1. Un pelotero es como una pileta para niños que, en lugar de estar llena de agua, está repleta de pelotitas de plástico de colores. Un sucedáneo, un mar de plástico donde se puede esconder un cuerpo –como pasaba en una película como La suerte en tus manos– y emerger sin más coordenadas que el placer que suministra el juego. La idea de Argentina como pelotero del mundo recupera, sin quererlo tal vez, dos nociones al referirse al fútbol juvenil. Por un lado, el placer de jugar al fútbol; por el otro, su conversión en un elemento artificial que tiende a minimizar los riesgos. Como en la mayoría de los peloteros, el fútbol infantil y juvenil parece prescindir de lo natural, en una lógica que es resumida por Gabriel Sapio cuando se refiere a las canchas de césped artificial como parte de un “espacio formativo”, para luego transformarlo en el hecho de “sacarle sesenta días de ventaja al año a los que no la tienen”.

2. La paradoja es que en un pelotero lo que no se hace es jugar a la pelota, esa forma barrial de nombrar el fútbol. La distinción no es menor, porque en el documental, lo que se observa es que los chicos ya no juegan a la pelota, sino al fútbol: se ponen una camiseta cualquiera –o peor, una pechera-, reciben órdenes, “trabajan” para el equipo. Se vuelven profesionales sin profesión y con promesa de pago diferida. Las imágenes que registra el documental cuando se ven partidos –o entrenamientos- revelan ese displacer intrínseco. Las imágenes recuperadas de la niñez de Messi revelan un contraste que va más allá de la forma en que se salió de ese circuito, en tanto mantenimiento del placer de jugar llevado a una cancha. La distancia con los chicos de los clubes rosarinos es abismal, no por diferencia de calidad, sino por falta de voluntad o incapacidad para romper el molde: la única diferencia entre esos chicos en canchas de clubes de barrio y el fútbol argentino hiperprofesionalizado es el dinero, no la manera de jugar.

3. El dinero, en definitiva, está en el centro. Lo plantea de manera indirecta en su inicio el documental, cuando su focalización en Rosario le permite pasar de los números record de la exportación de granos al creciente número de ventas al exterior de jugadores de fútbol. Rosario, puerto de salida de exportaciones y puerta de entrada de los dólares salvadores, que no se nombran ni se calculan –salvo el momento en que se menciona un mercado de unos 500 millones- pero están siempre allí presentes. Granero y pelotero del mundo (y cabe pensar cierta sinonimia entre los silos acopiadores y los peloteros): uno y otro parecen potenciarse como lo remarca esa publicidad en off que refiere a los “futbolistas que crecen en este suelo”. Como las plantas, como la soja o el trigo, los futbolistas son desde la perspectiva de la publicidad –inteligentemente enlazada con las imágenes del puerto exportador y con los campos del comienzo- algo que se siembra y se cosecha, para luego ni siquiera consumirlo, sino venderlo. Como en los productos, los futbolistas de mejor calidad se van para otros países y el resto se queda en el mercado interno.

4. Esa transformación queda reflejada más allá de las comparaciones. Para auscultar los pliegues del sistema, Pelotero del mundo se sumerge en un puñado de clubes de barrio rosarinos para reflejar desde ellos los cambios. Se desprecia la competencia interna: salvo en un caso del club B.a.n.c.o. no hay partidos contra otros clubes, contra otros equipos. Los clubes se vuelven endogámicos: dejan de mirar hacia el otro para concentrarse en el juego hacia adentro. Lo que deriva en la casi total ausencia de camisetas identificatorias –o lo que es peor, la aceptación de una extranjera como propia. Pero lo notable es la manera en que el documental consigue retratar esos cambios desde las palabras, que transparentan el proceso de cambio. La crisis argentina de 2001 es el punto de inflexión que deriva posteriormente en el concepto de negocio que pasa de los jugadores profesionales a los juveniles. Entonces es que en el relato de las voces que se intercalan y entrecruzan, aparecen palabras que toman distancia del juego y del deporte: industria, pymes, producción, fondos de inversión, mercado. Es esta última la que define y engloba con precisión a todas las otras: el mercado que convierte en producto ya no al jugador de fútbol consagrado sino al que se supone que es la gran promesa que el tiempo habrá de confirmar. O no.

