110Como un relato de redención personal, solitario e introspectivo, el viaje de Eduardo (Diego Peretti) a Usuahia se convierte en la película más lograda del guionista y director Juan Taratuto. Asediada por inquietudes que denotan cierta maduración y complejidad en el proceso de gestación, más allá de su cambio de tono -de la comedia al drama- respecto a sus películas anteriores, La reconstrucción impone un paso hacia adelante en su filmografía, mostrando la seria intención de ahondar en los sentimientos de los personajes, en sus miedos y sus búsquedas, como si ellos fueran reales y no un engranaje más en la estructura del guión. La angustia contenida de Eduardo se despliega en los paisajes que transita, en los objetos con los que convive, en los gestos que ensaya frente al espejo, y extiende su influjo por fuera de los límites de ese pequeño mundo de ficción.

La ópera prima de Taratuto, No sos vos, soy yo (2004), había sido moderadamente auspiciosa, con diálogos ingeniosos y situaciones divertidas, apoyada en las convenciones de la comedia romántica, pero con cierta personalidad autóctona. Sin embargo, ya se vislumbraba un peligro en el que Taratuto incurre en sus obras posteriores: su mundo se cierra sobre sí mismo y se apega a lineamientos impuestos de antemano que hacen de la historia una simple excusa para poner en escena situaciones que imagina interesantes en su cabeza. Un novio para mi mujer (2008), producida por Patagonik y protagonizada por Adrián Suar y Valeria Bertucelli, sufría las limitaciones de una película condicionada por la impostura de sus actores, embriagados de un histrionismo mecánico que hacía del itinerario narrativo un mero pasaje por sucesivas escenas donde el humor se limitaba a una serie de rutinas extraídas de la comedia de situación. El género funcionaba ahí, no tanto como un marco de previsión que brindara resguardo y algunas certezas frente al desafío de la dirección, cosa que si parecía vislumbrarse en No sos vos, soy yo, sino como una muleta no necesariamente condenable que asiste al destino comercial del producto, pero que lo termina enredando en sus propias trampas: exagerado, sobreexpuesto, más efectista en las construcción de los gags que atento al devenir de la historia.

91a00f817c93e24f48a51ecd2035ca8eLa experiencia de La reconstrucción se sitúa en otro escenario, menos canchero y discursivo, donde se respira un aire fresco y renovado. Eduardo trabaja en un yacimiento petrolífero en el sur del país. Su relación con sus compañeros es parca y distante, no da lugar al diálogo ni a la cordialidad. Es un hombre solitario, de pocas palabras, sumido en un profundo abandono: vive en una casa sucia y desarreglada, duerme vestido sobre un colchón, se comporta como un animal salvaje, preocupado únicamente por la supervivencia. Esos rasgos se destacan insistentemente en los primeros minutos, casi como una sobreactuación de clasicismo donde cada motivo se reitera tres veces, pero que encuentran en la inmejorable interpretación de Diego Peretti el mejor rumbo. El llamado de un amigo lo lleva a Usuahia, donde comienza un lento proceso de reencuentro con ese dolor que lo atormenta en silencio y con la aceptación de una realidad que no siempre es la que se espera.

El verdadero mérito de La reconstrucción es pensar a sus personajes como adultos, pero no porque tienen edad para serlo sino porque toman el riesgo de abandonar esa eterna adolescencia espiritual que muchas veces nos condena a querer que el mundo se adapte a nuestros deseos. “Las cosas pasan”, reflexiona Eduardo, y a veces pasan porque sí; cuando las culpas no satisfacen las exigencias de reparación se hace imperioso detener la marcha, recoger los pedazos y empezar de nuevo. Taratuto consigue, por primera vez, que sus personajes existan más allá del guión, que se palpiten sus miedos y miserias sin estar al servicio del relato. Sacude con decisión los vicios que encadenaban sus historias a presupuestos y conmueve en ese gesto austero de independencia que, ciertamente, resuena como verdaderas promesas.

La reconstrucción (Argentina, 2013), de Juan Taratuto, c/Diego Peretti, Alfredo Casero, Claudia Fontán, María Casali, 93′.

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