, deseamos y esperamos ver en un slasher. La de Luessenhop no sólo nos devuelve a uno de los serial killers más queridos por los amantes del cine de terror como es Leatherface, sino también el espíritu de este subgénero que ha quedado bastante relegado en los últimos años entre tantas posesiones, torture porn y falsos found footages, retomado en el mejor de los casos mediante remakes. Esta nueva entrega, aunque pueda discutirse su mérito de buena o mala película, cumple con los códigos del género y es fiel a sí misma. Seguro podamos encontrar algunas incoherencias en lo que respecta a la continuidad dramática de la saga, pero seamos honestos ¿se le puede exigir algún tipo de consistencia en este aspecto al género? Si repasamos mentalmente cualquier saga del estilo (desde las de Jason  hasta las Sé lo que hicieron el verano pasado) vamos a notar que prácticamente ninguna ha sido exacta en su lógica narrativa.
Es mucho más estilizada que la primera, pero no por eso menos morbosa o explícita. No podemos obviar las diferencias presupuestarias y las distancias temporales que recalcan las disimilitudes formales. Texas Chainsaw 3D es una típica mainstream en la que el festín sangriento y el gore no se hace esperar demasiado, y una vez que arranca no para. La presencia de planos calcados de la película original (el contrapicado del short rojo, el primer plano del armadillo muerto en la carretera, los flashes que presentan la subjetiva de una cámara fotográfica que retrata los restos humanos de las víctimas, etc.) y la decisión de utilizar a actores y actrices que formaron parte de los elencos originales (Bill Moseley, Gunnar Hansen, Marilyn Burns) ocupando roles distintos de los que personificaron por aquel entonces, la constituyen más como un homenaje repleto de guiños que como una continuación fidedigna de las de Tobe Hooper, destinada a los fanáticos de la historia que estén dispuestos a verla sin ánimos puristas. El terror nos exige que pongamos en práctica el costado más crédulo de nuestra mirada, que apelemos a nuestros miedos primarios e infantiles para dejarnos llevar por la extravagancia de aquello que nos estén contando.


El slasher es un subgénero que suele hacernos simpatizar con los asesinos para no padecer las matanzas. Por lo general, las víctimas potenciales (usualmente adolescentes) son irritantes para que deseemos que los ajusticien cuanto antes. En este caso, además, se busca que sintamos cierta clemencia hacia Leatherface y su psycho family. Texas Chainsaw 3D se presenta desde los títulos como continuación del primer clásico de Tobe Hooper, con un montaje de escenas de aquella, que terminan por unir el escape de Sally (Marylin Burns) con el arribo de un patrullero a la casa de los Sawyer dando inicio al nuevo relato. El comienzo me hizo recordar al cambio de perspectiva (de victimarios a víctimas) que propuso Rob Zombie en The Devil’s Rejects, secuela de su opera prima  La casa de los 1000 cuerpos, con las que además comparte la presencia del actor Bill Moseley, el inolvidable y aterrador Otis. Texas Chainsaw 3D arranca situándonos en el interior de la casa de los Sawyer, donde se encuentran atrincherados, mientras del lado de afuera el Sheriff les exige que entreguen al asesino. Todo pareciera estar por resolverse cuando un grupo de campesinos aparece arruinando la mediación. De un segundo a otro comienzan a atacar la casa a escopetazos y molotovs. El resultado de esta embestida se nos muestra desde adentro, y la presencia de una beba en brazos de su madre dramatiza aún más la situación. Madre e hija logran salvarse hasta que uno de estos pueblerinos las encuentra, asesina a la madre de forma rápida y cruel, y se queda con la nena para criarla junto a su esposa. Las relaciones familiares y las herencias genéticas –o ‘malditas’, como insistieron en subrayar en el título local- son abordadas sin distraer del propósito entretenido de la película. No la cargan de una densidad dramática innecesaria, aunque tenga sus picos de sensibilidad, como en una de las escenas finales en que los primos se encuentran solos en la cocina, con una atmósfera que roza lo romántico.
Luego de la presentación, una elipsis de años nos muestra a Heather (Alexandra Daddario), una chica de veintitantos, trabajando en una empaquetadora de carne. Aunque su verdadera identidad se revela minutos después, de entrada deducimos que se trata de la benjamina Sawyer por la forma en la que se presenta: manipulando carne muerta y realizando obras de arte con huesos. Heather toma conocimiento de su verdadera identidad mediante una carta que recibe de una desconocida abuela, en la que le comunica que le deja como herencia una mansión estilo victoriana que pertenecía a la mitad adinerada y culta de su familia biológica en Texas, los Carson. Hacia allí irá acompañada por su novio, su mejor amiga y un amigo de la pareja, sumándose en el transcurso del viaje otro chico que les pide un aventón. El destino de estos pibes es previsible si conocemos los funcionamientos del género. En el sótano del caserón vive oculto –como un secreto familiar vergonzoso más que como forma de evitar mayores desastres- el personaje al que todos esperamos: el viejo y querido Leatherface, encerrado y esperando que alguien lo libere de su cautiverio para desatar la matanza.
Existe en este cine un cierto ejercicio de la ética. Los jóvenes masacrados por lo general tienden a estar quebrando códigos morales al momento de convertirse en “carne de cañón”, ya sea teniendo sexo impúdico, drogándose, tomando alcohol u otros actos similares. En este caso las víctimas inicialmente serán un ladronzuelo de poca mota, un novio infiel y una amiga traicionera. Esto de alguna manera convierte al asesino en una suerte de anti-héroe, mucho más acentuado en la actual versión de los acontecimientos. Volviendo a la cuestión de la infancia, esta representación de la justicia moral también está íntimamente ligada a ella. ¿A quién alguna vez no lo amenazaron con la presencia de algún ser maléfico si se portaba mal o si hacía algo que iba en contra de los mandatos adultos? Hoy los chicos ya no se tragan esos cuentos, y ésta seguramente no sea una película que los asuste.

Acá no hay bien versus mal, en todo caso hay dos bandos: los malos, y los malos más malos. Leatherface cabe en la primera categoría por no ser capaz de dominar sus impulsos homicidas a causa de un retraso mental, tal vez producto de una relación endogámica. Esto lo convierte en una bestia instintiva que protegerá a los de su sangre por razones casi animales. Del otro lado están las bestias verdaderamente peligrosas, conscientes de sus actos y ocupando lugares de poder en la sociedad. Son los mismos personajes que atentan contra la familia al comienzo de la película y que, por este hecho, son considerados héroes locales. Teniendo en cuenta el contexto geográfico de la película, que los hechos tengan lugar en el sur estadounidense, cuyo pasado segregacionista aún pesa (la KK’s Kitchen –KKK- como puede leerse en el cartel de un restaurante ubicado en la estación de servicio donde los chicos paran antes de adentrarse en Texas), vuelve significativo que el personaje que termine tomando posición por los perseguidos -otrora asesinos despiadados- sea el Sheriff Hooper, un hombre negro que se enfrentará a los rednecks ya mencionados -rubios, brutos, violentos y católicos fundamentalistas- como han sido retratados históricamente en el cine y no exclusivamente de terror. Personaje civilizado y moderado -aunque de alguna manera ambivalente- que, además y no casualmente, reúne otra característica elocuente: su apellido, el mismo del creador original de la historia que pareciera personificarse para dar rienda suelta a su criatura.

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