5. Si los clubes se plantean como exportadores –como se sincera Alberto Massari, del club B.a.n.c.o- el paso siguiente es convertirse en filiales que trabajan para clubes extranjeros. Convertirse en una franquicia de una marca. El Aduir aparece como un caso posiblemente intermedio: un proyecto pensado para ser vendido a un club extranjero (no deja de asombrar en el relato de sus artífices que cuando no es aceptado por un club como Barcelona, terminan vendiéndoselo sin demasiados cambios aparentes a otro club como Villarreal) con lo que se denota su rol intercambiable. Lo que importa es el negocio de la exportación, encontrar el mercado. Lo que narra Gabriel Sapio se vuelve, entonces, un extremo impensado. No solo porque se hace un aprovechamiento de un nombre legendario –el “Griffa Method”, que así se llama, refiere a Jorge Griffa, mítico reclutador de juveniles, reducido ahora a un método de mercado-, sino porque desde allí parece resumirse la lógica del negocio. Detrás de los derechos sobre setenta jugadores y los clubes con los que “trabajan” aquí y en el exterior, asoma la filosofía del negocio: que los clubes se conviertan en exportadores, abaratar costos de producción, optimizar el desarrollo acelerando el tiempo de adaptación. El tramo final del documental es el que resume de manera más descarnada –aunque suene a paradoja- la concepción sobre los jóvenes jugadores. Volviendo sobre la metáfora culinaria que se utiliza en el comienzo por Oscar Basualdo (“son un manjar para el mercado europeo”), Sapio se encarga de clarificar definitivamente la idea cuando compara la exportación de jugadores con la Cuota Hilton, propugnando la producción de acuerdo a las necesidades del otro, del que pide y tiene el dinero para pagarlo. La idea de “mejorar la calidad” que plantea es la de ofrecer al mercado nada más que un producto. Los jugadores juveniles se convierten en un pedazo de carne que, como una vaca o una oveja o un cordero, se producen según el gusto del otro.

6. El otro acierto del documental es que ante ese edificio de luces atractivas que no es más que una inmensa factoría –y uno no puede dejar de pensar en una película como Okja– que tritura carne humana para empaquetarla y enviarla a otro país, opone las voces que contrastan. Algunas, más modestas, centradas en la idea de mejorar a los futuros jugadores como personas. Otras más reconocidas, se vuelven, en su relativa soledad, una suerte de francotiradores que se limitan a defender sus construcciones (que no son nada más ni nada menos que convicciones). Jorge Solari, desde Renato Cesarini, Jorge Valdano desde Madrid y, sobre todo, Fernando Signorini desarman el paquete del negocio para exponerlo desde diferentes perspectivas. Una privilegia la experiencia y el roce del juego ante la carencia de competencia. Otro cuestiona a las academias que empeoran a los diferentes. Y el tercero rechaza el esquema de la escuela de fútbol desde una perspectiva sistémica. Signorini plantea de manera precisa que “ningún jugador actual podría ser titular en el equipo del 78”. Y es que en su concepción no solamente el fútbol se ha vuelto un arma de adaptación al sistema, sino que su centralidad es que el chico “cuanto menos piense es mejor, porque va a ser más fácil de manejar”. “Hoy a los chicos lo único que se le da son órdenes” señala, para remarcar que “no son vasijas que hay que llenar, son antorchas que hay que encender”. Esos fuegos que están apagados en un pelotero llamado Argentina porque nadie arriesga, nadie se quiere quemar. Y todos quieren ganar. Pero no un partido o un campeonato. Pelotero del mundo exhibe en ese contraste entre dos visiones de aprendizaje (y es notable cómo Signorini lo resume cuando en relación a Messi dice que “es como enseñarle a un gato a cazar ratones; eso no se enseña”) más que la pugna entre dos modelos, la forma en que uno de ellos viene triunfando, haciendo del fútbol desde las inferiores, una industria limitada a ser proveedora de materia prima para esos eventos que alguna vez se llamaban partidos.

Pelotero del mundo (Argentina, 2022). Dirección: Ariel Borenstein, Damián Finvarb. Guion: Ariel Borenstein. Fotografía: Damián Finvarb. Elenco: Fabián Solidini, Gabriel Sapio, Jorge Solari, Alberto Massari, Fernando Signorini. Duración: 63 minutos.

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