Papeles_En_El_Viento_Nuevo_Poster_Oficial_JPostersDespués de tres comedias con algunos aspectos interesantes (No sos vos, soy yo, ¿Quién dice que es fácil?, Un novio para mi mujer) aunque no del todo logradas y un sólido drama (la notable La reconstrucción), la quinta película de Juan Taratuto vuelve a apoyarse en un hecho dramático, pero esta vez  para meterse con dos pasiones bien argentinas: los amigos y el fútbol. La intención de hacer cine con pretensiones industriales que apunte al consumo masivo y a la identificación del espectador con los personajes y las historias es clara, pero los realizadores se valen de efectismos burdos y apelan gratuita y groseramente a la emoción y la nostalgia baratas y declamadas pero jamás sentidas. Papeles en el viento se apoya en una estructura básica en que la banda sonora enfatiza a cada rato aquellos pasajes que, se supone, deben emocionar al espectador. Las tres primeras escenas de la película evidencian esta búsqueda: el recuerdo de las glorias de Independiente por parte de los personajes de Echarri y Peretti, que se ríen y conmueven mencionando a cada uno de los jugadores, es seguido por el funeral del hermano de este último (Diego Torres), para concluir en un asado en el que la presencia y la voz del amigo ausente describe a los integrantes del grupo. De allí en adelante toda aparición de Torres será precedida de una escena que da cuenta de la actualidad de los protagonistas, en general situaciones dramáticas de índole económica o amorosa. Una colita para el pelo, un chiste, un whisky traen la añoranza del Mono (Torres) y su forma de ser, en apariencia el más alegre y positivo del grupo. Con este recurso Papeles en el viento revela su estructura y al mismo tiempo sus contradicciones: el personaje de Torres habla de cosas pasadas, de cosas que ya no están (como él mismo), de la mística, de las copas ganadas por el “rojo”, de que quiere dejarle como legado a su hija el amor por el club de Avellaneda (según sus palabras, un equipo integrado hoy por “once muertos”). «Todo eso -la mística, las copas- no te lo puedo asegurar», le dice Peretti en uno de los tantos flashbacks que hay en la película, «pero te prometo que va a ser de Independiente».

No leí la novela de Eduardo Sacheri en la que se basa la película de Taratuto (en realidad no leí ninguna novela de Sacheri, calculo que un poco por prejuicio y otro tanto por desinterés), pero entiendo que el fútbol, a juzgar por sus otros libros adaptados a la pantalla (El secreto de sus ojos, Metegol), ocupa un lugar importante en ellas. Por eso me sorprende que una película en la que se arranca mencionando el nombre de Bochini y otros jugadores notables que pasaron por Independiente termine derivando en la valoración de la rusticidad por sobre la calidad y el talento.  Un jugador (Pittilanga) que desde las inferiores amenazaba con ser un goleador temible, y por el que el personaje de Torres gasta todos sus ahorros en comprarlo (luego sus amigos intentarán recuperar el dinero invertido tratando de vender al jugador para asegurarle el bienestar económico a su hija) termina convertido, gracias a una revelación, en un defensor central que rechaza pelotas al aire sin el más mínimo criterio, haciendo gala de su impericia y brutalidad. Esto no sería grave si la falta de aptitud deportiva fuera abordada en clave cómica por la película, como en algún momento parece sugerirse, y no como una historia de vida en la que un hombre se reconvierte para superarse.

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En Papeles en el viento no hay fútbol sino lo que queda de él. Todo lo que hace emocionar a los personajes son factores externos a lo que es estrictamente la práctica del deporte: los papelitos, la charla después del partido, los pibes que patean los vasitos de plástico a la bandeja de abajo, etc. La revelación que le ocurre al personaje de Pablo Rago (el otro amigo del grupo) surge de la experiencia cotidiana, de una filosofía barrial (mediante el ejemplo de las bisagras de una puerta se deja en claro que es más fácil sacarla que meterla, de ahí la reconversión del jugador en cuestión) que luego el propio desarrollo de la historia desecha. Porque si bien el tal Pittilanga es finalmente vendido a unos empresarios árabes, quien logra la transacción es el personaje de Echarri y su estudio jurídico mediante una serie de argucias legales que se apoyan en la estafa y el engaño. La película, y con ella los protagonistas, amparándose en la premisa que lo preside todo desde el afiche publicitario (¿Qué estarías dispuesto a hacer por un amigo?) suscribe a esa lógica. El robo del auto al periodista deportivo que les pide dinero para instalar el nombre de Pittilanga en los medios no diferencia al grupo de amigos ni los hace pasar por vivos, sino que los iguala con el garca.

Con la simplificación del desarrollo dramático de los hechos Papeles en el viento deja en claro, acaso involuntariamente, que todas esas cuestiones mencionadas que tenian que ver con la memoria emotiva de los protagonistas, se chocan de lleno con la realidad de un deporte que hoy parece estar en manos de cualquiera (quizá siempre haya sido así), menos en aquellas de quienes lo aman. Tanto es así que el plano final, en el que la hija de Torres asiste con los amigos de su padre a ver a Independiente, deja fuera de campo al estadio Libertadores de América. Lo que esa nena va a ver ya no existe, ya no está.

Papeles en el viento (Argentina, 2014), de Juan Taratuto, c/ Diego Peretti, Pablo Rago, Pablo Echarri, Diego Torres, Cecilia Dopazo, 99’.

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