El tiempo, en un país como la Argentina, implica el borramiento del derrotado. Por aquello de que “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”, esa historia permanece silenciada, reducida a las catacumbas de los recuerdos personales no confesados. Las historias oficiales se han escrito sobre esa base, porque en el borramiento está inscripta la eliminación del enemigo. La autodenominada Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón no solamente instauró la proscripción de Perón como figura y del justicialismo como fuerza política, sino que intentó –en vano, como cualquier intento absolutista de esa categoría- borrarlo de la historia y de la memoria. Construir un país en el que la mención de cualquier palabra que aludiera a la figura o al partido estaba prohibida y podía ser castigada funcionó como un acallamiento de las voces públicas, pero no pudo evitar las corrientes subterráneas que volvían a enarbolar la historia y las voces prohibidas como símbolo de la resistencia.

El tiempo, en un país como la Argentina, es una larga espera para que los derrotados sean reconocidos.

Para que las historias silenciadas sean recuperadas y narradas.

El bombardeo a la Plaza de Mayo del 16 de junio de 1955 es un hecho maldito en la historia argentina por una serie de elementos que contribuyeron a su omisión deliberada como punto de partida inequívoco del ciclo de violencia institucional que terminaría en el genocidio cometido durante la dictadura de 1976. No es curioso entonces pensar que hasta hace diez años atrás no se sabía la cifra de muertos que había dejado el ataque de los aviones de la Marina Argentina.

Fue en esa etapa en que los hechos volvieron a ser llevados a la discusión pública. Se volvió a poner en circulación recuperándolo como parte del llamado “revisionismo histórico”, y es en el año 2005 que se estrena el primer documental que rescata el hecho (El día que bombardearon Buenos Aires). La singularidad del hecho –las Fuerzas Armadas que atacan a ciudadanos del propio país-, de la misma manera que se silenció durante décadas como hecho traumático –porque involucraba directamente al peronismo como víctima del ataque-, comenzó a fluir lentamente con los años, recobrado como hito histórico y como uno de los días más oscuros de la Argentina. El año pasado se estrenó Cristo vence que recuperaba la narrativa histórica de los hechos que desembocaron en ese 16 de junio y que incluía una arriesgada elección de entrevistados –algunos decididamente antiperonistas y defensores de la necesidad de voltear el gobierno de Perón- y una cantidad de imágenes documentales sobre el bombardeo y sus consecuencias que no habían sido demasiado visibilizadas.

Piloto de caza debe ser vista en tándem con Cristo vence. No solo porque trabaja sobre los mismos hechos, sino porque parece concentrar su mirada sobre un fragmento de esos hechos para potenciarlo. Un detalle que, creo, en la otra película no se menciona o pasa inadvertido: la salida de una primera escuadrilla de cuatro aviones de pilotos leales al gobierno de Perón que enfrentan al primer escuadrón de la Armada. Y de ese fragmento, va hacia un hecho todavía más pequeño, como si lo que le interesara es la última de las figuras de un juego de cajas chinas. En esa última caja hay un piloto, el Muñeco Adradas. Y hay una historia: la del único piloto que derribó a una aeronave de los insurrectos.

Si se lo piensa no hay mucho más para contar que eso. Un relato que llega de manera indirecta –Adradas murió hace tiempo- y fragmentado en diferentes voces: sus amigos y compañeros de trabajo y su viuda. Todos ellos repiten el relato como les llegó y hay apenas ligerísimas variantes entre uno y otro: Adradas se enfrenta a uno de los aviones y le ordena al piloto que se entregue, éste se niega y entonces dispara a la cola del avión para derribarlo y a la vez permitir la eyección del piloto. Los agregados pertenecen al dominio personal de cada entrevistado. El único piloto sobreviviente de los cuatro de esa escuadrilla leal, menciona que había una “obligación” de demostrar que se había disparado, que no se podía volver con la misma cantidad de balas con las que se había salido. Otro entrevistado contará de los nervios de Adradas al regresar a la base que ya había sido tomada por los rebeldes. La viuda insistirá en el dato de que su marido le indicó al piloto hacia dónde dirigirse para dispararle y darle tiempo a que se eyectara.

