Atención: Se revelan detalles importantes de los argumentos de ambas películas.
Se estrenaron dos películas de terror sobre posesiones dentro de familias con muchos problemas que resolver: Oculus y La invocación. Ambas con varios puntos en común (una mudanza, infidelidades, paranoia, adolescentes trastornados, apariciones, posesiones y finales dramáticos) y dirigidas por realizadores independientes que, para la gran mayoría, deben ser ignotos, lo que es absolutamente lógico teniendo en cuenta que uno de ellos está presentando su quinta película, aunque segunda en estrenarse oficialmente en nuestro país, mientras que del otro estamos conociendo su ópera prima.
El primero y con más trayectoria es Mike Flanagan, director de Ausencia, película de terror indie cuyo estreno pasó, lamentablemente, sin pena ni gloria, y que de nuevo da sobradas muestras de sus influencias lovecraftianas y del uso del J-horror al mejor estilo Kiyoshi Kurosawa, donde uno y otro lado no están del todo separados, donde no hacen falta invocaciones para que el encuentro se suceda; nada está del todo muerto ni nada está del todo vivo. Por otro lado, su puesta en escena remite muchísimo al cine de Carpenter (un maestro del universo lovecraftiano cinematográfico) porque no abusa de los golpes de efecto y desarrolla un tiempo construido con calma, dentro de una lógica clásica, gracias a la música y la elección de escasos y cerrados escenarios. También muestra cierta habilidad para enmarcar planteos imposibles dentro de una puesta que les da total coherencia. Que la protagonista sea capaz de construir semejante y complejo mecanismo no resulta tan extraño frente a los rasgos categóricamente obsesivos del personaje.
El segundo es Mac Carter, quien debuta con La invocación, película con una introducción algo interesante pero que, en oposición, funciona más por golpes de efecto que por construcción de clima. Además, el prólogo explica demasiado y se anticipa a cubrir los huecos de un relato que no se despliega en imágenes y terminará derrapando en muchos sentidos. Al contrario de lo que sucede en Oculus, los personajes de La invocación se vuelven meros bártulos y lo que los amenaza puede alterarnos por instantes gracias a impactos efectistas sin generar mayor interés sobre lo que les pueda ocurrir una vez pasado el susto. Flanagan no abusa como Carter de movimientos de cámara abruptos y estrambóticos, ni del uso de desenfoques arbitrarios, ni de sonidos estridentes para inducir un estado de alerta; al contrario, los espectros suelen aparecer de forma silenciosa y pasiva, y lo que más nos alerta es la degradación mental de sus protagonistas.
Es que Flanagan, además, ofrece un número limitado de personajes, permitiéndonos concentrar nuestra tensión en un tópico muy claro: la disfuncionalidad familiar. Carter necesita abarrotar el entorno de su grupo familiar protagonista -casi perfecto- de situaciones que corresponden a otras familias, sobrecargando tanto el relato que termina por convertirse en un culebrón con algo, alguito, de sangre y poco suspenso. El concepto de familia es tratado con sutil complejidad y profundidad en Oculus, mientras que La invocación presenta sólo el retrato epidérmico de la ‘familia tipo’. En la primera, ésta se encuentra desintegrada desde el comienzo y lo que transitamos es el trauma de esa partición; en la segunda, la desintegración es paulatina, pero cuando sucede ya perdimos todo interés, y la revelación final del misterio, por demás previsible, se sucede con una torpeza rítmica que no perturba ningún sentido, dando pie al más solemne y ridículo de los epílogos en off (para voz en off de madre en el terror no hay como la de Vanesa Redgrave en The Last Will and Testament of Rosalind Leigh, de Rodrigo Gudiño).
La subjetividad es confusa en La invocación, pero sin intencionalidad, porque si bien Flanagan también juega con ella para desorientarnos es, al mismo tiempo, claro, conciso y, por esto mismo, perturbador en varios momentos. El escenario de apertura de Oculus es clave para entender que nos moveremos dentro de una subjetiva psicológica y onírica. De entrada nos dice que no podremos confiar en nada de lo que veamos objetivamente porque estaremos en las manos de dos chicos traumados. La invocación tiene un protagonista que no está tan bien anunciado como tal, una narradora que debería haber tenido algo más de relevancia en el relato y un montón de personajes más al pedo. Los padres son el ridículo retrato del cancherismo paternal moderno y extra comprensivo, tanto que dan ganas de entrar a la pantalla y ajusticiarlos; no tienen ningún drama en meter a sus hijos en una casa donde recientemente murieron todos los pibes de los anteriores propietarios, cuyo único hijo interesante (porque tiene rasgos que me recuerdan a Wilhem Dafoe de joven) termina enganchándose con una adolescente que tiene más problemas que los Pérez García, obsesionada con la muerte y también insoportable.
Si bien a la colorada de Oculus a veces dan ganas de matarla, está muy bien que esto suceda porque esa es la función que cumple en la trama, está bien dirigida y además sirve como contrapunto de su hermano, el personaje con el que debemos empatizar. Al comienzo Flanagan deja claro que el peligro es la piba y lo señala desde elecciones formales como el color del pelo y las uñas, y otros detalles, pequeños gestos y acciones del personaje, tanto de niña como de adulta, que pueden ser notados como signos de alerta si prestamos la debida atención. También es interesante cómo se juegan las relaciones entre padres e hijos a través del montaje y del recurso de los espejos (porque no sólo el maldito tendrá relevancia en la película, aunque sí sea el attrezzo de mayor importancia).
Con estos recursos Flanagan irá dando pie a una batalla de orden biológico y psicológico (el hijo que desea matar a su padre para poseer a su madre y la hija que desea matar a su madre para ser poseída por su padre) cuyas tensiones desembocarán en un despertar maligno que les da la oportunidad de hacerlo posible. De hecho, el germen del mal lo planta la nena al insinuar que el padre tiene una amante, afectando principalmente la autoestima e integridad mental de su madre. De ahí en más, el infierno. Pero el chico es demasiado débil para destronar al padre y la chica demasiado desequilibrada como para soportar cualquier tipo de posesión.
Oculus (EUA, 2013), de Mike Flanagan, c/Karen Gillian, Brenton Thwaites, Katee Sackhoff, Rory Cochrane, 104′.
La invocación (Haunt, EUA, 2013), de Mac Carter, c/Harrisson Gilberstson, Liana Liberato, Jacki Weaver, Ione Skye, Carl Hadra, 86′.
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