Sin embargo, hay algunos elementos que el documental insiste en rescatar para tratar de comprender el hecho. La mención al impulso industrializador del país durante el gobierno de Perón, no solamente sirve para ilustrar la decisión de poner en marcha una industria aeronáutica, sino para desmentir el viejo sambenito que le endilgaron de haber apostado por una “industria liviana” que sería la causa por la que finalmente el país no avanzó como podría haber sido (dejemos para otra ocasión el rol que el complejo agroganadero jugó en ese momento, similar al que intenta jugar desde el año 2008 hasta la actualidad). La línea que traza la película no es casual, sino causal: el desarrollo aeronáutico, la construcción del Pulqui, la creación de Aerolíneas Argentinas une a ese grupo de pilotos en un continuo histórico. Adradas, junto a su amigo Conan Doyle –que fue partícipe del primer vuelo del Pulqui-, fueron los pilotos que se encargaron de traer a Perón a la Argentina. Adradas fue quien recibió la propuesta del propio Perón para ser presidente de Aerolíneas en su última presidencia. La lealtad de Adradas en el momento del ataque contra Perón fue recompensada, después de sufrir un camino similar: juzgamiento, expulsión de la Fuerza Aérea y persecución.

Pero si rescatar la historia de Adradas es rescatar la historia de la lealtad –sí, a una idea y a un jefe político, pero por sobre todo a las instituciones del país-, hay que ir más allá. Uno de los dos conceptos que el documental repite es la idea de separar la noción de historia de la noción de memoria. Alejandro Kovello, autor del libro “Batallas aéreas”, no es solamente quien descubre los pliegues de la historia del personaje y decide recuperarlo, sino que su decisión es la de transformar la historia en un proceso de memoria. Es interesante la distinción que hace. Adradas, para él, tiene una historia personal, que se conoce entre sus amigos y familiares. Lo que no hay hasta este momento es una memoria sobre Adradas. Para eso, parece partir de la idea que el sociólogo Cristian Ferrer señala en un momento del documental: “Un solo día lo convirtió en inmortal”. No solo por el hecho en sí mismo, sino por la trascendencia que implica ser el único. El documental, entonces, se convierte en parte de esa memoria: en un registro de la historia de Adradas, de la puesta en circulación de esa historia personal narrada por quienes lo conocieron, y en la decisión de desplegar una serie de elementos recordatorios que se concentran en Roque Pérez, el pueblo donde nació. Lejos del retrato heroico, de lo que se trata es de recobrar el gesto y la acción como parte de la defensa de los valores nacionales en contra de su tergiversación.

El otro concepto central que aborda el documental es el de la desproporción. Desproporción del acto en sí mismo: oleadas de aviones bombardeando y ametrallando un día de semana el centro geográfico de la ciudad más grande del país. Desproporción de la construcción histórica del hecho: la referencia crítica hacia Félix Luna y Natalio Botana que consideraron las muertes como “daños colaterales”. Desproporción del resultado: más de 300 muertos. La desproporción surge de la puesta en relación con el entorno y con la historia. 48 aviones para matar a un presidente. La cantidad de muertos como un número mayor a la cantidad de bajas inglesas en Malvinas durante 72 días de combates. La idea sostenida por la Marina, de un cinismo absoluto, que se trató del bautismo de fuego de la fuerza. La forma en que la política argentina asimila una y otra vez las masacres, como señala Cristian Ferrer.

Piloto de caza entonces no es simplemente la historia de Adradas. Adradas es en todo caso el punto de partida para desarrollar un proyecto de memoria que rescate las voces y las historias que fueron silenciadas y ocultadas, cuando no también perseguidas. Y, sobre todo, es la decisión de poner en escena la desproporción para combatirla como forma de acción y para ponerle el nombre correcto a lo que la historia oficial no quiere nombrar. En ese sentido, recobrar a Adradas es una continuación de la lealtad que él mismo puso en práctica en junio de 1955.

Calificación: 6.5/10

Piloto de caza (Argentina, 2021). Dirección: Nicolás Dalmasso. Investigación periodística: Alejandro Covello. Disponible en Cont. Ar.

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